25/2/12

"Simbólicamente, el patrioterismo ayuda a la gente a sentir que Gran Bretaña no se está hundiendo sin más, que todavía puede hacer y lograr algo"

"Finalmente, permítanme tratar la más seria cuestión de los efectos de largo plazo. La guerra demostrá la fuerza y el potencial político del patriotismo, en este caso en su forma patriotera.

Esto no debería, quizás, sorprendernos, pero los marxistas no han hallado fácil lidiar con el patriotismo de la clase obrera en general y con el patriotismo inglés o británico en particular. Británico, aquí, significa el lugar donde el patriotismo de los pueblos no ingleses viene a coincidir con el de los ingleses; donde no coincide, como es, a veces, en el caso de Escocia y Gales, los marxistas han estado más conscientes sobre la importancia del sentimiento nacionalista o patriótico. Incidentalmente, sospecho que mientras que los escoceses se sienten más bien británicos respecto de las Falklands, los galeses no.

El único partido parlamentario que, como partido, se opuso a la guerra desde el comienzo fue el Plaid Cymru y, por supuesto, en tanto que de galeses se trata, “nuestros muchachos” y “nuestra sangre” no están en las Falklands sino en la Argentina.

 Son los galeses patagónicos que envían una delegación cada año al National Eistedfodd a fin de demostrar que uno puede vivir incluso en el otro extremo del planeta y ser galés.

 Así que, en lo que concierne a los galeses, la reacción, la apelación thatcheriana por las Falklands, el argumento de “nuestra sangre”, probablemente cayeron en saco roto.

Ahora bien, hay varias razones por las que a la izquierda y en particular a la izquierda marxista no le ha gustado realmente lidiar con la cuestión del patriotismo en este país. Hay una específica concepción histórica del internacionalismo que tiende a excluir el patriotismo nacional.

 Debemos, también, tener presente que la fortaleza de la tradición progresista/radical pacifista y contra la guerra, que es muy fuerte y que ciertamente ha penetrado, hasta cierto punto, en el movimiento trabajador. De allí que haya la sensación de que el patriotismo de algún modo entra en conflicto con la conciencia de clase, como en verdad hace a menudo, y que la clase gobernante y hegemónica tiene una enorme ventaja al movilizarla para sus propósitos, lo que también es verdad.

Quizás también está el hecho de que algunos de los más dramáticos y decisivos avances de la izquierda en este siglo fueron alcanzados en la lucha contra la I Guerra Mundial y que fueron alcanzados por una clase obrera que se sacudió el yugo del patriotismo y del patrioterismo y decidió optar por la lucha de clases; seguir a Lenin volviendo su hostilidad contra sus propios opresores en lugar de contra países extranjeros.

 Después de todo, lo que destruyó la Internacional Socialista en 1914 fue precisamente el fracaso de los trabajadores en hacer esto. Lo que, en un sentido, restauró el alma del movimiento obrero internacional fue que, después de 1917, en todos los países beligerantes los trabajadores se unieron para luchar contra la guerra, por la paz y por la Revolución Rusa.

Estas son algunas de las razones por las que los marxistas quizás fallan en prestar debida atención al problema del patriotismo. Así que déjenme sólo recordarles como historiadores que el patriotismo no puede ser desatendido. La clase obrera británica tiene una larga tradición de patriotismo que no siempre fue considera incompatible con una fuerte y militante conciencia de clase.

 En la historia del cartismo y de los grandes movimientos radicales de principios del siglo XIX, tenemos a remarcar la conciencia de clase. Pero cuando en 1860 uno de los pocos trabajadores británicos que escribieron acerca de la clase obrera, Thomas Wright, el “ingeniero jornalero”, escribió una guía sobre la clase obrera británica para lectores de clase media, porque a algunos de estos trabajadores se les iba a dar el voto, ofreció un interesante esbozo de las varias generaciones de trabajadores que había conocido como hábil ingeniero.

 Cuando llegó a la generación cartista, gente que había nacido a principios del siglo XIX, notó que odiaban todo lo que tenía que ver con las clases altas, y que no confiaban en ellas ni una pulgada. Rehusaban tener nada que ver con lo que llamaban la clase enemiga. Al mismo tiempo, observó que eran fuertemente patrióticos, fuertemente antiextranjeros y particularmente antifranceses. Eran gentes cuya infancia había ocurrido durante las guerras napoleónicas.

