5/2/16

Una lección que España da al mundo: el español es un superviviente que entre tantas tragedias, busca y construye un firme optimismo

"Quien visita España en estos tiempos de revisión y cambio, percibe un risueño nerviosismo colectivo, reflejo de la tensión que recorre el territorio. La tirantez se ha deslizado hacia Cataluña y acarrea aires cargados de insumisión, que bordean la rebeldía, después del gambito de dama.

En este “calambre de tensiones, que resuena como un taconeo de conflictos”, hay españoles a quienes lo único que les queda, como identidad, es la amargura de su escepticismo: una especie de desilusión permanente, de tormento constante. Gente malherida, seres entrañables que se sumen en los pantanos del desánimo, buscando con ahínco una redención para sus abismos personales.

En su ensayo Los españoles (Elba, 2016), Gabriel Magalhaes -profesor de Literatura portugués en la Universidad de Beira Interior- aborda las contradicciones de esta nación de naciones, de este Estado “terriblemente plural”. Un país de “enemigos íntimos” en el que los viejos volcanes nacionalistas pueden entrar de nuevo en erupción.  (...)

Un mosaico de impaciencias en perpetuo movimiento, acunan al lector, como un conjunto de Españas que viven en endémica crispación, “España es ante todo esta tensión, que genera subyugaciones, exclusiones o purgas crueles”.

El visitante luso, “siento cariño y admiración por España”, se impresiona con la omnipresencia de este ambiente hostil que envuelve la cotidianidad española, como una corriente eléctrica que recorre toda la nación.

Y es que, en España, muchas cosas son la tirantez permanente de sí mismas, lo que hace que se viva en la inminencia, más o menos probable, de una tragedia. Y de esta fiebre de la vida nacional nadie se libra. 

 Tensos castellanos, rígidos y ásperos; catalanes, permanentemente inseguros de su fuerte y frágil identidad nacional; vascos brutales por esas mismas razones; andaluces, soleados, de tirantez latente; gallegos, sutiles y de medias palabras ante los griteríos ibéricos. Y Madrid, “central nuclear de todo tipo de tensas radioactividades”.

En medio de ese calambre -que recorre España, de punta a punta, como una tempestad- Magalhaes asienta al español como a un superviviente que entre tantas tragedias, busca y construye un firme optimismo “que constituye un rasgo enorme de identidad nacional”. Una lección que España da al mundo entero.

Sin duda, este valor entraña la forma más digna de permanecer en pie, de mantener el tipo durante los conflictos que brotan de la diversidad nacional, porque los distintos nacionalismos alimentan la máquina que produce la tensión: el generador de la electricidad ibérica. (...)

el español ha decidido plantar cara al peligro circundante con una sonrisa. Y se sube a un “columpio espiritual, que oscila entre la conciencia de los dramas nacionales que lleva a la espalda y un optimismo que se ejerce como una obligación colectiva”. 

La debacle del 98 supuso el fin del imperio lo que, sin ningún género de dudas, conllevó una formidable pérdida de identidad, “como si se hubiese borrado el rostro nacional de un espejo hegemónico”. Quizá esto explique el fuerte sentimiento anti yanqui que, a día de hoy, perdura en el alma española.  (...)"            (El Español | Luis Sánchez-Merlo, en Revista de prensa, 03/02/16)

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