"(...) la razón principal del pacto entre nacionalistas y socialistas vascos es
que los socialistas ya no son en el País Vasco alternativa a nada, sino
el cuarto partido, y empatado a escaños con el último. (...)
Los socialistas vascos aciertan en hacer valer su apoyo, sobre todo,
por el propio contenido del pacto: hasta tal punto supone una sumisión a
la estrategia, al lenguaje y a la corrosión nacionalista.
Casi lo de
menos es que en el apartado final sobre el autogobierno se detallen con
una precisión lacerante todos los asuntos que serán abordados en la
ponencia de reforma del Estatuto y que el primer asunto sea «el
reconocimiento de Euskadi como nación» y el segundo «el reconocimiento
del derecho a decidir del pueblo vasco».
Lo que debe de resultar
realmente insoportable para un socialista vasco, para un socialista,
pongamos por caso, como Nicolás Redondo Terreros, es de qué modo el
documento hace suya la narrativa nacionalista.
Basten como ejemplos
centrales la insistente consideración del Estado español como un enemigo
o la legitimidad predemocrática (histórica la llaman ellos) del
autogobierno vasco. O este párrafo singular en términos fácticos, aun
calientes los golpes de Alsasua, y que tanto prejuzga respecto de los
trabajos sobre la memoria y los días que el pacto prevé desarrollar:
«Tras el anuncio del fin de la actividad armada de ETA en 2011, en el
periodo 2012-2016 se han producido avances sustanciales en la
coexistencia [en efecto: llamarle convivencia sería un exceso], sin
asesinatos ni amenazas».
Lo que queda del socialismo vasco ha hecho bien en cobrarse intensamente, con cargos." (Arcadi Espada, El Mundo, 22/11/16)
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