"(...) Cataluña es hoy un mito al servicio de un nacionalismo de exclusión.
Lo que más irrita al “soberanismo” es la comparación con esos
antecedentes de los años treinta, al impulsar la Generalitat una
homogeneización forzosa de las ideas en la sociedad catalana. Sobran
pruebas.
¿Ofrece el Gobierno de Mas un marco pluralista donde se
confronten las distintas opciones de futuro?, ¿deslinda los campos entre
la institución y los partidos independentistas?, ¿hay algo en su
discurso que no sea descalificación de la inserción en España?, ¿respeta
el marco legal en función del cual ejerce el poder?
Los rasgos totalistas son incuestionables. Distinción entre pureza (Cataluña, independentistas,sí) e impureza (España, negación de Cataluña, no). Monopolio del discurso público desde la Generalitat, sacralizando el sí como instrumento del “pueblo catalán”; condenando el no como
oposición a Cataluña.
Sacralización del nombre de Cataluña, esencia
suprahistórica, portadora desde tiempo inmemorial de un ansia
democrática negada por España. Arrepentimiento tipo confesión: amaban a
España, buscaron pactar, pero ya solo cabe el divorcio político. Lengua
de palo en los elogios y las descalificaciones a críticos y disidentes
(Mas sobre la carta de Felipe: “panfleto incendiario”).
Cierre del
espacio público —Generalitat, TV3— a toda expresión alternativa
(Borrell). Los del no ni existen políticamente ni deben existir:
son para la Generalitat ciudadanos de segunda clase cuya opinión no
cuenta; que sigan fieles a La Roja. Si este entramado ideológico no
supone un totalitarismo horizontal, ¿qué es? (...)" (
Antonio Elorza
, El País, 18 SEP 2015)
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