"(...) No es difícil comprender los recelos con que tanto los Gobiernos
nacionales como los propios ciudadanos de cada uno de los Estados
miembros acogen este proyecto posnacional.
Ya en Dominios y potestades,
el filósofo George Santayana había dicho que lo más difícil de asimilar
de las grandes alianzas internacionales es que implican en parte ser
gobernados por extranjeros.
Pero, en este caso, además se exige algo aún
más peliagudo: aceptar como conciudadanos a nativos de otros países. Es
decir, olvidar a todos los efectos que son lo que antes llamábamos
“extranjeros”.
Desterritorializar la ciudadanía, hacerla depender de una misma ley y
no de un mismo lugar de origen, basarla en derechos y deberes cara al
futuro y no en la comunidad genealógica que nos ancla en el pasado, va
en contra de la visión elemental del asunto. La ciudadanía queda así
vinculada a lo universal y no a tradiciones locales, por tanto está
abierta a todos sea cual fuere su origen.
Hasta ahora, lo que
caracterizaba a españoles, franceses o alemanes eran sus “raíces”, la
“cepa” (de “pura cepa”, de “souche”), metáforas agrícolas basadas en la
semilla que germina allí donde fue sembrada y no en otro lugar.
Pero los
humanos, como bien dice George Steiner, no tenemos raíces sino piernas
para ir de un lado a otro a donde nos convenga. El proyecto europeo,
como en su día la propia democracia, nace del desarraigo: no hay
europeos de pura cepa, sino de leyes compartidas.
Por supuesto, todos los Estados modernos brotaron de un movimiento
semejante, que aunaba diversas etnias, lenguas, tribus y hábitos
populares en una Administración común destinada a igualar en
obligaciones y derechos a los individuos, liberándolos de la estrechez
colectiva de sus orígenes locales. Por tanto son el primer paso hacia el
cosmopolitismo posterior, posnacional. (...)
El derecho a decidir que define a la ciudadanía democrática pertenece,
según ellos, a los territorios, no a los individuos. Los ciudadanos no
lo son del Estado más que parcialmente: cada cual ve restringida su
soberanía por determinaciones predemocráticas e incluso prepolíticas,
como son la etnia, la genealogía, la lengua o la geografía.
Algunos
territorios piden un referéndum para determinar si siguen o no en el
Estado, pero en el que sólo votarían quienes ellos determinasen
previamente que son “catalanes” o “vascos”: o sea que habría que aceptar
de antemano lo que se pretende determinar con la consulta.
En la España
franquista, el castellano era la única lengua española en la que se
podía educar a los niños o relacionarse con la Administración; hoy
vivimos en el único país de la CE donde la lengua oficial común no puede
ser elegida para tales usos en algunas zonas del Estado. Etcétera… (...)" (Fernando Savater, El País, 14/03/16)
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