 Los historiadores tienden a subrayar el elemento jacobino en el movimiento obrero británico durante esas guerras y no el elemento antifrancés, que también tenía raíces populares. Digo, simplemente, que uno no puede borrar el patriotismo del escenario ni siquiera de los más radicales períodos de la clase obrera inglesa.

A todo lo largo del siglo XIX, hubo una muy general admiración por la Armada como institución popular, mucho más que el Ejército. Pueden verlo todavía en todas las casas públicas que llevan el nombre de Lord Nelson, una figura genuinamente popular. La Armada y nuestros marineros eran cosas de las que los británicos, y ciertamente el pueblo inglés, se enorgullecían.

Incidentalmente, una buena parte del radicalismo del siglo XIX fue construido sobre la apelación no sólo a los trabajadores y otros civiles, sino a los soldados. Reynold’s News y otros periódicos radicales de esos días eran muy leídos por las tropas porque se ocupaban sistemáticamente de los descontentos entre los soldados profesionales.

 No sé cuándo esto en particular dejó de ocurrir, aunque en la II Guerra Mundial el Daily Mirror logró una vasta circulación en el Ejército precisamente por la misma razón. Tanto la tradición jacobina y la tradición mayoritaria antifrancesa son, así, parte de la historia de la clase obrera inglesa aunque los historiadores del movimiento obrero han subrayado una y minimizado la otra.

De nuevo, en el comienzo de la I Guerra Mundial, el patriotismo masivo de la clase obrera era absolutamente genuino. No era algo que fuera sólo manufacturado por los medios. No excluía el respeto por la minoría dentro del movimiento obrero que no lo compartía. Los elementos contra la guerra y los pacifistas dentro del movimiento obrero no fueron marginados por los trabajadores organizados.

 En este aspecto, hubo una gran diferencia entre la actitud de los trabajadores y la de los pequeños burgueses patrioteros. No obstante, permanece el hecho de que el mayor reclutamiento masivo voluntario del Ejército en toda la historia fue el de los trabajadores británicos que se enlistaron en 1914-1915. Las minas hubieran quedado vacías si no hubiera sido porque el gobierno eventualmente reconoció que si no tenía algunos mineros en las minas no tendría carbón.

 Después de un par de años, muchos trabajadores cambiaron de idea respecto de la guerra, ese brote inicial de patriotismo es algo que tenemos que recordar. No estoy justificando estas cosas, sólo señalando su existencia e indicando que al mirar la historia de la clase obrera británica y la realidad actual debemos lidiar con estos hechos, sea que nos gusten o no.

Los peligros de este patriotismo siempre fueron y todavía son obvios, en no menor medida porque fue y es enormemente vulnerable al patrioterismo de la clase dominante, al nacionalismo antiextranjero y, por supuesto, en nuestros días, al racismo.

Estos peligros son particularmente grandes allí donde el patriotismo puede ser separado de otros sentimientos y aspiraciones de la clase obrera, o aún allí donde puede ser contrapuesto a ellos: donde el nacionalismo puede ser contrapuesto a la liberación social.

 La razón por la que nadie presta mucha atención al, digamos, patrioterismo de los cartistas es que estaba combinado con, y enmascarado por, una enorme y militante conciencia de clase. Es cuando ambas cosas son separadas –y pueden ser fácilmente separadas—que los peligros son particularmente obvios.

 Inversamente, cuando las dos van juntos, multiplican no sólo la fuerza de la clase obrera sino su capacidad de colocarse a la cabeza de una amplia coalición por el cambio social e incluso dan la posibilidad de arrancar la hegemonía a la clase enemiga.

Es por eso que en el período antifascista de los ’30, la Internacional Comunista lanzó un llamado a arrancar las tradiciones nacionales a la burguesía, a capturar las banderas nacionales por tanto tiempo ondeadas por la derecha. Así, la izquierda francesa trató de conquistar, capturar o recapturar la tricolor y a Juana de Arco y, hasta cierto punto, lo logró.

En este país no buscamos exactamente lo mismo, pero tuvimos éxito en algo más importante. Como la guerra antifascista demostró muy dramáticamente, la combinación de patriotismo en una genuina guerra popular probó ser un factor de radicalización política de un grado sin precedentes.

