"El extraordinario poema “La casa de mi padre” de Francisco Javier
Irazoki comienza así: «Desde la casa / primero se veía el miedo / y
después, / el color verde del paisaje».
Les ruego que sigan el hilo de tres historias que, en el fondo, siguen siendo la misma.
Cuando el 8 de agosto de 2002 más de 30 miembros de Batasuna se
acercaron a la Casa del Pueblo de Andoain, para precintarla, se
encontraron a dos hombres dentro: uno era el concejal socialista Estanis
Amutxastegi y el otro, mi hermano, Joxeba Pagazaurtundúa. Los de
Batasuna, pese a gobernar el municipio, también utilizaban técnicas
mafiosas en sus campañas de propaganda. Jugaban a doblegar a los
partidos constitucionalistas. El miedo era intenso y una mayoría se
resignaba.
Los dos hombres de esta historia real y otro puñado de socialistas
mantenían una mínima actividad en aquella sede, pese al peligro cierto
que se cernía sobre todos ellos. Sabían que abrir la persiana todos los
días, aunque fuera un rato, era un importante acto de resistencia civil.
Habían sido acosados antes. Quemaron antes y después sus viviendas y
coches. Ese día, los dos hombres fueron insultados y amenazados. Y uno
de ellos, Koldo Otamendi, al que Joxeba pudo reconocer perfectamente, se
alejó después de golpearle con un palo al grito de «ya te pillaremos».
«¡Españoles, fascistas!».
A Joxeba, seis meses más tarde, un etarra le
descerrajó varios tiros en la cabeza. Poco tiempo después, el agresor,
que ni se presentó en el Juzgado de Tolosa donde se vio el asunto, fue
condenado a 350 euros de multa.
La frase de que había que matar a todos los españoles la solíamos
escuchar al descuido, cuando pasábamos de día junto a una txozna durante
las fiestas patronales, un suponer. De noche el riesgo de una agresión
física era mucho más intenso. El odio antiespañol se combinaba con la
búsqueda de la expulsión física o la eliminación. No ser nacionalista
vasco como ellos suponía, en su jerga, ser fascista y esta consideración
suponía levantar la veda para todo lo demás.
No era, no es, un odio cualquiera, sino un odio político que sirve
para construir un sistema político fuera de España. Los nacionalistas
que no mataban, duros de corazón, estaban a otras cosas. En mi opinión
el antiespañolismo fanático y antidemocrático no se ha afrontado en el
País Vasco y Navarra de forma clara y sin tapujos. Nuestra vida privada
ha mejorado, pero hay un tipo de microviolencia moral en muchos espacios
que no se quiere evaluar.
El 15 de octubre de 2016 un grupo de jóvenes del entorno nacionalista
heredero de Batasuna reconoció en un bar de Alsasua –Navarra–, por la
noche, a dos guardias civiles y sus parejas. Los insultos dieron paso a
una agresión brutal que sólo terminó cuando llegó la policía foral y
disolvió a la jauría. Les gritaron cosas como «hijos de puta, putos
pikoletos, txakurras, fuera de aquí (…) Esto os pasa por venir aquí,
tenéis lo que os merecéis».
Las campañas de acoso a la Guardia Civil y sus familias en Alsasua
contienen todos los elementos tradicionales de la estrategia política
antidemocrática de Batasuna.
Han hecho el vacío a la chica de Alsasua, pareja del teniente de la
Guardia Civil, por serlo. Las vejaciones son continuas. A las mujeres de
los guardias llegan a escupirles a la cara; les estigmatizan para que
todo el pueblo sepa que quien está con ellos correrá la misma suerte. (...)
La tercera historia empieza en el momento en que desaconsejaron a
Consuelo Ordóñez, la presidenta del Colectivo de Víctimas del País
Vasco, que se acercara a Alsasua el día 22 de octubre de 2016, porque se
esperaba una concentración multitudinaria en favor de los agresores de
los guardias y sus parejas.
El odio se mostró en cuanto simplemente se
colocaron ante ellos. «Fascistas». «Asquerosa». «Fuera de aquí».
«Vosotros odiáis», «vete a tu pueblo»… fueron algunos de los insultos.
Son la muestra del mismo tipo de intolerancia y odio político que
identifica como fascista a todo aquello que no se somete a la hegemonía
del nacionalismo.
Si Covite no lo hubiera denunciado, no se habría incoado el
procedimiento sobre las responsabilidades judiciales de la agresión y
esto, una vez más, muestra la debilidad del Estado. Sin Covite no se
habría conocido la verdadera dimensión del odio, pero además las
agresiones habrían quedado impunes. (...)
El poema de Francisco Javier Irazoki es un canto a la superación de
la tragedia del terrorismo nacionalista vasco cuando, algún día, «sólo
veremos un clavo enfermo en el sitio donde estuvieron las frases de
quien justificó el crimen político».
Con la ponencia del Parlamento
Vasco no será posible.
En opinión de mi familia, el clavo enfermo de nuestra sociedad sigue
siendo el discurso del odio enmascarado y escondido en los prejuicios de
los que nos persiguieron. Por eso no condenan su pasado. Por eso
ensalzan a los asesinos. Por eso los ven como víctimas.
Lamentablemente hay resignación –una forma de consentimiento– de
muchos otros a este estado de cosas que sigue siendo intolerable y
debilita nuestro futuro." (Maite Pagazaurtundúa, europarlamentaria. El Mundo, 04/02/17)
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