"ETA surgió en 1958 con el objetivo último de continuar la Guerra de
1936, que la banda no entendía como una contienda civil sino como el
último episodio de una supuestamente secular lucha de independencia
contra el ocupante español. (...)
Dos años después, ETA anunciaba que «la Resistencia Vasca se prepara
para una nueva fase de gigantescas proporciones. Preparémonos todos para
la gran hora que se acerca». El 18 de julio de 1961, hace ahora 55
años, los etarras quemaron tres banderas rojigualdas en San Sebastián y
sabotearon la línea férrea por la que iba a pasar un tren de ex
combatientes franquistas que acudían a la capital guipuzcoana para
conmemorar el 25º aniversario del Alzamiento Nacional. Fue un fiasco.(...)
Ahora bien, el sabotaje tenía un gran valor simbólico: suponía una
tentativa de venganza contra quienes en 1937 habían derrotado a los
gudaris, de los que los autoproclamados nuevos gudaris de ETA se
reclamaban herederos.
El frustrado descarrilamiento tiene otra lectura. Y es que el ataque
estaba dirigido contra aquéllos a los que la organización definió como
«traidores a Euzkadi», es decir, los «ex combatientes vascos
franquistas».
Su sola existencia cuestionaba la interpretación de la
Guerra Civil como una conquista española, ya que recordaba que una parte
de los vascos había apoyado la sublevación del 18 de julio: Álava y
Navarra fueron dos de las provincias que más voluntarios aportaron al
ejército franquista. Era un dato que había que borrar de la Historia. (...)
La Dictadura reaccionó con contundencia contra aquellos novatos
adversarios. Las detenciones realizadas por las fuerzas policiales
tuvieron un alto precio a nivel organizativo, lo que propició que un
puñado de etarras cuestionaran la idoneidad de la «lucha armada»,
prefiriendo tácticas de resistencia civil. (...)
El hecho de que hubiese miembros de la organización contrarios a la
violencia demuestra que ésta no era inevitable. Cuando los etarras
comenzaron a matar no estaban cumpliendo con su ineludible destino, que
no estaba escrito. Sus atentados no eran el último episodio de un
milenario «conflicto» étnico entre vascos y españoles, porque éste sólo
existía en el imaginario bélico del nacionalismo radical.
Y, desde
luego, los integrantes de ETA no respondían como autómatas a una
coyuntura concreta. Es cierto que el marco dictatorial, que abocaba a
los disidentes a la cárcel o a la clandestinidad, volvía muy atractiva
la «lucha armada» a ojos de las fuerzas antifranquistas, pero la casi
totalidad de ellas se enfrentaron a Franco sin mancharse las manos de
sangre.
Los jóvenes activistas de ETA estaban sometidos a la influencia de
otros factores. En el orden externo, además del ultranacionalismo
español y del centralismo del régimen, cabe mencionar el sentimiento
agónico que les causaba el retroceso del euskera y la llegada de miles
de inmigrantes, vistos como colonos, así como la adopción como modelo de
los movimientos anticoloniales del Tercer Mundo.
En el plano interno
hay que señalar el nacionalismo vasco radical, el odio derivado de una
lectura literal de la doctrina de Sabino Arana, el ya mencionado relato
acerca de un secular «conflicto», el deseo de vengar a los viejos
gudaris de 1936 y las ansias de superar al PNV.
Sin embargo, por mucho que condicionaran a los etarras, tales
elementos no determinaron su actuación. Basta comparar la trayectoria de
los miembros de ETA y la de los de EGI –las juventudes del PNV– o
incluso la de Los Cabras de Xabier Zumalde, la primera escisión
militarista de la banda. Unos y otros estaban influidos por todos los
factores que se han enumerado en el presente párrafo, pero sólo los
etarras decidieron matar. (...)" (GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA, El Mundo, 15/07/16)
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