"(...) Después del fin de la Guerra de los Segadores en 1652, el separatismo
catalán desapareció y no resurgió hasta el siglo XX. Se me objetará que
la Guerra de Sucesión de principios del XVIII fue también separatista:
nada más falso.
En ella Cataluña y los reinos de la Corona de Aragón
lucharon contra Felipe V en defensa de los fueros, no para separarse de
España, sino para imponer el fuerismo al resto del país. Lucharon,
perdieron, y se produjo lo que los fueristas temían: los Decretos de
Nueva Planta acabaron con los fueros aragoneses de un plumazo.
Los
aragoneses, y en especial los catalanes, fueron heroicos en su lucha,
pero no muy inteligentes: vascos y navarros, que colaboraron con Felipe
V, conservaron sus amados fueros.
Otra paradoja es que los fueros mantuvieron estancados a vascos y
navarros, mientras que su abolición «benefició insospechadamente» a los
catalanes, como escribió Vicens Vives. Cataluña creció económicamente
durante el XVIII y se despegó del resto de España gracias a la libertad
que le dieron la abolición de los fueros y el acceso irrestricto al
mercado español y al americano. Además, la prohibición de importar
tejidos de algodón dio alas a la industria textil.
Tras la interrupción de las guerras napoleónicas, Cataluña, protegida
tras el arancel español, creó una poderosa industria textil para la que
los mercados español y antillano constituyeron el destino casi
exclusivo. Los tejidos ingleses, franceses y belgas eran mejores y más
baratos, pero el Estado español los mantenía a raya con altísimos
aranceles y la represión cada vez más eficaz del contrabando.
Políticos e
industriales catalanes constituyeron el lobby más poderoso en la
política española y actuaron con notable unanimidad, anunciando el
desorden y la revolución si los liberales rebajaban los aranceles.
Políticos y empresarios textiles rogaron, amenazaron y organizaron
nutridas manifestaciones durante todo el siglo XIX, y al cabo lograron
su propósito: el mantenimiento de la protección a la industria textil.
El economista progresista catalán Laureano Figuerola, primer ministro
de Hacienda de la Revolución de 1868, no sólo estableció la peseta como
unidad monetaria, sino que introdujo un arancel un poco menos
proteccionista que los anteriores; para sus paisanos se convirtió así en
un traidor y un renegado. Nunca se lo perdonaron y el odio contra
Figuerola se conserva aún entre los historiadores nacionalistas.
El
famoso (segundo) Memorial de Agravios (Greuges) que los círculos
político-económicos catalanes presentaron a Alfonso XII en 1885 era
principalmente una queja porque los aranceles no eran lo bastante altos.
La burguesía catalana se enriqueció gracias a la protección que le
dispensó el Estado español; pero otra paradoja es que, a medida que la
brecha entre los ricos catalanes y el resto de España aumentaba, más
desprecio sentían aquellos hacia ésta, y más se esforzaban por subrayar
sus diferencias culturales y lingüísticas.
Vino así la llamada
Renaixença, el renacer de la lengua y la cultura catalanas. Lo que al
principio parecía un movimiento puramente cultural y literario, adquirió
caracteres abiertamente políticos cuando llegó el desastre del 98 y se
separaron Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Al perderse el mercado
antillano, que tan pingües beneficios había rendido a los industriales
del Principado, florecieron los partidos «regionalistas», que pronto se
hicieron «nacionalistas». (...)" (Gabriel tortella, El Mundo, 21/03/16)
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