5/2/16

En Cataluña la política ha arrasado al periodismo y lo ha puesto humillantemente a su servicio

"Este miércoles conocí a Manuel Bultó Font, al que tú llamarías, dado que eres algo antigua, el heredero de una familia acaudalada. El señor Bultó está a punto de cumplir los 90 años. Pero aún va en moto, como propio de un bultaco, y tiene el andar firme y la cabeza clara.  (...)

Bultó estaba en el acto como víctima. No sólo porque en 1977, y en nombre del separatismo catalán, mataron a su padre. También porque hace un mes entrevistaron cuidadosamente a uno de sus asesinos, un llamado Carles Sastre, en la radio y en la televisión públicas catalanas.

 Con tanto cuidado que ni Mònica Terribas, responsable del programa matinal de Catalunya Ràdio, ni Xavier Graset, que hace lo mismo en un programa del canal televisivo de noticias, citaron su condición de asesino condenado. La familia Bultó se quejó amargamente del tratamiento informativo y, como el acto del Cotton trataba de alumbrar la posibilidad de un nuevo periodismo en Cataluña, ahí estaba el hijo de Bultó a modo de ejemplo hiriente de su necesidad.

La irrupción en la cadena pública del asesino Sastre tuvo interés por su capacidad de metaforizar algunos rasgos inmorales de la práctica periodística local. La primera alude al marco establecido para decidir quién entra o no a formar parte del discurso periodístico. El asesino Sastre estaba allí porque era protagonista de una operación política del sector cínicocapitalista de la Cup, que trataba de que Artur Mas siguiera. 

Había firmado un manifiesto junto a otros de los que Terribas llamaba, con pujo académico y miseria eufemística, «históricos del independentismo combativo». Una atenuación comprensible, desde luego, si se piensa que el presidente Mas estaba recibiendo el apoyo de un asesino. A diferencia de la mitad de la población catalana contraria a la secesión un asesino puede entrar con facilidad en el frame mediático siempre y cuando la defienda. 

El asesino Sastre encabezaba el manifiesto por una popularidad cuyas razones no se detallaron: no solo mató a Bultó y resultó absuelto de su participación en el asesinato del alcalde Viola sino que fue miembro empecinado de Terra Lliure, la banda criminal nacionalista.

Hasta ahora lo más importante que ha hecho Sastre en su vida es matar a un hombre. Pero la periodista Terribas no creyó, en la presentación que hizo del personaje, que éste fuera un detalle relevante y lo obvió. Lo mismo hizo Graset, aunque con más virtuosismo: logró hablar con el asesino más de un cuarto de hora sin aludir a sus crímenes. 

Lo extraordinario es que en las dos entrevistas se trató de política y, más concretamente, de separatismo. Un contexto donde la mención del asesinato aún cobraba más sentido: Sastre mató a un hombre y militó en una banda terrorista por las mismas razones que ahora firmaba el manifiesto favorable a la continuidad de Mas.

Terribas es independentista. Graset no lo sé. Ellos sabrán si su presentación del asesino obedece o no a una instrucción moral. En cualquier caso supone una grave incompetencia técnica. La selección de los detalles es crucial en el ejercicio del oficio periodístico. Y la suya fue desastrosa. La anécdota particular cabe vincularla también con un principio general: la falta de una formación rigurosa. 

Naturalmente ésta no es una característica exclusiva de los periodistas catalanes. El consumo de información se ha convertido, con las compras, en la principal forma de ocio contemporáneo. Y en todas partes, para alimentar la máquina, se precisa mano de obra no cualificada. Como en el deporte, la falta de fundamentos técnicos se aprecia cuando los practicantes se ven sometidos a la presión y a la exigencia. 

El agobiante cerco de la política separatista podrían haberlo resistido periodistas articulados, que hubiesen leído y pensado sobre su oficio, con independencia de sus convicciones. La fragilidad intelectual ha sido la condición previa e inexcusable de la devastación moral. En Cataluña la política ha arrasado al periodismo y lo ha puesto humillantemente a su servicio. 

Hay un instante memorable en la suerte de entrevista de Graset cuando, al hilo de las imágenes del puñetazo al presidente Rajoy, que sucedió el mismo día, el asesino se permite censurar la acción con estas palabras: «Me parece una salida de tono». ¿Cómo iba el exangüe periodista a objetarlas, con qué ánimo y legitimidad, él, que no había sido capaz de referirse a la antigua y aún más franca salida de tono de su interlocutor?

De modo sobresaliente están también las mentiras. En lo de Graset hay una significativa. En un momento de arrulladora complicidad con su entrevistado el periodista insinúa que en España las ideas independentistas se pueden defender democráticamente «siempre que no ganen». Sic. 

La mentira más escandalosa del proceso no es el Espanya ens roba ni tampoco el supuesto asesinato de la lengua y la cultura autóctonas; es la difusión de la idea de que España no es un Estado democrático porque impide la independencia. Cuando lo cierto es que los únicos que han atentado gravemente contra la democracia han sido las autoridades catalanas al incumplir la ley. 

La única condición que el Estado español pone a la modificación de sus fronteras es que sea decidida entre todos los que participaron en su fijación. Es decir, entre todos los españoles. La usurpación de la palabra democracia es el peor delito del separatismo. La mentira nuclear. No habría sido posible sin la absoluta complicidad mediática.

Como trato de hacer siempre, teniendo en cuenta, con Ruano, que en un discurso y en una morcilla cabe todo, a condición de atar bien cabo y rabo, acabé proclamando con gran solemnidad que el nacionalismo es una mentira, que los periodistas se dedican a la verdad y que un periodista gobierna en Cataluña.  (...)"                (Arcadi Espada, El Mundo, 31/01/16)

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