"(...) informe que un grupo de historiadores del Instituto Foronda acaba de
presentar en el Parlamento en torno a «los contextos históricos del
terrorismo en el País Vasco y la consideración social de sus víctimas».
Se trata de una aportación rigurosa que se suma a las muchas iniciativas
antes aludidas y que se ocupa, en este caso, del impacto de todo orden
que la violencia ha tenido en la sociedad vasca, enlazando con la actual
preocupación por los relatos a elaborar para después del terrorismo.
El
hilo del informe traza el proceso de concienciación que la ciudadanía
vasca ha seguido respecto de la naturaleza del terrorismo –o de los
terrorismos– que ha padecido, así como el de su «empatización» con las
víctimas que más directamente lo han sufrido.
Diríase que tal proceso ha consistido en una serie nunca acabada de
rupturas, mediante las cuales la ciudadanía vasca ha ido liberándose de
las diversas inercias que comenzaron a inmovilizarla en los tiempos del
nacimiento de ETA, es decir, en la etapa del tardofranquismo y en los
años de la Transición. Se acompaña así en este recorrido a una sociedad
que desde la desorientación, la indiferencia y la apatía va caminando
hacia una actitud cada vez más explícita y comprometida con las víctimas
del terrorismo.
Tras cada una de estas rupturas aparece una razón
concreta que la explica, pero detrás de todas ellas se encuentra la
comprensión cada día más clara que la ciudadanía va adquiriendo respecto
de un terrorismo que, si en un inicio le pareció explicable, acabó
resultándole, desde la perspectiva humana, insufriblemente cruel y,
desde la ético-política, del todo injustificable.
De las cuatro etapas en que el informe divide el proceso, tiene, en
mi opinión, especial importancia la segunda, llamada de la
«consolidación democrática», que iría de 1982 a 1994. En ella se produce
la ruptura quizá más clara de la inercia heredada del pasado y la más
influyente, sin duda, en la posterior aceleración del proceso. Dos son
los hitos que el informe destaca como definitorios de la etapa, el uno
de carácter social y el otro de índole política.
Se trata del nacimiento
de la Coordinadora Gesto por la Paz, en 1986, y de la firma del Pacto
de Ajuria Enea, dos años más tarde. Todo el mundo sabe a día de hoy cómo
ambos hechos se retroalimentaron y fortalecieron uno a otro, hasta el
punto de coincidir en su auge y en su declive. Pero a mí me interesa
subrayar en estas líneas algo que, al hablar del Pacto, suele pasar
inadvertido o no se valora, cuando menos, en su justa medida.
De las inercias que la sociedad y la política arrastraban del
tardofranquismo y de la Transición quizá la más importante fuera la
vinculación que se había establecido entre ETA y el llamado «conflicto
vasco». Tal vinculación otorgaba a la organización terrorista un
carácter político que se sobreponía a la repugnancia de sus acciones,
embadurnándolas con un tinte que las hacía, si no aceptables, sí, en
cierta medida, explicables y hasta disculpables.
Esta inercia actuaba
con mayor intensidad, y por razones obvias, sobre el nacionalismo
democrático. Reforzaba, desde una perspectiva ideológica, la inercia, de
índole más natural, que ya preexistía por los que podrían llamarse
‘lazos de familia’. Pues bien, si algo hizo el Pacto de Ajuria Enea, fue
romper esta inercia que inmovilizaba al nacionalismo, definiendo el
terrorismo de ETA, no como el reflejo de un «conflicto político», sino
como la expresión más dramática de la intolerancia antidemocrática. El
eje que dividía a la sociedad entre nacionalistas y no nacionalistas
giró ciento ochenta grados para dividirla entre demócratas y violentos.
La importancia de esta ruptura sólo puede medirse, por paradójico que
suene, por su propia fragilidad. Cuando en 1998 se diluyó el Pacto de
Ajuria Enea y su lugar fue ocupado por el Acuerdo de Lizarra, el eje
volvió, como un resorte libre de presión, a la posición anterior, la
vieja visión política del terrorismo recuperó el espacio perdido y la
empatía con las víctimas se resquebrajó de manera alarmante.
Por decirlo
con una imagen, de la ejemplar unidad que, todavía en 1997, se fraguó
por el asesinato de Miguel Ángel Blanco se pasó, en 2000, al dramático
fraccionamiento que se produjo tras los de Fernando Buesa y Jorge Díez.
Nadie habría pensado ni que las inercias fueran tan fuertes ni sus
rupturas tan endebles y engañosas. Bueno es recordarlo para no
equivocarse a la hora de elaborar un relato veraz del pasado y de
asentar unas bases sólidas para la convivencia en el futuro." (JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 01/03/15, en Fundación por la Libertad)
No hay comentarios:
Publicar un comentario