"Finalmente, permítanme tratar la más seria cuestión de los efectos de
largo plazo. La guerra demostrá la fuerza y el potencial político del
patriotismo, en este caso en su forma patriotera.
Esto no debería,
quizás, sorprendernos, pero los marxistas no han hallado fácil lidiar
con el patriotismo de la clase obrera en general y con el patriotismo
inglés o británico en particular. Británico, aquí, significa el lugar
donde el patriotismo de los pueblos no ingleses viene a coincidir con el
de los ingleses; donde no coincide, como es, a veces, en el caso de
Escocia y Gales, los marxistas han estado más conscientes sobre la
importancia del sentimiento nacionalista o patriótico. Incidentalmente,
sospecho que mientras que los escoceses se sienten más bien británicos
respecto de las Falklands, los galeses no.
El único partido
parlamentario que, como partido, se opuso a la guerra desde el comienzo
fue el Plaid Cymru y, por supuesto, en tanto que de galeses se trata,
“nuestros muchachos” y “nuestra sangre” no están en las Falklands sino
en la Argentina.
Son los galeses patagónicos que envían una delegación
cada año al National Eistedfodd a fin de demostrar que uno puede vivir
incluso en el otro extremo del planeta y ser galés.
Así que, en lo que
concierne a los galeses, la reacción, la apelación thatcheriana por las
Falklands, el argumento de “nuestra sangre”, probablemente cayeron en
saco roto.
Ahora bien, hay varias razones por las que a la izquierda y en
particular a la izquierda marxista no le ha gustado realmente lidiar con
la cuestión del patriotismo en este país. Hay una específica concepción
histórica del internacionalismo que tiende a excluir el patriotismo
nacional.
Debemos, también, tener presente que la fortaleza de la
tradición progresista/radical pacifista y contra la guerra, que es muy
fuerte y que ciertamente ha penetrado, hasta cierto punto, en el
movimiento trabajador. De allí que haya la sensación de que el
patriotismo de algún modo entra en conflicto con la conciencia de clase,
como en verdad hace a menudo, y que la clase gobernante y hegemónica
tiene una enorme ventaja al movilizarla para sus propósitos, lo que
también es verdad.
Quizás también está el hecho de que algunos de los más dramáticos y
decisivos avances de la izquierda en este siglo fueron alcanzados en la
lucha contra la I Guerra Mundial y que fueron alcanzados por una clase
obrera que se sacudió el yugo del patriotismo y del patrioterismo y
decidió optar por la lucha de clases; seguir a Lenin volviendo su
hostilidad contra sus propios opresores en lugar de contra países
extranjeros.
Después de todo, lo que destruyó la Internacional
Socialista en 1914 fue precisamente el fracaso de los trabajadores en
hacer esto. Lo que, en un sentido, restauró el alma del movimiento
obrero internacional fue que, después de 1917, en todos los países
beligerantes los trabajadores se unieron para luchar contra la guerra,
por la paz y por la Revolución Rusa.
Estas son algunas de las razones por las que los marxistas quizás fallan
en prestar debida atención al problema del patriotismo. Así que déjenme
sólo recordarles como historiadores que el patriotismo no puede ser
desatendido. La clase obrera británica tiene una larga tradición de
patriotismo que no siempre fue considera incompatible con una fuerte y
militante conciencia de clase.
En la historia del cartismo y de los
grandes movimientos radicales de principios del siglo XIX, tenemos a
remarcar la conciencia de clase. Pero cuando en 1860 uno de los pocos
trabajadores británicos que escribieron acerca de la clase obrera,
Thomas Wright, el “ingeniero jornalero”, escribió una guía sobre la
clase obrera británica para lectores de clase media, porque a algunos de
estos trabajadores se les iba a dar el voto, ofreció un interesante
esbozo de las varias generaciones de trabajadores que había conocido
como hábil ingeniero.
Cuando llegó a la generación cartista, gente que
había nacido a principios del siglo XIX, notó que odiaban todo lo que
tenía que ver con las clases altas, y que no confiaban en ellas ni una
pulgada. Rehusaban tener nada que ver con lo que llamaban la clase
enemiga. Al mismo tiempo, observó que eran fuertemente patrióticos,
fuertemente antiextranjeros y particularmente antifranceses. Eran gentes
cuya infancia había ocurrido durante las guerras napoleónicas.
