"El presidente Puigdemont es la víctima propiciatoria de un proceso
que está muerto, pero que sigue corriendo como las gallinas a las que
les han cortado el cuello y todavía no lo saben.
Mas sabía que no tenía ni la fuerza de las urnas ni fuerza de ninguna
clase para enfrentarse a España y vencerla, pero no quiso ser él quien
diera sepultura a la ensoñación independentista. (...)
De propina nos ha dejado a un alocado alcalde de provincias, bruto e
incendiario, para que corra sin cabeza como las gallinas, y que sea lo
que Dios quiera. (...)
Quien sí va a beneficiarse del trueque en la Generalitat va a ser el
Estado, en tanto que es bastante probable que Puigdemont, en su euforia
rural y sin filtrar, y empujado por la CUP, caiga en excesos que limiten
con el Código Penal.
El precio político y emocional de tomar entonces
alguna medida drástica contra él será muy inferior al de detener o
encarcelar a Mas, que tiene una imagen mucho más presidencial y una
puesta en escena que le da credibilidad como representante de todos los
catalanes, incluso de los que no le han votado.
En cambio, en Puigdemont no hay ninguna contradicción entre su
aspecto y sus intenciones, y su semblante de payés asilvestrado coincide
con su independentismo de trago y tupper. No infunde el nuevo
presidente de la Generalitat ninguna sensación presidencial, hasta el
punto de que si en algún momento hace algo que merezca su
inhabilitación, o incluso su detención, no sólo no va a originar ningún
martirologio, sino que gran parte de los catalanes vamos a sentirnos
aliviados. (...)
Paralelamente, Mas dejó el sábado la puerta abierta de su regreso, y
si Puigdemont se pasa y se lo llevan preso, podría volver tras mandarle
flores a la celda. Por lo tanto, el ya expresidente no se ha retirado
para salvar el proceso, ni es un héroe, ni ha mostrado ninguna
generosidad.
Mas se ha ido porque sabía que iba a perder las elecciones y
adulterando como cualquier Maduro la democracia: él mismo dijo que
sometiendo a la CUP, y alquilándole un par de diputados, «hemos
corregido lo que las urnas no nos dieron».
En su egoísmo, y en su mezquindad, ha preferido poner a un presidente
de su partido que a Oriol Junqueras, que desaparecido Mas, es el líder
natural del proceso. Y no sólo ha designado a uno de su partido, sino
que ha elegido a uno especialmente limitado para poder apartarle de un
codazo –en el caso de que la Justicia no lo haga antes– si algún día
calcula que puede volver a ser el candidato de la Convergència que ahora
tendrá tiempo para refundar.
Mas no ha dado un paso al lado. Ha huido del veredicto de su propio
pueblo, cuyo derecho a decidir tanto dice defender. Mas ha escapado de
las urnas, tal como el soberanisno, que tanta democracia reclama, ha
forzado un acuerdo que la evitara, porque en marzo habría quedado mucho
más en evidencia su condición minoría.
Hay una gallina que corre decapitada y es Puigdemont y su fúnebre
cortejo procesista. La CUP son el masovero del cuchillo ensangrentado
que soñaba con poner una tienda de huevos pero que tras su absurda
matanza va a tener que conformarse con hacerse una tortilla.
Mas ha
podido escapar, y es un forajido que vigila desde la verja lo que pasa
en la finca para poder entrar a hurtadillas cuando los nuevos dueños se
vayan a dormir.
A lo lejos, España hace ver que se preocupa, pero en el fondo sonríe." (Salvador Sostres, ABC, 11/01/16)
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