"Se trata de simular que aquí no ha pasado nada, que ni el independentismo está en caída libre, ni muchos de sus líderes reconociendo que la vía unilateral es una vía muerta, ni sus palanganero en la prensa están plegando velas, ni los condenados deben agradecer al Gobierno español la libertad.
Nada, aquí no ha pasado nada, pero para escenificar ello tenemos que encontrar algo que haya resistido sin inmutarse los ataques de la maléfica España, algo que simbolice que los lacistas no se rinden nunca, algo que demuestre al mundo que Cataluña es una potencia mundial, un estandarte, un gesto heroico al que los fieles puedan agarrarse mientras piensan que qué semidioses tienen como líderes: la sartén de la Rahola.
La paella de la Rahola es una tradición veraniega como el puesto en bikini de la Obregón, pero con más kilos, de arroz y de carne, esta última no a la cazuela sino a los cuerpos de los comensales.
Como en tantos platos apetitosos, la receta es simple: se toman unos quintales de ex fugado, una ex columnista famosa dedicada ahora a perorar sobre las cuitas de Rocío Carrasco y un tendero a quien nombraron senador. Sazone todo con una pizca de vicepresidente ocioso del gobiernillo (valga la redundancia) para darle un leve sabor institucional.
Antes, se habrá preparado un sofrito a base de un par o tres diputados. Es imprescindible alguno que haya cambiado de chaqueta; pasar de comunes a abrazar la fe lacista aporta al plato un punto de picante exquisito. Cocine a fuego lento.
Imprescindible: no olvide publicar la foto de todos sonrientes, es básico que los fieles crean que son todos felices aquí, con su paella, su pijería rampante y sus colinas al fondo, las colinas hacen país. Ni que pronuncien «Lluííís», basta pensar en los que creyeron en ustedes y después del engaño les siguen sufragando su vidorra, para que la sonrisa aparezca en su cara como por ensalmo. Aunque, ojo, existe el peligro que entonces se convierta en carcajada, y tampoco es eso.
Imagino que no fue sencillo, a finales de julio, convencer a una docena de personas para compartir mesa con la Rahola y el Vivales. Esto suena más a amenaza que a convite. No debieron ser fáciles las llamadas telefónicas, sistema utilizado hasta que el Vivales no disponga de un motorista que le realice los mandados. Para ello tendrá que esperar a ser jefe del estado catalán.
- Pero, Carlos, es que precisamente ese día no me va muy bien porque ...
- Es una orden! O eso, o despídete de cualquier cargo.
El caso es aparentar. Aparentar es una de las funciones a las que se ha dedicado desde siempre la burguesía catalana. Hay que aparentar que no pasa nada, que todo va como la seda y que en dieciocho meses, republiqueta, y cuánta dignidad y no nos rendiremos y pásame el aceite y nyanyam y Matamala, haz el favor, ve a buscar vino que se ha terminado, y date prisa que tengo sed.
Hay quien, como comida tradicional del verano catalán, prefería el suquet de Portabella. No es que allí no se reuniera pijería, pero había más inteligencia y sentido común en un solo de los mejillones que se tragaban que sumando todos los participantes de la sartén raholiana." (Albeert Soler, Diari de Girona, 30/07/21)
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