Los
historiadores tienden a subrayar el elemento jacobino en el movimiento
obrero británico durante esas guerras y no el elemento antifrancés, que
también tenía raíces populares. Digo, simplemente, que uno no puede
borrar el patriotismo del escenario ni siquiera de los más radicales
períodos de la clase obrera inglesa.
A todo lo largo del siglo XIX, hubo una muy general admiración por la
Armada como institución popular, mucho más que el Ejército. Pueden verlo
todavía en todas las casas públicas que llevan el nombre de Lord
Nelson, una figura genuinamente popular. La Armada y nuestros marineros
eran cosas de las que los británicos, y ciertamente el pueblo inglés, se
enorgullecían.
Incidentalmente, una buena parte del radicalismo del
siglo XIX fue construido sobre la apelación no sólo a los trabajadores y
otros civiles, sino a los soldados. Reynold’s News y otros periódicos
radicales de esos días eran muy leídos por las tropas porque se ocupaban
sistemáticamente de los descontentos entre los soldados profesionales.
No sé cuándo esto en particular dejó de ocurrir, aunque en la II Guerra
Mundial el Daily Mirror logró una vasta circulación en el Ejército
precisamente por la misma razón. Tanto la tradición jacobina y la
tradición mayoritaria antifrancesa son, así, parte de la historia de la
clase obrera inglesa aunque los historiadores del movimiento obrero han
subrayado una y minimizado la otra.
De nuevo, en el comienzo de la I Guerra Mundial, el patriotismo masivo
de la clase obrera era absolutamente genuino. No era algo que fuera sólo
manufacturado por los medios. No excluía el respeto por la minoría
dentro del movimiento obrero que no lo compartía. Los elementos contra
la guerra y los pacifistas dentro del movimiento obrero no fueron
marginados por los trabajadores organizados.
En este aspecto, hubo una
gran diferencia entre la actitud de los trabajadores y la de los
pequeños burgueses patrioteros. No obstante, permanece el hecho de que
el mayor reclutamiento masivo voluntario del Ejército en toda la
historia fue el de los trabajadores británicos que se enlistaron en
1914-1915. Las minas hubieran quedado vacías si no hubiera sido porque
el gobierno eventualmente reconoció que si no tenía algunos mineros en
las minas no tendría carbón.
Después de un par de años, muchos
trabajadores cambiaron de idea respecto de la guerra, ese brote inicial
de patriotismo es algo que tenemos que recordar. No estoy justificando
estas cosas, sólo señalando su existencia e indicando que al mirar la
historia de la clase obrera británica y la realidad actual debemos
lidiar con estos hechos, sea que nos gusten o no.
Los peligros de este
patriotismo siempre fueron y todavía son obvios, en no menor medida
porque fue y es enormemente vulnerable al patrioterismo de la clase
dominante, al nacionalismo antiextranjero y, por supuesto, en nuestros
días, al racismo.
Estos peligros son particularmente grandes allí donde el patriotismo
puede ser separado de otros sentimientos y aspiraciones de la clase
obrera, o aún allí donde puede ser contrapuesto a ellos: donde el
nacionalismo puede ser contrapuesto a la liberación social.
La razón por
la que nadie presta mucha atención al, digamos, patrioterismo de los
cartistas es que estaba combinado con, y enmascarado por, una enorme y
militante conciencia de clase. Es cuando ambas cosas son separadas –y
pueden ser fácilmente separadas—que los peligros son particularmente
obvios.
Inversamente, cuando las dos van juntos, multiplican no sólo la
fuerza de la clase obrera sino su capacidad de colocarse a la cabeza de
una amplia coalición por el cambio social e incluso dan la posibilidad
de arrancar la hegemonía a la clase enemiga.
Es por eso que en el período antifascista de los ’30, la Internacional
Comunista lanzó un llamado a arrancar las tradiciones nacionales a la
burguesía, a capturar las banderas nacionales por tanto tiempo ondeadas
por la derecha. Así, la izquierda francesa trató de conquistar, capturar
o recapturar la tricolor y a Juana de Arco y, hasta cierto punto, lo
logró.
En este país no buscamos exactamente lo mismo, pero tuvimos éxito en
algo más importante. Como la guerra antifascista demostró muy
dramáticamente, la combinación de patriotismo en una genuina guerra
popular probó ser un factor de radicalización política de un grado sin
precedentes.
En el momento de su máximo triunfo, el ancestro de Mrs.
