27/9/12

Hoy siendo Catalunya un cuasiestado, ya disponemos de una administración, tan corrupta, ineficaz y ladrillera como la española

"Para mi generación el catalanismo fue una causa diáfana: pura sociedad civil e impulso democrático. Hoy con nuestra autonomía institucionalizada, intervienen en la situación factores nuevos. 

Entre ellos, nuevos intereses políticos y ambiciones burocráticas carreristas. Funcionarios de tercera que la independencia convertiría automáticamente en “ministros” y “embajadores”, por poner un ejemplo que multiplicó el independentismo institucional en la antigua URSS. 

Agitar la misma bandera que en nuestra época conducía directamente a comisaría es hoy algo “institucional” y hasta provechoso para algunos. Eso no retrata al actual independentismo pero también forma parte de él, y  marca una gran diferencia y novedad en cuanto a impulsos éticos.

 También hay nuevas generaciones educadas en la lengua normalizada, que nosotros escribíamos con defectos, y en el pujolismo cultural (un catalanismo conservador, más provinciano que universal), para las que España es, naturalmente, algo extraño y extranjero.

 Esa juventud nacionalista, ya no es necesariamente progresista, como era el caso antes, frecuentemente es conservadora en el peor sentido (y no conservacionista). Para mi que he vivido treinta años fuera de Catalunya, ese es un gran cambio, una verdadera mutación.

Junto a esos aspectos negativos y nuevas realidades, hay también un claro y glorioso progreso: nuestros restablecidos derechos como catalanes que empiezan a ser históricamente reconocidos. Pero hay que ser conscientes de que esa gloria contiene miserias y peligros muy reales, que antes eran irrelevantes, pero que ahora crecerán cuanto más Estado seamos.

 Hoy siendo Catalunya un cuasiestado, ya disponemos de una administración, tan corrupta, ineficaz y ladrillera como la española, ambas retratadas en su común miseria en el asunto EuroVegas.

 Los acentos y los vectores han cambiado: hoy tenemos aquel “Madrid” que simbolizaba todos los defectos administrativos, plenamente instalado en los despachos de Barcelona y en nuestros ayuntamientos. 

Hemos perdido mucha de nuestra antigua inocencia y pureza, si se me permite la expresión.

Desgraciadamente, lo que no ha cambiado es el carácter “postfranquista” de nuestra cultura política. Siguen ahí la intolerancia y esa capacidad tan ibérica de convertir las disputas y debates en ofensas imperdonables y cuestiones de vida o muerte.

 Esa cultura es resultado de la brevedad histórica de nuestras libertades, y, como decía Nikolai Berdiayev, no solo se refiere al amo dominador, sino también al sujeto oprimido que lo sufre.

La Catalunya institucional está diciendo de España cosas muy parecidas a las que Alemania dice de los manirrotos del Sur. Algunos políticos catalanes compiten con el Bild Zeitung alemán en su falta de respeto a los meridionales, andaluces y extremeños en un caso, griegos en el otro.

 Naturalmente, la carretera del insulto y la falta de respeto es de dos direcciones, lo que no sirve de consuelo.

¿Seremos, por fin, capaces de discutir de una forma razonable y civilizada en plena crisis económica? ¿Podremos llegar a una Carta Magna catalana que incluya unos mínimos de respeto para las diversas identidades que contiene el catalanismo, incluida la realidad de la minoría que se siente más española que catalana en Catalunya?

 Todo eso es extremadamente delicado y la mala administración que a veces hacemos de ese tema en España, en toda ella, en condiciones normales es una advertencia. En condiciones de crisis, recorte y degradación social aún será más difícil. Soy pesimista. (...)

La discusión, sobre Catalunya y sobre Europa, sobre las relaciones entre las naciones de Europa y de España, no tendrá gran interés, ni alcance, ni verdadero calado, si no se enmarca en un proyecto social y ciudadano. Sólo lo social puede hacer universal, abierto y generoso ese debate, que es completamente legítimo y necesario."       (Rafael Poch, La Vanguardia, 14/09/2012)

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