"(...) Diría que existe consenso en que lo que salió mal en la estrategia de la DUI es que nadie, fuera del perímetro independentista, la apoyó.
El independentismo no tenía ningún aliado externo. La gravedad de la
situación coordinó a una mayoría en Madrid (y en la sociedad española),
que hasta entonces había sido incapaz de actuar de forma conjunta, y al
consenso en España siguió el consenso en el entorno internacional.
(...) el nacionalismo ha tenido bastante éxito para coordinar a los suyos alrededor
de un programa de máximos. Con este grado de polarización, nadie dentro
del bloque está en condiciones (hasta la dimisión de Santi Vila) de
manifestar ningún tipo de crítica, garantizando un grado de unidad de
acción muy alto.
Se habla a menudo de que el apoyo al independentismo no
ha parado de aumentar en la sociedad, algo que es un éxito innegable de
las élites nacionalistas. Lo que no he visto analizar, es que en las
últimas dos décadas, conforme el bloque nacionalista ha profundizado en su estrategia de cohesión interna, no ha parado de perder apoyos y aliados externos.
En
la medida en que el independentismo no es abrumadoramente mayoritario
en Cataluña, e insignificante fuera de ella, esto ha dejado a la
coalición secesionista aislada. La pérdida de apoyos refleja una elección estratégica: optar por grados crecientes de unilateralismo para no tener que hacer compromisos, ni en términos de objetivos, ni de estrategia ni de preferencias de fondo, con otros actores.
Como explicaba en un artículo excelente
JRT, la pérdida de relevancia de Cataluña en la estrategia política del
PP lo lleva camino de la marginalidad en Barcelona. El correlato
natural es que la rivalidad también privó a los cambóistas de Madrid
de su capacidad de influencia en la política nacional, y el PP tuvo que
buscarles un recambio en los catalanes no nacionalistas.
Lo mismo se
puede leer en la incapacidad de la izquierda para formar una alternativa
de gobierno en Madrid y en Barcelona: la anteposición del referendum de
independencia de ERC a cualquier otra demanda, y la imposibilidad del
PSOE de aceptarlo sin que supusiera un suicidio político, es lo que terminó de
hacer completamente imposible la formación de una coalición con el PSOE
y Podemos, la cuál, diría, habría reconducido el conflicto actual por
una vía bastante distinta [1]. Como decía el profesor Kanciller, el problema es que cada bloque se empeña en pedir lo que el otro no puede darles. (...)
Mi lectura es que lo que lleva a las clases nacionalistas a esta estrategia es la incapacidad para mantener la hegemonía política en Cataluña,
debido a su fragmentación creciente en el eje izquierda-derecha.
Esta
fragmentación que obedece al desgaste del patrimonialismo político de
CiU, y a la puntilla de la crisis. Viendo su control sobre la vida
pública y cultural de Cataluña amenazado, existe un intento de este
grupo de recuperar la cohesión interna en un programa común que deja su
división interna en un segundo plano, y dota de mucha disciplina interna
a la coalición trotsko-republicano-cristiana (!).
La disciplina se basaba en una dinámica de competir dentro del bloque por la capitanía de la coalición, subiendo la apuesta por la independencia cada vez más, en el que los moderados (por convicción) o pragmáticos (por estrategia) eran progresivamente propulsados fuera del perímetro o tratados de traidores.
Hoy parece claro que el aislamiento del bloque nacionalista hizo que la DUI fracasara (al menos a corto plazo) y no haya beneficado demasiado a sus objetivos. Sin embargo, durante bastante tiempo, a muchos nos dio
la sensación de que iba por buen camino y podrían lograrlo con la
estrategia de polarización. En la arena catalana la secesión tenía una
relevancia mucho mayor que en la española.
Si el problema fuera únicamente el nacionalismo español del PP, esto debería afectar a su relación también con el PNV. Cuando en 2015 en Madrid las “terceras fuerzas“,
si se puede seguir hablando de éstas, vuelven a ser necesarias (y todo
apunta a que lo seguirán siendo una temporada), el nacionalismo catalán
no es capaz de usar esa capacidad de influencia, pero los vascos sí.
En
ocasiones, no es suficiente con llevar razón, cuando se intenta cambiar
el orden constitucional, también te la tienen que dar. (...)" ('Tragedia Catalana en cinco actos y un análisis (II: el análisis)',
Más allá de las consideraciones estratégicas que sirvan para racionalizar las fuerzas en presencia, el procés dejará huellas en la memoria de la gente. (...)
Aunque no todos, muchos nacionalistas catalanes eran conscientes de que el independentismo era minoritario y
agrupaba, en el mejor de los mundos, a la mitad de la población. Y
también eran conscientes de que sus apoyos eran escasos fuera del
perímetro. ¿Qué puede haberles, subjetivamente, llevado a esta
estrategia tan arriesgada, sin apoyos, de ignorar a una gran parte de la
población?
Si miramos las reacciones, mi intuición es que todos ellos pensaban que la historia
les daría la razón. La historia la escriben siempre los ganadores, y
aunque ahora no reunieran suficientes apoyos, a posteriori, si ganaban,
los historiadores hablarían de ellos como de los padres fundadores.
Esta
percepción transluce, en mi opinión, a muchos niveles, como por ejemplo
la creencia de que una vez los hechos consumados la comunidad
internacional reconocería la república, o que en una Cataluña independiente la división etnolingüistica desaparecería de la esfera política, o la reticencia común de los nacionalistas y los liberales a ver la dimensión de clase del conflicto.
A pesar de denotar cierto mesianismo (empleo este término
sin tono despectivo), me parece que es importante reconocer que esta
expectativa no es absurda. Como apuntan a menudo los nacionalistas, la
mayoría de los estados no se han creado por la vía del estado de derecho.
La fundación de casi todos los estados ha requerido ciertas dosis de conflicto. Pero los pequeños excesos son siempre redimidos si uno gana. (...)
El efecto del mesianismo independentista ha sido el de colocar a una fracción muy grande de la sociedad catalana en una posición antisistema. (...)
El procés ha incorporado a un proyecto de disputa de la integridad territorial de un estado, es decir, a un conflicto geopolítico, a personas que no tienen un mentalidad ni militante ni extremista.
Y el traslado de un conflicto geopolítico a la dimensión civil es
algo que previsiblemente dejará un trauma mayúsculo, porque hará que de
forma duradera mucha gente no pueda sentirse identificada con el estado
en el que le toque vivir."
('La tragedia catalana en cinco actos y un análisis (III: coda sobre el factor humano)',
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