"Una mirada atenta a las actitudes nacionales existentes en el seno de la sociedad catalana de hoy permite, entre otras cosas, detectar con precisión el grupo de ciudadanos que podríamos calificar como militantes a la secta del autoodio.
Generalmente, abundan personas de un determinado nivel cultural y con una cierta experiencia política, incluso, en muy buena parte procedentes del mundo de las izquierdas.
El autoodio sufre una incomodidad obsesiva con el país y con cualquier cosa que tenga relación, por insignificante que ésta sea, y se expresa con una crítica destructiva permanente contra el que es de aquí, contra cualquier iniciativa, proyecto o propuesta que venga de ahí, con un desprecio enfermizo, un odio infinito contra todo lo que sea catalán o que lo parezca.
Salta como un reflejo automático al simple mención o aparición de las palabras "catalán" o "Cataluña", tanto da la idea posterior que acompañe estas dos palabras.
Hay gente, pues, a quien desagrada ser lo que son, de dónde son o bien de donde pueden ser si así lo desean. En ocasiones, la visceralidad anticatalana les lleva a proferir todo tipo de pestes y mentiras, a menospreciar todo lo que es catalán, bueno y elevando a los altares de la veneración cosas positivas de otras latitudes, sobrevaloradas con frecuencia, a veces simples mediocridades.
Establecidos en el estadio permanente de "ciudadanos del mundo", militantes de un cosmopolitismo sin raíces, en la práctica esto acaba siendo siempre sin raíces catalanas, aunque con una vocación y militancia española inequívoca, por acción o por omisión.
Algunos son profesores en la universidad, periodistas, políticos de segundo nivel, actores y cantantes con aires de "progre", recibidos a lo grande en los medios de comunicación españoles, donde son estrellas en sus tertulias y programas que vomitan hiel contra Cataluña y donde coinciden, ay, con el más casposo de la sociedad española.
Algunos son profesores en la universidad, periodistas, políticos de segundo nivel, actores y cantantes con aires de "progre", recibidos a lo grande en los medios de comunicación españoles, donde son estrellas en sus tertulias y programas que vomitan hiel contra Cataluña y donde coinciden, ay, con el más casposo de la sociedad española.
Se mueven por los platós con familiaridad y un cierto aire de arrogancia, mezcla, más bien, de decepción e insatisfacción personal en no sentirse valorados por las administraciones del país y la misma sociedad catalana.
Están convencidos de que, en Cataluña, no tienen la relevancia que se merecen, ni tampoco la consideración social y que su obra debería conocer un éxito comercial y de público muy por encima del que ahora tienen.
En España, son exhibidos como víctimas indefensas e inocentes de una cruel persecución catalanista - pobrecitos,! -, Según la cual el español, el segundo idioma más hablado del mundo, oficial en tres continentes y en veinte estados, vería peligrar su futuro, casi al límite de la extinción, pero no a su propio territorio, sino en los Países Catalanes, no por parte del inglés o el chino, sino del catalán, lengua todavía minorizada, ausente de todos los organismos internacionales.
Son especialmente beligerantes con la cultura tradicional y popular catalana, a la que consideran provinciana y de poca monta (castillos, sardanas, gigantes, etc), pero son del todo comprensivos y defensores de todo tipo de expresiones culturales populares de cualquier lugar , a propósito de las cuales carecen de palabras para elogiar su autenticidad, originalidad o vistosidad, eso sí, con el único requisito de que no sean catalanas.
Son especialmente beligerantes con la cultura tradicional y popular catalana, a la que consideran provinciana y de poca monta (castillos, sardanas, gigantes, etc), pero son del todo comprensivos y defensores de todo tipo de expresiones culturales populares de cualquier lugar , a propósito de las cuales carecen de palabras para elogiar su autenticidad, originalidad o vistosidad, eso sí, con el único requisito de que no sean catalanas.
No tienen inconveniente en extasiarse, en público, ante la primera chabacanería llegada no importa donde, sobre todo si éste donde es español. De esta manera, mientras lo catalán es sinónimo de ramplón, vulgar, rancio, anticuado, cerrado y pasado de moda, lo que llega de otros lugares es, en cambio, característico, interesante, étnico, antropológico, curioso, singular , original, auténtico, bella manifestación de la cultura popular, aunque a veces sea de un primitivismo sencillamente bestia, pero, eso sí, español.
Se trata de gente a la que molesta ser catalanes o, quizás, de gente que piensa que nunca será vista y admitida del todo como tal. Es un comportamiento relleno de todo de complejos, frustraciones y traumas y, buscando, buscando, no es casual que aparezca algún factor de procedencia que sea, de hecho, el principal factor desencadenante de la incomodidad y el autoodio.
Se trata de gente a la que molesta ser catalanes o, quizás, de gente que piensa que nunca será vista y admitida del todo como tal. Es un comportamiento relleno de todo de complejos, frustraciones y traumas y, buscando, buscando, no es casual que aparezca algún factor de procedencia que sea, de hecho, el principal factor desencadenante de la incomodidad y el autoodio.
A veces hay que tener cuidado con la pertenencia originaria a un determinado estatus socioeconómico: o bien muy alto, hastiados en saberse hijos de la alta burguesía o bien muy bajo, mortificados constantemente en recordar que en casa se ganaban la vida trabajando en una portería del Eixample barcelonés.
En otras ocasiones, tiene que ver el origen geográfico, cultural o lingüístico que, con una visión étnica, nacionalista y anticuada de los fenómenos nacionales contemporáneos, los hace autoexcluirse de la posibilidad de ser miembros activos del proyecto nacional catalán.
