"(...) Aclaremos el punto de partida. Nacionalismo deriva de nación, pero no
de cualquier concepto de nación sino, al menos en el contexto europeo
moderno, de uno específico: del concepto de nación identitaria (o
cultural), muy distinto al de nación jurídica (o política).
Sin entrar en complejas disquisiciones, entendemos por nación
identitaria aquella comunidad cuyo vínculo de unión entre las personas
que la componen está basado en un sentimiento de pertenencia debido a
compartir ciertos rasgos peculiares que condicionan o determinan su
personalidad individual. Estos rasgos, de naturaleza más o menos
objetiva, suelen ser una lengua, una religión, una raza, un pasado
histórico común, una cultura, un territorio o unas arraigadas
costumbres.
Se considera que tales rasgos —todos, algunos o solo uno de
ellos— confieren una identidad colectiva nacional que genera una
corriente de afecto mutuo y de solidaridad entre sus miembros, capaz de
crear una sociedad diferenciada respecto de su entorno.
Muy distinto es el concepto de nación jurídica (también denominada
nación política). Desde esta perspectiva, la nación está formada por un
conjunto de personas libres e iguales en derechos, es decir, por
ciudadanos, que residen en un determinado territorio y cuyo vínculo de
unión es una Constitución elaborada y aprobada por ellos mismos o por
sus representantes.
Su función consiste en delimitar el ámbito de
libertad de estos ciudadanos mediante normas jurídicas y garantizarlo
mediante órganos institucionales. A este conjunto de normas y órganos le
denominamos Estado de Derecho y, si asegura la igual libertad de todos,
le añadimos los calificativos de democrático y social.
Por tanto, uno y otro concepto son muy distintos. En un caso, el
vínculo de unión deriva de determinados rasgos naturales o culturales;
en otro caso, de valores —libertad e igualdad— asegurados jurídicamente
mediante normas de conducta o de organización.
¿Son incompatibles ambos
tipos de nación? No necesariamente. Sólo serán incompatibles si se
considera que la identidad nacional, una construcción ideológica
derivada de los rasgos antes dichos, determina, condiciona y, en
definitiva, limita, la igual libertad de los individuos.
El nacionalismo identitario es democráticamente legítimo ya que está
amparado por la libertad de pensamiento, pero deja de serlo cuando se
impone como obligatorio. Es entonces cuando se le suele denominar
nacionalismo excluyente, contrario al pluralismo ideológico,
imprescindible en todo Estado democrático.
Cuando en tiempos de Franco
se decía que alguien era antiespañol, o en tiempos democráticos se tacha
a algunos de ser anticatalanes o antivascos (o antiespañoles), se está
hablando desde esta perspectiva excluyente. Es tan legítimo, desde un
punto de vista democrático, ser nacionalista como no serlo.
Pero negar
esta última alternativa, sostener que hay que ser “nacionalista de
alguna nación”, no es conforme con los principios y valores
democráticos. Así pues, el nacionalismo deriva de la idea de nación
identitaria, no de la idea de nación jurídica, porque esta,
precisamente, se basa en los valores universales que inspiran el Estado
democrático de Derecho. (...)
España, la idea nacionalista identitaria de España, dominaba el
debate y el Estado centralista —con la relativa excepción de la II
República— permanecía incólume. Por todo ello, por darle mil vueltas al
“ser” de España, Juan Marichal se refirió a la obsesiva “introspección
histórica española”.
De no nacionalistas hubo pocos, aparecieron al
final de esta época y fueron muy variados: apenas encontramos a
Francisco Ayala, Gonzalo Fernández de la Mora o Julio Caro Baroja.
Pero esto empezó a cambiar hacia los años sesenta y, definitivamente,
a partir de la aprobación de la Constitución de 1978. Allí se definió
una concepción de nación española en sentido jurídico, entendida como
pueblo español, como conjunto de ciudadanos españoles iguales en
derechos, sin connotaciones identitarias.
España era considerada como un
Estado Social y democrático de Derecho, la soberanía nacional residía
en el pueblo, en el poder constituyente, y la unidad era compatible con
la autonomía política de las nacionalidades y regiones. Esta estructura
territorial, la de la España de las autonomías, apenas nadie la rechaza
hoy, no hay peligro de vuelta al Estado centralista.
Pero además de descentralizarse internamente, España se abrió también
hacia el exterior con la entrada en la UE, al ir transfiriendo
incesantemente competencias a Bruselas; entre ellas, nada menos que la
de emitir moneda. Por otro lado, la fuerte inmigración de los últimos
quince años no ha dado lugar a un nacionalismo xenófobo español, no hay
partidos de extrema derecha, ni antieuropeos ni antiinmigración, como
sucede en la mayor parte de Estados de la UE.
Como dijo Santos Juliá al final de su libro Historias de las dos Españas,
“cuando se habla el lenguaje de la democracia resulta, más que
embarazoso, ridículo, remontarse a los orígenes eternos de la nación, a
la grandeza del pasado, a las guerras contra invasores y traidores;
carece de sentido hablar de unidad de cultura, de identidades propias,
de esencias católicas; los relatos de decadencia, muerte y resurrección,
las disquisiciones de España como problema o España sin problema se
convierten en curiosidades de tiempos pasados.
El lenguaje de la
democracia habla de Constitución, de derechos y libertades individuales,
de separación y equilibrio de poderes y, entre españoles, de
integración en el mundo occidental, de ser como los europeos…”.
Eso es lo que sucedió en España, a excepción de Cataluña, País Vasco
y, en mucha menor medida, Galicia y alguna otra comunidad. ¿Hay
nacionalismo español? Sin duda hay nacionalistas españoles, de
tendencias muy distintas, pero con escasa influencia política, social y
cultural.
Si continuamos por ese camino, y se rectifica en las
comunidades citadas, quizás lleguemos a aquella situación ideal deseada
por Harold Laswell, un clásico de la ciencia política: “Nación feliz,
sin duda, la que no tiene ningún pensamiento sobre sí misma”. (
Francesc de Carreras , El País,
10 MAR 2015)
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