6/9/13

Que sus productos tendrán menos ventajas que los de Marruecos o Centroamérica, que necesitarán pasaporte para viajar por Europa

"(...) Viví en Cataluña entre 1976 y 1987. Allí estudié. Allí tuve mi primer empleo. Allí hice los mejores amigos, los que duran toda la vida y aún conservo. Allí conocí a mi primer amor y a la madre de mis hijas.

He vuelto a Cataluña y he encontrado que las personas con quienes compartí indignación e ilusiones, con quienes corrí delante de los grises pidiendo llibertat, con quienes coreé las canciones de Raimon o Lluis Llach, hoy defienden la independencia de su país, que es una parte del mío.

Intento convencerlos de su error. Me asombra que se crean que librándose de Madrid vivirán mejor. Les digo que nadie gana nivel de vida tras divorciarse, que durante una generación o dos ellos serán más pobres y nosotros también, que se quedarán fuera de la UE y sus productos tendrán menos ventajas que los de Marruecos o Centroamérica, que necesitarán pasaporte para viajar por Europa, que tendrán que cambiar de moneda para salir de su país.

Que deberán sufragarse su propio ejército, sus servicios secretos, sus diplomáticos, sus inspectores de hacienda o sus magistrados y renunciar a lo poco que les quede de sanidad, educación o pensiones públicas.

Que se engañan si creen que la OTAN les garantizará gratuitamente su defensa, que nadie da nada por nada, y menos una alianza militar. Que si la secesión se consuma sufriremos como mínimo un amago de golpe de Estado y no será contra los catalanes sino contra todos los españoles. 

Que en una futura Cataluña independiente la ultraderecha xenófoba, que ya ha asomado la cabeza en las elecciones municipales, quizá sea más fuerte; y su régimen político mucho menos tolerante y liberal que aquel del que ahora reniegan.

 Todo esto les digo. Discutimos en catalán y castellano, indistintamente, pues nunca ha habido un problema lingüístico en Cataluña y tampoco ahora. Pero sé que no voy a convencerlos, porque el abismo de desconfianza que se ha ido cavando en estos años es tan ancho que ya no veo la forma de recomponer los puentes. (...)

Cuando vivía en Cataluña siempre recelé de los políticos que utilizaban el plural mayestático: “Nosaltres”. Qui som nosaltres?, me preguntaba. Y naturalmente, nosaltres éramos/eran los catalanes y ells son/somos todos los demás. Esa afirmación del “nosotros” por contraposición a los demás, de los nuestros frente a los ajenos, está en la base del actual distanciamiento. 

Por eso no se cuestiona que un barcelonés pague más impuestos que un lleidatà o que el primero financie el hospital para el segundo; pero sí que un catalán subvencione a un extremeño. El lleidatà es de los nuestros, el extremeño no. Ya no. (...)

“El problema es que no nos queréis”, me dijo una persona con quien he compartido 30 años de cariño en la distancia. Y me doy cuenta de que, aunque somos muchos los que queremos a Cataluña desde este lado del Ebro, quizá no lo hemos dicho lo suficiente y hemos dejado que monopolicen el discurso los que identifican a España con ellos mismos, intolerantes y excluyentes. (...)"               ( , El País, 15 AGO 2013 )

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