19/7/16

Los «traidores a Euzkadi», es decir, los «ex combatientes vascos franquistas».... Álava y Navarra fueron dos de las provincias que más voluntarios aportaron al ejército franquista. Es un dato a borrar de la Historia, por el nacionalismo

"ETA surgió en 1958 con el objetivo último de continuar la Guerra de 1936, que la banda no entendía como una contienda civil sino como el último episodio de una supuestamente secular lucha de independencia contra el ocupante español.  (...)

 Dos años después, ETA anunciaba que «la Resistencia Vasca se prepara para una nueva fase de gigantescas proporciones. Preparémonos todos para la gran hora que se acerca». El 18 de julio de 1961, hace ahora 55 años, los etarras quemaron tres banderas rojigualdas en San Sebastián y sabotearon la línea férrea por la que iba a pasar un tren de ex combatientes franquistas que acudían a la capital guipuzcoana para conmemorar el 25º aniversario del Alzamiento Nacional. Fue un fiasco.(...)

Ahora bien, el sabotaje tenía un gran valor simbólico: suponía una tentativa de venganza contra quienes en 1937 habían derrotado a los gudaris, de los que los autoproclamados nuevos gudaris de ETA se reclamaban herederos.

El frustrado descarrilamiento tiene otra lectura. Y es que el ataque estaba dirigido contra aquéllos a los que la organización definió como «traidores a Euzkadi», es decir, los «ex combatientes vascos franquistas». 

Su sola existencia cuestionaba la interpretación de la Guerra Civil como una conquista española, ya que recordaba que una parte de los vascos había apoyado la sublevación del 18 de julio: Álava y Navarra fueron dos de las provincias que más voluntarios aportaron al ejército franquista. Era un dato que había que borrar de la Historia.  (...)

La Dictadura reaccionó con contundencia contra aquellos novatos adversarios. Las detenciones realizadas por las fuerzas policiales tuvieron un alto precio a nivel organizativo, lo que propició que un puñado de etarras cuestionaran la idoneidad de la «lucha armada», prefiriendo tácticas de resistencia civil.  (...)

El hecho de que hubiese miembros de la organización contrarios a la violencia demuestra que ésta no era inevitable. Cuando los etarras comenzaron a matar no estaban cumpliendo con su ineludible destino, que no estaba escrito. Sus atentados no eran el último episodio de un milenario «conflicto» étnico entre vascos y españoles, porque éste sólo existía en el imaginario bélico del nacionalismo radical. 

Y, desde luego, los integrantes de ETA no respondían como autómatas a una coyuntura concreta. Es cierto que el marco dictatorial, que abocaba a los disidentes a la cárcel o a la clandestinidad, volvía muy atractiva la «lucha armada» a ojos de las fuerzas antifranquistas, pero la casi totalidad de ellas se enfrentaron a Franco sin mancharse las manos de sangre.

Los jóvenes activistas de ETA estaban sometidos a la influencia de otros factores. En el orden externo, además del ultranacionalismo español y del centralismo del régimen, cabe mencionar el sentimiento agónico que les causaba el retroceso del euskera y la llegada de miles de inmigrantes, vistos como colonos, así como la adopción como modelo de los movimientos anticoloniales del Tercer Mundo.

 En el plano interno hay que señalar el nacionalismo vasco radical, el odio derivado de una lectura literal de la doctrina de Sabino Arana, el ya mencionado relato acerca de un secular «conflicto», el deseo de vengar a los viejos gudaris de 1936 y las ansias de superar al PNV.

Sin embargo, por mucho que condicionaran a los etarras, tales elementos no determinaron su actuación. Basta comparar la trayectoria de los miembros de ETA y la de los de EGI –las juventudes del PNV– o incluso la de Los Cabras de Xabier Zumalde, la primera escisión militarista de la banda. Unos y otros estaban influidos por todos los factores que se han enumerado en el presente párrafo, pero sólo los etarras decidieron matar. (...)"           (GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA, El Mundo, 15/07/16)

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