Ente algunos de los nombres más relevantes intelectualmente del autoodio (hay apellidos que delatan), hay de hijos de colaboradores del franquismo, tan progres ellos, gente que se enriqueció con la dictadura y con familiares directos culpables de haber delatado demócratas, republicanos y catalanistas ante las autoridades falangistas que acompañaban el ejército de ocupación y que dictaron sentencias de muerte o de prisión contra las personas denunciadas.
Madrid sabe de qué pie calzan y por eso los deslumbra, beneficia y promociona, a cambio de adoptar una actitud de menosprecio metódico de todo lo que es catalán y de sobrevaloración de todo lo que pueda gustar allí, en un gesto mayúsculo de provincianismo servil .
Madrid sabe de qué pie calzan y por eso los deslumbra, beneficia y promociona, a cambio de adoptar una actitud de menosprecio metódico de todo lo que es catalán y de sobrevaloración de todo lo que pueda gustar allí, en un gesto mayúsculo de provincianismo servil .
Embobados ante cualquier medianía procedente de más allá del Cinca, babeando ante un puñado de famosos hispánicos de estética casposa y que les ríen todas las gracias, atentos al respiro más leve de políticos españoles de cuarta regional, el nivel desproporcionado de su autoodio les ha llevado a pensar Cataluña en clave de pequeñez y España como sinónimo de grandeza.
Tienen una hipersensibilidad desmesurada con el universo simbólico catalán, tic de irritabilidad dermatológica inusitada, que nunca se produce ante ningún otro universo referencial.
En fin, en caso de un debate por televisión o en directo en un acto público, son los más sencillos de identificar, incluso antes de que Badin boca: son aquellos que hacen más cara de tristes y amargados y que aparecen, los ojos de todos, como permanentemente enfadados.
No ríen nunca, ni se les conoce ninguna sonrisa, por leve que sea. Es lógico, la inminencia de su derrota en las urnas, pues, no les deja espacio para muchas alegrías. Es comprensible ..." (Carod Rovira, Nació Digital.cat, 26/06/2014) Traducción: Google)
"(...) Según Carod, se puede "detectar con precisión al grupo de ciudadanos que
podríamos calificar como militantes de la secta del autoodio".
El viejo recurso del autoodio es desarrollado hacia la forma de
autoexclusión "de la posibilidad de ser miembros activos del proyecto
nacional catalán", y últimamente recibe su proyección agresiva, hacia
fuera, en "un desprecio enfermizo, un odio infinito contra todo lo que
sea catalán o lo parezca", por lo cual el lector intencionado,
nacionalista ferviente en este caso, debe percibir a los miembros de
esta "secta" como una amenaza.
Esto -es decir, el enemigo- establecido, Carod no hace ascos a ningún
tópico del discurso fascista menos al racial, que sólo vibra
ligeramente en un breve comentario sobre "el origen geográfico, cultural
o lingüístico" de algunos miembros de la "secta". Común a todos los
miembros de la "secta" es que, mientras aborrecen la cultura local,
obedecen a influencias externas.
Son "militantes de un cosmopolitismo
sin raíces, en la práctica esto acaba siendo siempre sin raíces
catalanas" y, por supuesto, son grandes españolistas pendientes de
"Madrid". En breve, traidores, aunque esta palabra está ausente en el
artículo.
No falta tampoco el elemento de la avaricia, que aparece en tres
formas: hay quienes piensan que "su obra debería conocer un éxito
comercial y de público muy por encima del que ahora tienen", hay otra
"gente que se enriqueció con la dictadura", y también hay aquellos que
están "mortificados constantemente al recordar que en casa se ganaban la
vida trabajando en una portería del Ensanche barcelonés", y que se
supone se han unido a la "secta" esperando una mejoría de su situación
económica y social.
Presente también está el recurso a dudar de la salud mental de los de
la "secta". Así se encuentran en el artículo de Carod expresiones como
la ya citada "desprecio enfermizo", al lado de "incomodidad obsesiva" y
"comportamiento cargado de todo tipo de complejos, frustraciones y
traumas".
Por último, Carod cumple con su promesa introductoria de "detectar
[...] con precisión" a los miembros de este grupo: "en caso de un debate
por televisión o en directo en un acto público, son los más fáciles de
identificar, incluso antes de que abran la boca: son quienes hacen más
cara de tristes y amargados y que aparecen, a los ojos de todo el mundo,
como permanentemente enfadados.
No ríen nunca, ni se les conoce ninguna
sonrisa, por leve que sea". No se les reconoce por la nariz, o por la
cara que tienen, sino por la cara que hacen.
Este artículo de Carod-Rovira no puede ser calificado directamente
como fascista porque no se emplea para la creación de una sociedad de
este tipo. Es protofascista, eso sí, y sin ninguna duda.
Los miembros de la "secta" son primero despojados de toda
individualidad por la vía de generalizaciones, para luego cargarlos
individualmente con el peso de estas generalizacones y los males que
resultan de ellas cuando se les hace identificables uno por uno como
parte de la "secta". Para todo ello el artículo no ofrece ni un atisbo
de evidencia, sino que se fía enteramente de la reacción del público
intencionado en la forma de un "yo también conozco a alguien así".
El artículo de Carod establece la base ideológica para que otros
vengan y pongan nombres y apellidos a los indeseables, los llamen
traidores y exijan que se tomen medidas. El público es fiel y no
decepciona en los comentarios. (...)" (Marcus Pucnik, Crónica Global, Viernes, 27 de junio de 2014)
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