5/4/16

La burguesía catalana se enriqueció gracias a la protección que le dispensó el Estado español; pero a medida que la brecha entre los ricos catalanes y el resto de España aumentaba, más desprecio sentían aquellos hacia ésta

"(...) Después del fin de la Guerra de los Segadores en 1652, el separatismo catalán desapareció y no resurgió hasta el siglo XX. Se me objetará que la Guerra de Sucesión de principios del XVIII fue también separatista: nada más falso.

 En ella Cataluña y los reinos de la Corona de Aragón lucharon contra Felipe V en defensa de los fueros, no para separarse de España, sino para imponer el fuerismo al resto del país. Lucharon, perdieron, y se produjo lo que los fueristas temían: los Decretos de Nueva Planta acabaron con los fueros aragoneses de un plumazo. 

Los aragoneses, y en especial los catalanes, fueron heroicos en su lucha, pero no muy inteligentes: vascos y navarros, que colaboraron con Felipe V, conservaron sus amados fueros.

Otra paradoja es que los fueros mantuvieron estancados a vascos y navarros, mientras que su abolición «benefició insospechadamente» a los catalanes, como escribió Vicens Vives. Cataluña creció económicamente durante el XVIII y se despegó del resto de España gracias a la libertad que le dieron la abolición de los fueros y el acceso irrestricto al mercado español y al americano. Además, la prohibición de importar tejidos de algodón dio alas a la industria textil.

Tras la interrupción de las guerras napoleónicas, Cataluña, protegida tras el arancel español, creó una poderosa industria textil para la que los mercados español y antillano constituyeron el destino casi exclusivo. Los tejidos ingleses, franceses y belgas eran mejores y más baratos, pero el Estado español los mantenía a raya con altísimos aranceles y la represión cada vez más eficaz del contrabando. 

Políticos e industriales catalanes constituyeron el lobby más poderoso en la política española y actuaron con notable unanimidad, anunciando el desorden y la revolución si los liberales rebajaban los aranceles. Políticos y empresarios textiles rogaron, amenazaron y organizaron nutridas manifestaciones durante todo el siglo XIX, y al cabo lograron su propósito: el mantenimiento de la protección a la industria textil.

El economista progresista catalán Laureano Figuerola, primer ministro de Hacienda de la Revolución de 1868, no sólo estableció la peseta como unidad monetaria, sino que introdujo un arancel un poco menos proteccionista que los anteriores; para sus paisanos se convirtió así en un traidor y un renegado. Nunca se lo perdonaron y el odio contra Figuerola se conserva aún entre los historiadores nacionalistas. 

El famoso (segundo) Memorial de Agravios (Greuges) que los círculos político-económicos catalanes presentaron a Alfonso XII en 1885 era principalmente una queja porque los aranceles no eran lo bastante altos.

La burguesía catalana se enriqueció gracias a la protección que le dispensó el Estado español; pero otra paradoja es que, a medida que la brecha entre los ricos catalanes y el resto de España aumentaba, más desprecio sentían aquellos hacia ésta, y más se esforzaban por subrayar sus diferencias culturales y lingüísticas. 

Vino así la llamada Renaixença, el renacer de la lengua y la cultura catalanas. Lo que al principio parecía un movimiento puramente cultural y literario, adquirió caracteres abiertamente políticos cuando llegó el desastre del 98 y se separaron Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

 Al perderse el mercado antillano, que tan pingües beneficios había rendido a los industriales del Principado, florecieron los partidos «regionalistas», que pronto se hicieron «nacionalistas». (...)"                  (Gabriel tortella, El Mundo, 21/03/16)

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