6/4/17

Las élites españolas, vinculadas (voluntariamente sometidas) a las oligarquías europeas del norte, reproducen un relato basado la emulación de lo que tiene lugar en Francia, Alemania, Inglatera o Escandinavia

"(...) Angelo Tasca, historiador y confundador del Partido Comunista Italiano, describe perplejo como el Partido Socialista de su país en 1919 (punto álgido del movimiento obrero en Italia) abandona la consigna de la “constituente” (elaborada por el mismo partido 2 años antes), justo en el momento en el que todas las fuerzas políticas empiezan a reivindicarla, es decir, justo cuando se había vuelto hegemónica. En ese momento los marxistas del Partido empiezan a difundir la consigna de “crear soviets”. (...)

En cualquier caso, 1919 vio surgir otras expresiones de poder popular “a la italiana”, como lo fueron las poderosas “cámaras del trabajo”, que controlaban el comercio y el empleo de los municipios, hasta tal punto que los comerciantes de la ciudad entregaban las llaves de sus negocios a los trabajadores organizados en estas cámaras.
 Una vez más la dirección del Partido Socialista dio la espalda al “movimiento realmente existente”, y solicitó a la clase obrera el abandono de estas estructuras en pro de la creación de “verdaderos soviets”. Así, los marxistas en la Italia de aquél entonces (con honrosas excepciones) idealizaban lo que ocurría en Rusia, mientras eran incapaces de valorar la creatividad y el carácter revolucionariode su “proletariado nacional”

. Es conveniente volver aquí a aquel verso de Gabino Palomares: “Tú,hipócrita ,que te muestras humilde ante el extranjero pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo”. Antes de juzgar prematuramente a aquellos camaradas italianos, deberíamos volver al presente.
 Las feministas prefieren hablar de prostitutas antes que de cuidadoras, los ecologistas prefieren a Wangari Mathai antes que a la Mesa de la Ría de Huelva, el sindicalista revolucionario prefiere ir a conferencias de LAB (sindicato abertzale) antes que a una huelga de limpiadoras en Sevilla, y muchos socialistas de la academia prefieren analizar más rigurosamente la “Revolución Ciudadana” de Correa que el profano “fenómeno de Podemos”. Lo que está claro es que aquello que se vive, aquello que se conoce, carece de toda épica y emoción.

Pero en el contexto del Estado Español,y, en concreto, en las zonas de nacionalidad española del mismo, la cuestión se complica aun más. Las élites españolas, vinculadas (voluntariamente sometidas) históricamente a las oligarquías europeas del norte, producen y reproducen la enfermedad de la Malinche. La burguesía liberal española ha construido un relato en el que el camino de la modernidad concluye con la integración europea.
 Es el mantra de “los países del entorno”. Los procesos de legitimación de las grandes políticas nacionales en clave neoliberal se fundamentan por la emulación de lo que tiene lugar en Francia, Alemania, Inglatera o Escandinavia. España tiene que imitar al Norte si quiere salir de su sempiterno atraso.
 Así, los alemanes son descritos como laboriosos y cívicos, frente a los vagos y pícaros españoles (a pesar de que según la OCDE trabajamos más, y que nuestras tasas de delincuencia son mucho menores). Los ingleses son ahorradores y pragmáticos, frente al despilfarro (a pesar de que la deuda publica británica ha alcanzado ya el 89%) y la mentalidad quijotesca que predomina aquí (idea que difundía el cipayo Ortega Y Gasset) . (...)

La izquierda tampoco es ajena al virus malinchista que inoculan nuestras élites, lo que ocurre es que se incuba de otra manera. Para nosotros los alemanes siguieron una transición modélica (aunque prohibieron el Partido Comunista y tienen una constitución elaborada por norteamericanos) y las eventuales huelgas en Francia son un modelo a imitar (aunque ninguna gozó de la explosividad y carácter disruptivo del 15-M, y ni siquiera fueron huelgas generales en sentido estricto, como sí ocurrió aquí). 
España es un país racista, frente al cosmopolitismo nórdico (a pesar de que todas las encuestas demuestran lo contrario y que aquí ningún partido del arco parlamentario hace del discurso anti-inmigración el eje central de su campaña) 
Por último, nosotros mismos nos fustigamos con el genocidio americano, la reconquista, el franquismo,etc. En lugar de construir un relato nacional alternativo, aceptamos el dominante, lo tomamos en serio y cargamos sobre nuestras espaldas toda la responsabilidad, la culpa y la vergüenza. Aceptamos (incluso envidiamos) el patriotismo venezolano, cubano, griego,etc.
 Y nos parece impensable que algo así pueda suceder aquí, aquí sí se es comunista o se tiene una mínima “sensibilidad de izquierdas” sólo se puede experimentar una vascofilia acomplejada o decretar cualquier tipo de identidad nacional inexistente, o incluso declararse enemigo de toda construcción nacional, pero nunca español

