"El 4 de febrero de 2006 se produjo el desalojo de una casa okupa y el
resultado fue realmente trágico: uno de los agentes recibió un golpe en
la cabeza y quedó en estado vegetativo; varios jóvenes resultaron
encarcelados y una de ellos, Patricia Heras, acabó suicidándose.
Patricia, una joven madrileña, decidió salir aquella noche con su amigo
Alfonso y se cayeron de la bicicleta. Fueron al Hospital del Mar y allí
coincidieron con la Guardia Urbana y los detuvo como causantes de los
altercados pese a que jamás habían estado en esa fiesta. ¿Qué hacía allí
la Guardia Urbana? Habían llevado a curar a otros detenidos.
Resulta
estremecedor saber que en Barcelona alguien acaba en un hospital tras un
interrogatorio. Estremecimiento. Esa es la sensación que tuve durante
las dos horas que dura la película Ciutat morta. (...)
La película consta de una serie de entrevistas así como de imágenes
tomadas de los telediarios con algunas explicaciones sobreimpresas sobre
un mapa de la ciudad para poder entender el desarrollo cronológico de
los hechos, hechos para los que debería crearse un nuevo adjetivo porque
"kafkiano", "rocambolesco", "surrealista" o "esperpéntico", por citar
alguno, se quedan bastante cortos. A partir de la ingente labor de
documentación de los periodistas de La Directa, en
esta película se intenta explicar al público lo que es realmente
inexplicable en un Estado de Derecho: unos jóvenes son detenidos y
torturados en una comisaria de Barcelona por un delito que no han
cometido y dos de ellos ni tan siquiera han estado en el lugar de los
hechos.
Según la versión de los guardias urbanos Víctor Bayona y Bakari
Samyang, un grupo de "estética okupa y antisistema" liderado por el
chileno Rodrigo Lanzas iba a provocar daños de manera premeditada. A
Patricia, chica muy delgada, se la acusa, por ejemplo, de lanzar una
valla algo difícil de creer por su complexión.
Rodrigo fue, según ellos,
el que lanzó la piedra letal pese a que J.L. Rodríguez Mayorga, doctor
en Medicina y Cirugía, especialista en Medicina Legal y Forense y
profesor de la UB así como su equipo dictaminaron que era imposible que
el daño fuera causado de la manera que explican los guardias.
Parece ser
que la causa más probable es el impacto de algún artefacto
–posiblemente una maceta- lanzado desde arriba, que es la primera
explicación que dio el entonces alcalde Joan Clos según el informe que
se supone que escribió Víctor Gibanel (Responsable de Información de la
Guardia Urbana) aunque fue descartado en el juicio por la instrucción de
la juez Carmen García Martínez (Juzgado Instrucción 18 Barcelona). (...)
Todas las evidencias están en contra de lo que afirman los guardias
urbanos y, sin embargo, su testimonio es el único que se tiene en cuenta
para dictar sentencia. Bien, es la palabra de unos garantes del orden y
la seguridad frente a unos "antisistema", se puede pensar.
Pero ahora
sabemos de forma cierta que estos dos agentes han mentido, torturado e
inventado pruebas. Jesús Rodríguez, periodista de La Directa
les seguía la pista desde el caso 4F y descubrió que eran los mismos que
habían torturado a Yuri Sarran y lo habían acusado de traficante de
droga. Pero esta vez tuvieron la mala suerte de que se tratara del hijo
del cónsul de Trinidad Tobago en Noruega y no un inmigrante negro pobre.
Y es que en los dos casos que están relacionados estos agentes
resulta muy evidente el racismo así como la falta de aceptación de la
alteridad. De los cinco encarcelados, tres eran nacidos en el continente
americano y según cuentan, alusiones como "sudaca de mierda" fueron
frecuentes durante las torturas.
Además, son constantes las referencias a
su estética "okupa" o "antisistema". A Patricia dicen reconocerla por
su peinado, que recrea cuadrados, inspirado en Cyndi Lauper. Le
molestaba que la consideraran una antisistema y que dijeran que ese era
su aspecto, porque ella no era ninguna antisistema y, además, cuidaba
mucho su estética.
Ella y Alfonso, homosexuales. Y cobra aquí todo el
sentido el término queer cuando se acuñó: queer, bollera, lejos
de la imagen del homosexual respetable que se convierte en un buen
target para la sociedad de consumo. Sudacas, antisistemas, tortilleras,
maricones, epítetos denigrantes que deshumanizan, que anteponen la marca
a la persona.
La alteridad difícil de digerir por según qué estamentos
de la sociedad y que sirven como coartada para encubrir una trama de
corrupción institucional, judicial y policial. Como dice el profesor de
Antropología de la UB Manuel Delgado durante una de las entrevistas de la película,
los detenidos son percibidos como la suciedad, así que retirarlos de la
circulación es un asunto de orden higiénico.
Mientras, los dos policías
municipales cuyas torturas quedaron probadas, han logrado burlar su
entrada en la cárcel y esperan en sus casas el más que probable indulto." (Sonia Sierra, Crónica Global, Martes, 24 de junio de 2014)
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