"(...) Viví en Cataluña entre 1976 y 1987. Allí estudié. Allí tuve mi primer
empleo. Allí hice los mejores amigos, los que duran toda la vida y aún
conservo. Allí conocí a mi primer amor y a la madre de mis hijas.
He vuelto a Cataluña y he encontrado que las personas con quienes
compartí indignación e ilusiones, con quienes corrí delante de los
grises pidiendo llibertat, con quienes coreé las canciones de Raimon o Lluis Llach, hoy defienden la independencia de su país, que es una parte del mío.
Intento convencerlos de su error. Me asombra que se crean que
librándose de Madrid vivirán mejor. Les digo que nadie gana nivel de
vida tras divorciarse, que durante una generación o dos ellos serán más
pobres y nosotros también, que se quedarán fuera de la UE y sus
productos tendrán menos ventajas que los de Marruecos o Centroamérica,
que necesitarán pasaporte para viajar por Europa, que tendrán que
cambiar de moneda para salir de su país.
Que deberán sufragarse su propio ejército, sus servicios secretos,
sus diplomáticos, sus inspectores de hacienda o sus magistrados y
renunciar a lo poco que les quede de sanidad, educación o pensiones
públicas.
Que se engañan si creen que la OTAN les garantizará gratuitamente su
defensa, que nadie da nada por nada, y menos una alianza militar. Que si
la secesión se consuma sufriremos como mínimo un amago de golpe de
Estado y no será contra los catalanes sino contra todos los españoles.
Que en una futura Cataluña independiente la ultraderecha xenófoba, que
ya ha asomado la cabeza en las elecciones municipales, quizá sea más
fuerte; y su régimen político mucho menos tolerante y liberal que aquel
del que ahora reniegan.
Todo esto les digo. Discutimos en catalán y castellano, indistintamente,
pues nunca ha habido un problema lingüístico en Cataluña y tampoco
ahora. Pero sé que no voy a convencerlos, porque el abismo de
desconfianza que se ha ido cavando en estos años es tan ancho que ya no
veo la forma de recomponer los puentes. (...)
Cuando vivía en Cataluña siempre recelé de los políticos que utilizaban el plural mayestático: “Nosaltres”. Qui som nosaltres?, me preguntaba. Y naturalmente, nosaltres éramos/eran los catalanes y ells
son/somos todos los demás. Esa afirmación del “nosotros” por
contraposición a los demás, de los nuestros frente a los ajenos, está en
la base del actual distanciamiento.
Por eso no se cuestiona que un
barcelonés pague más impuestos que un lleidatà o que el primero financie
el hospital para el segundo; pero sí que un catalán subvencione a un
extremeño. El lleidatà es de los nuestros, el extremeño no. Ya no. (...)
“El problema es que no nos queréis”, me dijo una persona con quien he
compartido 30 años de cariño en la distancia. Y me doy cuenta de que,
aunque somos muchos los que queremos a Cataluña desde este lado del
Ebro, quizá no lo hemos dicho lo suficiente y hemos dejado que
monopolicen el discurso los que identifican a España con ellos mismos,
intolerantes y excluyentes. (...)" (
Miguel González , El País, 15 AGO 2013 )
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