21/7/14

Hay muchas razones psicológicas por detrás de un desajuste moral que lleva a empatizar con los asesinos... y en el País Vasco se dan todas

"(...) Pero los desórdenes morales en torno al nacionalismo catalán de los últimos tiempos resultan pecados veniales comparados con los que han acompañado durante tantos años al nacionalismo vasco. El más evidente, el matonismo cotidiano: el asesinato, la intimidación y los desplazados políticos.

 La falta de libertad, sin más, tan magníficamente sintetizada en la clásica secuencia de Blade Runner: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo». Falta de libertad de unos que era falta de libertad sin más (...)

A partir de ahí, el resto. El terror era el soporte material –que no el intelectual– último de las miserias de muchos otros, de cómplices, que cobijaban al criminal y señalaban a la víctima; de los que comprendían los asesinatos, «porque algo habrán hecho»; de los apocados, que educadamente pedían a su vecino que «por favor, no deje el coche en el garaje de la comunidad, que los demás no queremos pagar por sus ideas», y de los equidistantes, que otorgaron razón a la violencia por el hecho mismo de serlo y pedían «diálogo», como sucedió con aquel improvisado remate de la periodista Gemma Nierga –portavoz circunstancial de los allí presentes– a la manifestación posterior al asesinato de Ernest Lluch: «Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar; ustedes que pueden, dialoguen, por favor».  (...)

Hay muchas razones psicológicas por detrás de un desajuste moral que lleva a empatizar con los asesinos, casi todas con el nombre de solemnes teorías psicológicas: disonancias cognitivas, preferencias adaptativas, síndrome de Estocolmo, etc.

 Cada una a su manera confirma que los humanos andamos necesitados de levantar patrañas para afrontar fragilidades y desamparos, hasta incluso buscar la simpatía de quien nos esclaviza. Intentamos recrear nuestras biografías y pactar con miserias y cobardías sin sentirnos miserables o cobardes. Eso y mil cosas más, seguramente. Y casi es normal que suceda.

Pero si en el caso del terrorismo nacionalista se materializan con tal naturalidad es porque un armazón argumental allana el camino: el relato del conflicto con la nación oprimida. A partir de la asunción de que hay una justicia última en el relato nacionalista, de que una reclamación digna late por debajo de la indignidad de los procedimientos, la retórica de la comprensión se precipita. 

La identidad ignorada, el trato especial, las asimetrías y la historia, sobre todo la historia, servirán para establecer reconciliaciones y equidistancias imposibles entre víctimas y victimarios, para contraponer los esfuerzos de «la izquierda abertzale» a la intransigencia del «Tea Party pepero», para reclamar diálogos, perdones y el aquí paz y después gloria.   (...)

Pero la magnitud del desarreglo moral es todavía mayor, si tenemos en cuenta que la política no siempre es coartada: pocos disculpan los crímenes de nazis y xenófobos. La vileza radica en que cuando se dice «por razones políticas», se está queriendo decir «razones políticas justas».

 Ahí se instala la línea de demarcación con los nazis, la que sostiene el edificio entero de la comprensión, la que hace impensable la retórica del arrepentimiento, la que allana el camino a que, al salir de la cárcel, los criminales sean recibidos como héroes y encuentren a los suyos ofreciéndoles el balcón de los consistorios para los aplausos de los vecinos.

 Nada que ver con el final del franquismo, cuando los cómplices de la dictadura volvían discretamente a sus casas, confiando en que nadie les recordara su pasado. El problema no era de poder, pues poder siguieron conservando los franquistas durante bastante tiempo, mucho más que el de una ETA policialmente derrotada por un Estado democrático, sino de paisaje moral, de ese sórdido paisaje moral ocupado por el mentiroso relato nacionalista del conflicto. El problema era que «franquista» era una ofensa y «abertzale» es un honor. (...)"          (FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 05/07/14, FÉLIX OVEJERO)

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