"Hace unos días planteaban en estas páginas unos prestigiosos profesores
universitarios la cuestión de si los vascos «somos una nación». Y
concluían que sí, que lo somos sin lugar a dudas y que lo seremos más
todavía si practicamos el aprecio y la solidaridad cerrados sobre
nosotros mismos, para así sentirnos diversos de los otros. (...)
Esa perspectiva es la adecuada para entender el que comento: la de ir
más allá de su afirmación («los vascos somos una nación») y meditar en
el por qué unas personas reflexivas se cuestionan eso hoy, qué deducen o
creen que se deduce de ello, qué relevancia tiene el ser o no ser una
nación. En pocas palabras: si somos una nación … ¿qué?; y si no lo
somos, …¿qué? Esa es la perspectiva de comprensión.
Pues bien, en cuanto enfocamos así la cuestión nos damos cuenta de
que la pregunta sólo tiene sentido en el universo mental del
nacionalismo, es decir, que la conversación sobre la existencia real de
una nación posee sentido sólo desde y dentro de la ideología
nacionalista. Sólo en ese universo mental tiene sentido (y es un sentido
muy importante) hacerse la pregunta acerca de si un determinado grupo
social puede o no definirse como una nación. Y, por ello, más
interesante que discutir la respuesta es describir el universo de ideas
al que atiende.
El nacionalismo es una ideología, a pesar de que esta faceta suya se
suele desconocer, prefiriendo verlo como un sentimiento o una emoción.
Pero una cosa es el sentimiento nacional y otra el nacionalismo. Y éste
es una ideología, aunque se distinga de todas las demás ideologías
políticas en que ella trata de una cuestión que las demás dan por
supuesta.
En efecto, liberalismo, comunismo, socialismo, fascismo,
anarquismo o conservadurismo son ideologías que nos hablan de cómo debe
regirse una sociedad, cómo debe gobernarse un demos ya existente. En
cambio la ideología nacionalista habla de otra cosa, trata de cómo debe
constituirse (bien) esa sociedad o demos, habla de sus fronteras y no de
su actividad. Habla de algo que todas las demás ignoran (de ahí que
pueda darse un nacionalismo compatible con todas ellas), y lo que dice
en esencia es lo siguiente.
Primero, que la humanidad se divide en unas entidades discretas
denominadas naciones, que están constituidas en base a factores en sí
mismos variables y no relevantes (raza, religión, cultura, lengua,
sentimiento, etc). Lo importante no es cómo se constituyen, sino que
existen.
Segundo, que el poder político corresponde a esas entidades, de
manera que sólo la nación es soberana (legitimación).
Tercero, que el
ámbito del poder político (el demos) debe coincidir con la extensión de
la nación (el etnos), de forma tal que existe un principio de
correspondencia necesaria entre nación y Estado. Si no es así, tenemos
un problema de legitimidad del poder.
Esto mismo se puede formular diciendo que para el nacionalismo la
nación preexiste a la democracia, porque es un dato natural o cultural
que le viene impuesto a ésta desde una realidad social anterior.
La
existencia de la nación no puede ser sometida al debate democrático, es
un hecho bruto previo a él. Aunque la mayoría de la población decidiera
que la nación no existe, el nacionalista seguiría diciendo que la hay,
admitiría sólo que no es consciente de sí misma.
Una consecuencia relevante de esta ideología, por mucho que sea
altamente contradictoria con su propia afirmación inicial, es la de que
el poder político tiene como obligación irrenunciable la de ‘construir
nación’.
Es contradictorio porque, si la nación preexiste al poder,
¿cómo podría tener éste por misión la de construirla?; pero la
contradicción se arregla con un poco de hegelianismo sencillo del ‘ en
sí-para sí’: la nación existe en-sí pero no todos tienen conciencia de
ello, y lo que hace el poder es crear las condiciones materiales para
despertarla por doquier.
Se entiende, para quienes habitan este universo, la relevancia de la
pregunta acerca de si los vascos somos o no una nación. De la respuesta
depende casi todo, quién puede gobernarnos y para qué puede gobernarnos.
Aunque también se entenderá que quienes no están en ese universo, como
es mi caso, se encojan de hombros ante la cuestión y su respuesta,
porque nada les dice.
Y también, por qué no decirlo, porque la formulación de la pregunta
les parece tramposa en sí misma al incluir el artículo o determinante
numeral ‘una’, inclusión que sólo tiene sentido, precisamente, desde la
ideología comentada. Porque no mencioné al citar las afirmaciones
básicas que sustentan al nacionalismo una fundamental: la de que «nación
sólo hay una».
El individuo y los grupos pueden ser de una nación o de
otra, de aquí o de allí, pero no de varias a la vez, eso es
metafísicamente imposible en su universo. La pluralidad de naciones es
bella y hermosa, sí, pero bien separaditas entre sí, nada de mezclas o
superposiciones. Es el cultivo del monomito o la monohistoria, una
perspectiva que ignora deliberadamente la necesidad constitutiva del ser
humano del pluralismo para poder ser libre.
Los vascos somos nación, claro que sí, pero no una sola, sino muchas.
Incluso aquella que describía Marco Aurelio al decir que las fronteras
de su ciudad las marcaba sólo el sol. La nación de la humanidad." (J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 20/10/13, en Fundación para la Libertad)
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