24/1/13

Todo el mundo entiende que cuando se reclama el “derecho a decidir” lo que se persigue es la facultad de imponer un marco político inamovible

"Todo el mundo entiende que cuando se reclama el “derecho a decidir” lo que se persigue, en realidad, es la facultad de imponer un marco político con garantías legales inamovibles. Es decir, sin posibilidad de reclamaciones ulteriores.

 Esa es la esencia de la  “rebelión catalana” lanzada, el once de setiembre de 2012, por una riada de manifestantes secesionistas y que el gobierno regional asumió, consagrándola como ariete de su programa para verla culminada, sí o sí,  en 2014.(...)

 En este asunto que tiene atenazado el horizonte de la vida política española resulta conveniente partir de datos sólidos. Hay uno, en concreto, que es  incontrovertible: un segmento considerable de la población catalana quiere largarse de España cuanto antes y ha vislumbrado una oportunidad favorable.

 Eso es así y no hay que negarlo u ocultarlo: existe una importante proporción de catalanes que quieren regirse por su cuenta, rompiendo las ataduras que les vinculan al Reino de España y consideran, además, que la acuciante debilidad del panorama hispánico actual ofrece un resquicio para conseguir ese objetivo

Es posible que ese segmento secesionista ronde o incluso alcance a superar la mitad del censo de los ciudadanos del Principado. (...)

En el contexto europeo donde nos toca vivir, el obstáculo primordial que se interpone ante ese impulso secesionista es la opinión y la voluntad del resto de catalanes. Es decir, de la otra mitad de ciudadanos del Principado que desean mantener los vínculos con España tal y como están.

 Alrededor de 1.750.000 emitieron ya, el pasado noviembre, un sufragio negativo sobre una Cataluña independiente, al votar a partidos que explicitaron su opción contraria a esa posibilidad en unas elecciones que tuvieron ese tema como foco principal (o único, casi).  (...)

Hay empate, por consiguiente. Un rutilante y clamoroso empate que debiera llevar, en buena lid y en tiempos de grandes estrecheces, a que se postergaran nuevas justas. Ese empate, sin embargo, no es en modo alguno paralizante, sino todo lo contrario, para el segmento con más empuje que es el secesionista.

 De ahí las prisas por marcar un calendario: el impulso independentista se puede atenuar, enfriar o incluso diluir, aún sin contar con las reacciones de los adversarios, porque los estados de opinión tienen picos pero también mesetas y valles. (...)

La estrategia secesionista de la coalición gubernamental catalana y la de sus socios es clara y tiene etapas bien definidas. 

La primera, inocular la convicción en la ciudadanía de que organizar una consulta sobre la autodeterminación es un derecho indiscutible e inalienable que asiste a los catalanes, a ellos en particular y en primerísima instancia (el “derecho a decidir”, según el mantra que acostumbran a repetir en todas partes).

 Eso ya se consiguió con creces. Si ese derecho lo ejercieron en su día en Quebec y los escoceses van a poder hacerlo en 2014, los catalanes no pueden ser menos que las gentes de esos lugares remotos, digan lo que digan las leyes vigentes. De ahí el empecinamiento: cualquier barrera será presentada como un atentado a las reglas más elementales de la democracia y usada para denunciar el atropello ante el mundo.

Con ese planteamiento siempre se gana: si hubiera acuerdo con las instancias constitucionales españolas para efectuar la consulta, se vendería como una victoria apabullante y primer paso hacia la segregación, y si no lo hubiera, la parálisis se vendería como el aborto de las ansias de libertad de un pueblo laborioso, creativo y emprendedor que se considera capaz de caminar por su cuenta. (...)

La segunda etapa pretende consignar, mediante referéndum y en términos cuantitativos inapelables, una “derrota charnega” en algún tipo de consulta (legal o paralegal) donde se ventile la disyuntiva de constituirse o no en “Estado Propio en Europa” (según la formulación ya avanzada por el Presidente de la Generalitat).

Se  persigue una concurrencia favorable que se mueva entre el 55% y el 60%. Eso ya sería suficiente para cantar victoria, sin que importara en demasía el grado de participación.

Es decir, la ventaja pírrica a partir de una enunciación vaga en un proceso paralegal y no necesariamente vinculante, ya vale. Porque con ese planteamiento siempre se gana, también.  (...)

Por consiguiente hay que montar la “consulta trampa” de todas, todas. Mejor ganando, aunque sea por los pelos, porque así se certifica la derrota charnega (es decir, española), pero si se empata (el escenario más plausible, vistos los números anteriores), no se ha perdido nada y se ha culminado otro  mojón, al sentar precedente. (...)

Seguramente los acomodos ante tesituras parecidas que se han instrumentado en Gran Bretaña o en Canadá servirán de poco, porque allí los nexos, las reglas y la tradición son muy otros. Una de las sendas a explorar sería superar a los secesionistas “por el flanco izquierdo”: es decir, responder a las exigencias “democráticas” de consulta, con más democracia si cabe. (...)

. Porque lo que hay que tratar de evitar es que un “match” único mal planteado, mal arbitrado y resuelto en tablas o con victoria pírrica de la fracción secesionista (importante, pero fracción al fin y al cabo), se convierta en la antesala del epitafio español en Cataluña que es lo que se pretende.

 Es decir, por más que insistan en ello, no está en juego “el derecho a decidir” (que a muy pocos interesa, en realidad), sino la voluntad de imponerse unos, con menoscabo de otros, porque eso sí que siempre motiva a los que se ven con posibilidades de sacar tajada y a los ilusos o intoxicados que les siguen la corriente."    (Adolf Tobeña, Cultura 3.0, 23/01/2013)

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