. No se trata de que aquellos que hayamos nacido en Sevilla, Murcia o cualquiera de las zonas del Estado español en las que no existe una adscripción a una identidad nacional distinta de la española, practiquemos una suerte de chauvinismo étnico (a la manera de la derecha fascista) y nos proclamemos “hijos del Cid”, o nos dediquemos a practicar delirantes discursos acerca de “lo español”.
 Si no queremos caer en los peligrosos sofismas del nacionalismo conservador y fascista, tenemos que comprender la nación en términos exclusivamente políticos, como lo hacía Jonh Stuart Mills cuando definía la nación como un grupo de personas dispuestas a vivir bajo un mismo gobierno. Sólo así podemos enfrentar el problema de la soberanía desde una lógica nacional y progresista.

Pero claro, si no se acepta la existencia de una nación española, no hay lucha posible en clave de liberación nacional frente al imperialismo germánico o americano. Bruno Carvalho, periodista portugués describe lo absurdo que resultó el fervor pro-zapatista en su país tan sólo unos meses después de la firma de Maastricht. 
Los mismos que aceptaban Maastrich como única vía posible hacia la modernidad europea, los que estaban ofreciendo en bandeja sus países al saqueo alemán, se recreaban con un movimiento que, entre otras cosas, impugnaba el poder del Norte Global. Lo que allí era aceptable, aquí no. Ellos eran indígenas, eran latinoamericanos,nosotros blancos y europeos.

Incluso ahora, que una buena parte de la izquierda radical está comprendiendo la realidad imperial alemana, maquillada por el proceso de integración europea, se crean argucias teórico-políticas para no hablar de revolución bajo parámetros nacionales. Tanto desde la Nueva Izquierda , como desde el poscomunismo,o, como viene siendo habitual, desde el trotskismo, empieza a estar de moda la idea de “la Unión de los Pueblos del Sur”. 
Pero ni que decir tiene que los procesos políticos siguen y seguirán siendo en clave nacional, la realidad es que los marcos cognitivos de nuestros pueblos siguen atrapados entre los moldes del Estado-Nación, los cosmopolitismos y los europeismos de izquierda sólo tienen lugar en capas muy minoritarias e “instruidas” de nuestras sociedades. Las movilizaciones son organizadas, convocadas y realizadas en unmarco nacional, aunque sean más o menos contagiosas. Los procesos electorales de primer orden son y seguirán siendo nacionales. 
Por otra parte, el inglés sigue sin ser una auténtica lengua puente entre las masas populares europeas (y mucho menos entre las de la periferia europea). Y, lo que es más importante, el desarrollo económico, social e histórico-político, incluso en Europa del Sur, es completamente asimétrico. De manera que es imposible soñar con “la revolución permanente” de Trotksy , el Plan B de Varoufakis o la unidad de los gobiernos del cambio que predican Garzón, Iglesias y Errejón. 
La imagen mítica de una revolución continental la heredan los primeros socialistas de las experiencias de 1820,1830 y 1848. Pero no podemos olvidar que aquellos no eran otra cosa que procesos nacionales que abrían ventanas de oportunidad a otros procesos nacionales (amén del fuerte componente nacionalista de muchos de estos). En resumidas cuentas, y con ánimo de provocar: “la revolución será nacional o no será”.

No queda más que concluir que si queremos transformar nuestra realidad autóctona tenemos que contar con nuestros propios sujetos autóctonos. Nuestra revolución no la van a importar Maduro ni Tsipras, ni la van a hacer los kurdos, ni los palestinos. Y, por supuesto, de ser, sería un proceso en el que se identifique la mayoría, no sólo las subjetividades marginales que tanto inspiran a la izquierda posmoderna. (...)"                   (La izquierda y la Malinche)

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