Thatcher, Winston Churchill, el incuestionado líder de una guerra
victoriosa, y de una guerra victoriosa mucho más grande que la de las
Falklands, se halló, para su enorme sorpresa, empujado a un lado porque
la gente que había combatido esa guerra, y combatido patrióticamente,
había sido radicalizada por ella. Y la combinación de un movimiento
radicalizado de la clase obrera y un movimiento popular detrás de ella
se demostró enormemente efectivo y poderoso.
Michael Foot (NdT: importante líder del Partido Laborista en el siglo
XX) puede ser culpado de pensar demasiado en términos de recuerdos
“churchillianos” –1940, Gran Bretaña alzándose sola, la guerra
antifascista y todo lo demás, y obviamente estos ecos estaban allí en la
reacción laborista a las Falklands.
Pero no olvidemos que nuestros
recuerdos “churchillianos” no son sólo de gloria patriótica –sino de la
victoria contra la reacción, tanto en el exterior como en casa: del
triunfo obrero y de la derrota de Churchill. Es difícil concebir esto en
1982, pero como historiador debo recordárselos. Es peligroso dejar el
patriotismo exclusivamente a la derecha. (...)
Actualmente, es muy difícil para la izquierda recapturar el patriotismo.
Una de las más siniestras lecciones de las Falklads es la facilidad con
la que los thatcherianos capturaron el brote patriótico que
inicialmente no estaba, en sentido alguno, confinado a los
conservadores, y mucho menos a los thatcherianos. (...)
Es una señal de un muy gran peligro. El patrioterismo hoy es
particularmente fuerte porque actúa como una suerte de compensación de
los sentimientos de decadencia, desmoralización e inferioridad, que la
mayoría de la gente de este país siente, incluyendo a muchos
trabajadores.
Este sentimiento es intensificado por la crisis económica.
Simbólicamente, el patrioterismo ayuda a la gene a sentir que Gran
Bretaña no se está hundiendo sin más, que todavía puede hacer y lograr
algo, puede ser tomada seriamente, puede, según dicen, ser “Gran”
Bretaña. Es simbólico porque, de hecho, el patrioterismo thatcheriano no
ha logrado nada en términos prácticos y no puede lograr nada.
Rule
Britannia se ha vuelto de nuevo, y creo que por primera vez desde 1914,
algo así como el Himno Nacional. Valdría la pena estudiar un día por
qué, hasta el período de las Falklands, Rule Britannia se había
convertido en una pieza de arqueología musical y por qué ha dejado de
serlo. En el mismo momento en que Gran Bretaña patentemente no gobierno
ya las olas o un imperio, la canción ha resurgido y, sin dudas, tocado
un nervio en la gente que la canta.(...)
Y, sin embargo, hay un peligro. Siendo muchacho, viví algunos de los muy
jóvenes y formativos años de la República de Weimar, con otro pueblo
que se sentía derrotado, que había perdido sus viejas certezas y
amarras, relegado en la liga internacional, compadecido por los
extranjeros. Añadan depresión y desempleo masivo y lo que obtuvimos
entonces fue Hitler.
Ahora no nos tocará un fascismo del viejo tipo.
Pero el peligro de una derecha populista, radical, que se mueve aún más a
la derecha, es patente. Ese peligro es particularmente grande porque la
izquierda hoy está dividida y desmoralizada y, más que nada, porque
vastas masas de británicos, o en cualquier caso de ingleses, han perdido
la esperanza y la confianza en los procesos políticos y en los
políticos: cualquier político. (...)
El principal peligro yace en la despolitización, que refleja una
desilusión con la política nacida de una sensación de impotencia.(...)
Si el laborismo no ha recuperado suficiente apoyo hasta ahora –aunque
puede hacerlo todavía—, no es sólo por sus divisiones internas, sino
también, en gran medida, porque muchos trabajadores no tienen mucha fe
en las promesas de ningún político de superar la depresión y la crisis
de largo plazo de la economía británica. Así que ¿para qué votar por
unos en lugar de otros? Demasiada gente está perdiendo la fe en la
política, incluyendo su propio poder de hacer algo al respecto.
Pero supongan que aparezca un salvador en un caballo blanco. No parece
probable, pero sólo supongamos que alguien apelara a las emociones, a
hacer fluir la adrenalina movilizando contra los extranjeros en el
exterior o en el interior del país, quizás mediante otra pequeña guerra,
la cual podría en las presentes circunstancias encontrarse convertida
en una gran guerra, la que, como bien sabemos, sería la última de las
guerras. Es posible." ('Malvinas: una guerra contra la decadencia del Imperio británico, de Eric Hobsbawm, El puercoespin ,Jaque al neoliberalismo, 18/02/2012)
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