"Hace apenas dos meses sufrí una tremenda cornada de un animal llamado
ictus. Me llevó a la frontera entre este mundo y el siguiente durante
unos días que se me hicieron eternos. Pero no llegué a ver la luz
cegadora que algunos atribuyen al más allá. (...)
A la vuelta he encontrado una realidad muy poco cambiada. De la
familia no voy a hablar, ni de mis amigos, ni siquiera de los
maravillosos trabajadores de la sanidad española.
Abro el periódico y sigo viendo a Artur Mas copando los titulares con
un discurso tan tremendista como el de septiembre. (¿Por qué los
catalanes están condenados a tener de cuando en cuando un presidente
mesiánico?). Mas saca pecho y pide que le sacrifiquen como hizo Companys
hace 80 años. Pero le falla que nadie tiene ganas de detenerle. Para
que haya un mártir se necesita un verdugo.
Cuando uno viene de asomarse al otro lado pierde algunos impulsos
bondadosos. Ahora está de moda decirles a los catalanes que los demás
les queremos. ¿Les queremos a todos? Yo prefiero decir que si alguien no
me quiere, tampoco le quiero yo. La política no puede mezclarse con los
sentimientos.
Con los auténticos, y menos con los falsos. Yo no puedo
querer a quien me dice que le robo ni a quien me acusa de genocida por
ser castellano. Quiero a los catalanes igual que a los de Badajoz.
Conformémonos, y no es poco, con respetar la ley que pactamos un día
entre todos.
Yo no sé si en el otro lado se descansa en paz pero por lo menos que no me llamen hipócrita en este." (
Jorge M. Reverte
, El País, 13 NOV 2014)
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