"(...) Así, el eslogan que durante buena parte de la democracia en Cataluña se
repetía era el de que todos los “partidos eran catalanistas”, todos
estaban por fer pais. Más tarde, durante el proceso de elaboración del
Estatut, se puso en primer plano, como una reivindicación asimismo
unánime, la condición de nación que le correspondía a Cataluña
(reivindicación que, algunos lo recordarán, en aquel momento los propios
nacionalistas pretendían presentar, con dudosa lealtad constitucional,
como políticamente inocua).
De ahí hemos pasado, en la presente
legislatura, a la reciente declaración del Parlament catalán en la que
los partidos de izquierda apoyaron que se proclamara que el pueblo
catalán era sujeto soberano para decidir su futuro. El desplazamiento
terminológico, en apariencia inane para el menos avisado, tenía una
intención inequívoca: del catalanismo al nacionalismo y de ahí, al
soberanismo. (...)
Así la dirección del PSC ha intentado clarificar este punto señalando
que su posición oficial es estar a favor de una consulta pactada, en la
cual, llegado el caso, votarían no a la independencia.
Pero no cabe
olvidar que, a su izquierda, a estas alturas el ciudadano no sabe qué
propondría la dirección de ICV que se votara en un hipotético referéndum
de autodeterminación o que, dentro del mismo PSC, continúa habiendo
sectores que parecen dispuestos a seguir acompañando a los sectores
nacionalistas hasta el final, lo sitúen estos donde lo sitúen.
Una
corriente interna de este partido, autodenominada “Avancem”, hizo
público recientemente un documento en el que se distanciaba de las
propuestas de la dirección, declarando estar a favor de un Estado
catalán “independiente o no”. (La especificación final debió hacer que
muchos lectores de la noticia recordaran el famoso chiste del humorista
Eugenio acerca de las ovejas blancas y negras).
Recuperando el hilo de nuestro discurso, el nacionalismo ya ha dado el paso que faltaba y ha decidido transitar desde un soberanismo que todavía dejaba margen a una cierta ambigüedad (si no hubiera entre qué escoger, no habría decisión posible) al secesionismo más inequívoco.
La consecuencia ha sido que el
espacio político catalán se ha ido achicando de manera vertiginosa. Y de
la misma forma que, durante años, solo cabía ser catalanista o
nacionalista, el mensaje con el que ahora se nos bombardea desde los
medios de comunicación públicos catalanes es que no hay vida política
fuera del secesionismo. Tal vez fuera más propio decir que en las
tinieblas exteriores al independentismo solo habitan la irrelevancia
pública o, peor aún, el españolismo más rancio y casposo.
Que nadie
considere estas últimas palabras como una exageración. Era precisamente
el actual conseller de cultura (sí, de cultura, han leído bien) del
gobierno catalán el que hace pocos días dejaba caer, en un discurso que
por cierto llevaba escrito, la afirmación de que solo se pueden oponer a
la creación del Estado catalán “los autoritarios, los jerárquicos y los
predemócratas o los que confunden España con su finca particular”. (...)
(ya saben: “ni derecha ni izquierda: ¡Cataluña!”). Este genuino vaciado
de política no es en absoluto inocente: gracias a él, el gobierno
catalán está consiguiendo rehuir todas las críticas que se le plantean
(por ejemplo, a sus políticas sociales) a base de aplazar al día después
de la independencia, identificada con la plenitud nacional catalana
(Artur Mas dixit), la solución taumatúrgica de todos los problemas.
De
ahí que resulte preocupante el ruinoso seguidismo practicado por los
partidos de izquierda catalanes en relación con el nacionalismo no solo
durante todos estos años sino, muy en especial, en los últimos tiempos.
Sin que sea de recibo argumentar, para intentar maquillar o neutralizar
este carácter conservador del programa independentista, el valor
político que representa el hecho de que dicha corriente haya conseguido
movilizar, insuflando ilusión, a amplios sectores de la sociedad
catalana. (...)" (EL PAÍS 24/09/13, MANUEL CRUZ, en Fundación para la Libertad)
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