"– Hemos tratado de hacer una contextualización desde un enfoque
historiográfico de toda la trayectoria del terrorismo en Euskadi desde
el punto de vista de los efectos que ha provocado.
La aportación más
importante que realizamos es la cuantificación de la movilización social
cuando hubo atentados mortales. Todos podíamos sospechar que la
respuesta en los momentos iniciales fue pequeña, pero ahora lo hemos
confirmado con datos.
– La respuesta que ofrecen es bastante lamentable para la sociedad
vasca. ¿Era inevitable esa falta de implicación con las víctimas?
– En historia no hay nada inevitable. Eso responde a un contexto
concreto. Hubo partidos y asociaciones que desde un momento temprano sí
tomaron una postura activa de sacar a la gente a la calle contra el
terrorismo de ETA.
– ¿Por ejemplo?
– Pues el Partido Comunista. Era una formación pequeña pero tuvo una
postura activa. En su momento había defendido una respuesta violenta a
la dictadura franquista con el maquis, pero desde mediados de los
cincuenta abogó por la reconciliación nacional, y eso implicaba
democracia y paz. Y ellos vieron que lo que ETA estaba haciendo era
exactamente lo contrario. Ese tipo de posturas eran excepcionales.
– ¿En qué medida influyó la herencia de la dictadura en el respaldo que tuvo ETA durante la Transición?
– ETA carga con cierto prestigio porque en ciertos ambientes se le
consideró una organización principalmente antifranquista. Pero resulta
que yendo a los datos descubres que de sus más de 800 asesinatos, solo
algo más de 40 fueron durante la dictadura.
ETA no era una organización
que luchaba por las libertades, sino que es una conculcadora de esas
libertades. Medró y tuvo cierta capacidad para perdurar en el tiempo
gracias a una falta de cultura democrática. Y eso tiene que ver con el
odio al diferente bajo la etiqueta difamante de españolista.
– ¿Por qué la ciudadanía respondía de esa manera? ¿Por miedo? ¿Por convicción?
– La mayoría de la gente siempre ha estado en desacuerdo con los
métodos de ETA. Pero otra cosa era mostrarse de forma activa en la
calle. Hay una parte de miedo y otra de pensar que movilizarse daba aire
a los oponentes políticos sin verse únicamente como un acto cívico de
denuncia de un crimen.
– Aportan una reflexión. El terrorismo causó la «clandestinización»
de la «derecha españolista» y del «centro no abertzale» con la
«consiguiente merma democrática».
– Ha habido un amedrentamiento claro y eso tiene un coste político y
supone mucho desgaste. Hay un dato que dice mucho: en 2002, antes de
ayer en términos históricos, sólo el 4% de los votantes del PP no tenían
miedo a hablar de política.
– Pero no sólo la respuesta social fue deficiente, también la
judicial. Los sumarios se cerraban un mes después de los atentados.
– Algunos expedientes están perdidos, no se sabe ni dónde están y en
algunos casos la investigación se cerraba 24 horas después del
asesinato. Hay una parte de responsabilidad institucional. También es
verdad que el Estado estaba sobrepasado. No era capaz de gestionar toda
esa avalancha de investigaciones que tenía que analizar.
Según diversas
fuentes, puede haber hasta 300 crímenes sin resolver. Sigue haciendo
falta una gran labor de investigación.
– Más allá de la falta de medios para aclarar los atentados, también
es verdad que el Estado tampoco supo arropar a las víctimas.
– Las instituciones acudían a los funerales de las víctimas, pero no
sacaban a la gente a la calle ni cogían esa bandera movilizadora. Cuando
se produce la ausencia de las víctimas en el espacio público se produce
la muerte social.
– ¿ETA actuaba como una mafia?
– En algunos casos hay comportamientos mafiosos. Nosotros ponemos el
caso del alcalde de Oiartzun, al que días antes de ser asesinado le
pusieron un gato muerto en la puerta de su casa. Y no fue una excepción.
– Se preguntan en qué medida ha afectado el terrorismo a la sociedad vasca y a sus instituciones. ¿Han encontrado respuesta?
– La afectación ha sido a muy diversos niveles, en el económico, a
nivel social… Todavía falta mucho por hacer y es preciso evitar lo que
Juan José Carreras, un historiador ya fallecido, calificaba como la
igualación de las memorias.
Existe el riesgo de que una vez acabado el
terrorismo tendamos a ver lo sucedido como un escenario en el que todos
hemos sido víctimas y al final nadie es culpable. Y la historia no se
puede escribir así. José Bono sacó, por ejemplo, a desfilar a un
voluntario de la División Azul y a un republicano.
El sufrimiento que
esas personas hayan podido padecer por participar en una guerra puede
ser el mismo, pero el sentido político no tiene nada que ver. Una
persona estaba defendiendo la legalidad democrática de la República y
otra atacándola. Pues aquí se puede hacer la extrapolación.
– Ustedes sostienen que hay una «estrategia» por parte de quienes
apoyaron el terrorismo a justificar o «suavizar» la acción de ETA.
Aluden a la izquierda abertzale.
– Sí. Todavía les queda mucho camino que recorrer, si es que alguna
vez lo recorren. Siempre tienden a exculparse acusando al otro de los
abusos policiales, de las torturas y separándonos en dos bandos.
Primero, aquí no ha habido dos bandos, sí ha habido abusos policiales y
torturas, y su existencia y su ocultación es algo que todo demócrata
debe denunciar. Ahora, también hay que censurar el uso de esas denuncias
de torturas para, en lugar de fomentar un sistema democrático, hacer
justamente lo contrario, justificar que ETA continuara matando. (...)
Hay algo evidente: ETA ha sido la organización más longeva, la más mortífera con diferencia y la que más apoyo social ha tenido.
– ¿Y ese apoyo social no es una cruz que siempre deberá llevar la sociedad vasca?
– Eso no tiene vuelta de hoja. Lo que nos corresponde es compensar a
las víctimas. Una de las conclusiones que hacemos es que toda esta
historia no fue inevitable.
Al contrario de lo que los propios
terroristas consideraban, que tenían una especie de imperativo histórico
para hacer lo que hicieron, nosotros destacamos el papel de su elección
por el mal. Adolf Eichmann (dirigente nazi juzgado y condenado a muerte
en Israel en 1961) también decía que no tenía elección. Ellos dicen que
tuvieron que coger las armas para defender no se qué…
Eso te pone ante
un dilema, la denominada banalidad del mal. Un tipo gris, que está
satisfecho de no tener un criterio propio, pero es que un tipo tan
intrascendente puede cometer una cosa tan transcendente como quitarte la
vida. Toda esa carga está en nuestra mochila, ahora hay que
gestionarla.
– Un tipo gris que volvía a su pueblo o estaba en la cárcel y era considerado un héroe.
– Pues sí, poco más se puede decir. (...)" (Entrevista RAÚL LÓPEZ / Historiador, EL CORREO – 09/03/15, en Fundación para la Libertad)
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