"En la vida de mis abuelos paternos hay, para mí, un gran misterio.
Pertenecían ambos a la burguesía catalana —mi abuelo era empresario
textil—; hablaban catalán, no iban a misa, leían a Aldous Huxley y
Stefan Zweig; pertenecían a un partido catalanista conservador, la
Lliga, equivalente de lo que hoy sería CiU.
Nada más alejado, diríase,
del franquismo… Sin embargo, cuando las tropas del generalísimo entraron
en Barcelona en enero de 1939, mis abuelos las recibieron gritando
hasta desgañitarse, brazo en alto: “¡Franco, Franco, Franco!”.
¿Qué
había pasado? Por desgracia, murieron antes de que yo pudiera
preguntárselo. Pero ahora, tantos años después, se acaba de publicar un
libro que me da la respuesta: los Dietaris, de Joan Estelrich.
Contemporáneo
de mis abuelos, Estelrich (1896-1958) perteneció como ellos a la Lliga:
fue secretario de su fundador, Francesc Cambó, y diputado. Sus
anotaciones íntimas, escritas en catalán, inéditas hasta ahora,
constituyen un documento extraordinario: nos permiten entender una
evolución política a primera vista incomprensible, y que sin embargo fue
la de gran parte de una generación.
“Nosotros, la Lliga”, escribe en
1935, “estamos decididamente al lado de los conservadores españoles en
todos los problemas generales; pero los conservadores están contra
nosotros furiosamente en la cuestión catalana” (20-12-35).
Joan
Estelrich está en Roma cuando estalla la sublevación del 18 de julio. Su
primera reacción es indecisa: “Yo, como catalán, debo desear el triunfo
del gobierno y como español, el de los sublevados” (20-7-36).
Pero muy
pronto, lo ve claro. Frente a “un Estado [CATALÁN] independiente con
dictadura del proletariado anárquico”, “la victoria de los militares
aparece como el mal menor” (26-8 y 1-9-36). El día en que recibe la
noticia (falsa) de que Franco ha entrado en Madrid, lo celebra brindando
por “esta victoria y las que vendrán” (8-11-36).
En enero de
1940, Estelrich anota: “Hace un año, el día de la liberación, toda
Catalunya unánime estaba por Franco y el Movimiento; era el momento para
emprender una política de conciliación moral, de integración española.
Después han venido las decepciones; toda Catalunya se siente, con razón o
sin ella, hostilizada” (31-1-40).
La cosa no debe, con todo,
parecerle muy grave, pues cree que un gobernador civil que aunque no sea
catalán “conozca la psicología de Catalunya”, con unas simples
“disposiciones que satisfagan algún aspecto sentimental y algún aspecto
económico”, “se ganaría en un par de días el corazón de todos los
catalanes” (23-1-40).
En lo que queda del diario (que llega hasta 1949),
Estelrich no vuelve a hablar de política. Vive cómodamente desempeñando
cargos oficiales: director de la oficina de prensa franquista en París,
delegado de España ante la Unesco…
Ciertamente, no toda la
burguesía ni toda la intelectualidad catalanas siguieron el ejemplo de
Estelrich. Algunos se exiliaron (Carner, Rodoreda, Calders…); otros
(Espriu, Manent, Sales…) trabajaron, en el “exilio interior”, en favor
de la lengua y la cultura catalanas.
Pero tampoco puede decirse, ni
mucho menos, que Joan Estelrich fuera un caso aislado. Catalanes tan
ilustres como D’Ors, Dalí o Pla fueron franquistas, así como los
intelectuales agrupados en torno a la revista Destino; y en sus memorias, elocuentemente tituladas Habíamos ganado la guerra (2007),
Esther Tusquets retrata la euforia, en 1939, de muchos catalanes ricos,
como sus padres, que jamás dudaron que la victoria de Franco (incluida
la disolución de la Generalitat y el fusilamiento de su presidente,
Lluís Companys) era la suya.
Lo mismo, supongo, debió sentir mi
abuelo. Durante la guerra, los obreros de su fábrica se la incautaron;
en 1939, gracias a Franco, la recuperó. Ese mismo año, mi otro abuelo
fue encarcelado en Barcelona por los nacionales.
Originario de Ávila,
había emigrado a Cataluña en 1932 en busca de trabajo; era anarquista y
combatió con los republicanos. Al salir de la cárcel fue depurado; pasó
miseria el resto de su vida.
Ahora intentemos entender todo esto a
la luz de la historia oficial. Una historia formada solamente por dos
polos: de un lado “Catalunya”, unánime, resistente, noblemente vencida,
siempre víctima; del otro una “España” empeñada, como un solo hombre, en
sojuzgar a los catalanes.
Es el discurso que destilan las celebraciones
del tricentenario de 1714, el reciente congreso tituladoEspaña contra Catalunya, el
Museu d’Història de Catalunya o la declaración de soberanía aprobada
por el Parlament (23-1-13), cuyo preámbulo asegura sin pestañear que “la
dictadura de Franco contó con una resistencia activa del pueblo de
Catalunya”.
Entonces, ¿dónde queda Estelrich? ¿Y Cambó, D’Ors, Dalí,
Pla…? ¿Y los padres de Esther Tusquets? ¿Y mis abuelos…? ¿Debo pensar
que mi abuela materna, castellana, que era costurera, vivía en un quinto
sin ascensor y, en tanto que mujer, no tenía ningún derecho, era la
opresora, y mi abuelo paterno, catalán, que tenía dos criadas, una
fábrica, un gran piso en Barcelona y tres casas en Lloret de Mar, el
oprimido?
Siendo tan burda esa falsificación de la historia, es
asombrosa la facilidad con la que está calando. Sin duda en momentos
como los actuales, de crisis, miedo al futuro, angustia…, resulta
consolador ese espejismo de unanimidad y decisión: “Siempre hemos
luchado los mismos por lo mismo, desde hace muchos siglos”, nos vienen a
decir. Se ocultan así todos los conflictos internos: de clase, de
género, religiosos, ideológicos…, como si el mero hecho de ser catalanes
bastara para definirnos y hermanarnos.
Es célebre la frase de Cambó,
que al conminársele a que eligiera una forma de Estado respondió:
“¿Monarquía? ¿República? ¡Catalunya!”. Pero a la hora de la verdad,
cuando no pueda seguir echándosele a Madrid la culpa de todo lo que no
nos gusta, cuando haya que preguntarse: ¿impuesto de sucesiones?, ¿ley
de dependencia?, ¿sanidad pública o privada?, ¿aborto?, ¿religión en la
escuela?… “Catalunya” no servirá como respuesta.
A la hora de la verdad,
por más que seamos todos catalanes, cada persona, cada partido, tendrá
que elegir y elegirá, del mismo modo que en 1936 Joan Estelrich tuvo que
elegir y eligió sin vacilar a Franco." ('Una generación de catalanes', de Laura Freixas en El País, en Caffe Reggio, 21/01/2015)
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