En el momento de su máximo triunfo, el ancestro de Mrs. Thatcher, Winston Churchill, el incuestionado líder de una guerra victoriosa, y de una guerra victoriosa mucho más grande que la de las Falklands, se halló, para su enorme sorpresa, empujado a un lado porque la gente que había combatido esa guerra, y combatido patrióticamente, había sido radicalizada por ella. Y la combinación de un movimiento radicalizado de la clase obrera y un movimiento popular detrás de ella se demostró enormemente efectivo y poderoso.

Michael Foot (NdT: importante líder del Partido Laborista en el siglo XX) puede ser culpado de pensar demasiado en términos de recuerdos “churchillianos” –1940, Gran Bretaña alzándose sola, la guerra antifascista y todo lo demás, y obviamente estos ecos estaban allí en la reacción laborista a las Falklands.

 Pero no olvidemos que nuestros recuerdos “churchillianos” no son sólo de gloria patriótica –sino de la victoria contra la reacción, tanto en el exterior como en casa: del triunfo obrero y de la derrota de Churchill. Es difícil concebir esto en 1982, pero como historiador debo recordárselos. Es peligroso dejar el patriotismo exclusivamente a la derecha. (...)

Actualmente, es muy difícil para la izquierda recapturar el patriotismo. Una de las más siniestras lecciones de las Falklads es la facilidad con la que los thatcherianos capturaron el brote patriótico que inicialmente no estaba, en sentido alguno, confinado a los conservadores, y mucho menos a los thatcherianos. (...)

Es una señal de un muy gran peligro. El patrioterismo hoy es particularmente fuerte porque actúa como una suerte de compensación de los sentimientos de decadencia, desmoralización e inferioridad, que la mayoría de la gente de este país siente, incluyendo a muchos trabajadores.

 Este sentimiento es intensificado por la crisis económica. Simbólicamente, el patrioterismo ayuda a la gene a sentir que Gran Bretaña no se está hundiendo sin más, que todavía puede hacer y lograr algo, puede ser tomada seriamente, puede, según dicen, ser “Gran” Bretaña. Es simbólico porque, de hecho, el patrioterismo thatcheriano no ha logrado nada en términos prácticos y no puede lograr nada.

 Rule Britannia se ha vuelto de nuevo, y creo que por primera vez desde 1914, algo así como el Himno Nacional. Valdría la pena estudiar un día por qué, hasta el período de las Falklands, Rule Britannia se había convertido en una pieza de arqueología musical y por qué ha dejado de serlo. En el mismo momento en que Gran Bretaña patentemente no gobierno ya las olas o un imperio, la canción ha resurgido y, sin dudas, tocado un nervio en la gente que la canta.(...)

 Y, sin embargo, hay un peligro. Siendo muchacho, viví algunos de los muy jóvenes y formativos años de la República de Weimar, con otro pueblo que se sentía derrotado, que había perdido sus viejas certezas y amarras, relegado en la liga internacional, compadecido por los extranjeros. Añadan depresión y desempleo masivo y lo que obtuvimos entonces fue Hitler.

Ahora no nos tocará un fascismo del viejo tipo. Pero el peligro de una derecha populista, radical, que se mueve aún más a la derecha, es patente. Ese peligro es particularmente grande porque la izquierda hoy está dividida y desmoralizada y, más que nada, porque vastas masas de británicos, o en cualquier caso de ingleses, han perdido la esperanza y la confianza en los procesos políticos y en los políticos: cualquier político. (...)

El principal peligro yace en la despolitización, que refleja una desilusión con la política nacida de una sensación de impotencia.(...)

 Si el laborismo no ha recuperado suficiente apoyo hasta ahora –aunque puede hacerlo todavía—, no es sólo por sus divisiones internas, sino también, en gran medida, porque muchos trabajadores no tienen mucha fe en las promesas de ningún político de superar la depresión y la crisis de largo plazo de la economía británica. Así que ¿para qué votar por unos en lugar de otros? Demasiada gente está perdiendo la fe en la política, incluyendo su propio poder de hacer algo al respecto.

Pero supongan que aparezca un salvador en un caballo blanco. No parece probable, pero sólo supongamos que alguien apelara a las emociones, a hacer fluir la adrenalina movilizando contra los extranjeros en el exterior o en el interior del país, quizás mediante otra pequeña guerra, la cual podría en las presentes circunstancias encontrarse convertida en una gran guerra, la que, como bien sabemos, sería la última de las guerras. Es posible."                 ('Malvinas: una guerra contra la decadencia del Imperio británico, de Eric Hobsbawm, El puercoespin ,Jaque al neoliberalismo, 18/02/2012)

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