"(...) Del lunes 14 de octubre al lunes 21 del corriente han pasado siete
días, pero las encuestas electorales han variado ostensiblemente. El PP
va como un cohete, algunas dan a Vox como tercera fuerza.
No hay, de
nuevo, nada extraño en ello salvo para los estrategas de Ferraz, que
leyeron que esta era la forma de volver al bipartidismo y la
estabilidad. Sánchez lo tiene jodido, no tanto porque un partido de
riesgo no se pueda ganar con una asombrosa canasta de último minuto,
sino sobre todo porque este partido es de esos que no se puede ganar.
Vean Juegos de guerra y lo que aprende el computador Joshua con el tres en raya y los misiles termonucleares.
“El separatismo es una rara sustancia que se utiliza en los
laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los
de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras”. La célebre
cita de Chaves Nogales debería darnos una pista por dónde van los tiros.
El independentismo es una catarsis derechista para España, una segunda
parte del Otoño Rojigualdo, esta vez con los deberes hechos entre sus
fieles. Para la institucionalidad separatista que proclamó la República
testimonialmente en 2017 una escapada hacia delante: condujeron a los
suyos a la meta y allí no había premio. Y eso decepciona. Mejor que sean
otros los que carguen con las culpas que ponerte frente al espejo.
Esa posición es terriblemente difícil de conducir. Sin apoyo
internacional, capacidad de financiación y cuerpos armados te queda
narrar un Estado efímero, no serlo. Sólo se puede confiar en un golpe de
efecto provocado por una desgracia. La frase es dura e inmisericorde.
Tanto como buscar la posibilidad de que quien está al otro lado pierda
los papeles en la escala represiva. O este es el plan o se carece por
completo de guías. No sé qué es peor.
Del otro lado de la institucionalidad los tribunales hacen lo que
saben. A menudo lo que desean. Un país se puede gobernar de muchas
formas, no siempre desde el poder ejecutivo. (...)
Dentro de JxCat andan a hostias. Tsunami Democratic está paralizado
desde el aeropuerto. Quien esté detrás se ha dado cuenta de que puede
controlar la apertura del grifo, pero no su caudal. El presidente del
Parlament, Josep Torrent, se reúne con Ada Colau pero no avisa a JxCat:
eso son las hostias entre ERC y los ex-convergentes. La gente llama botifler a
Rufián, que ha dejado su histrionismo para parecerse a Tardá en el
Parlamento central.
Una foto de un cartel en el suelo explica esto y
otras cuantas cosas: con los Jordis no hubiese habido disturbios. Es lo
que tiene dejar al enemigo sin líderes, que el ejército se hunde pero te
salen 20 guerrillas.
Rivera no ceja en su empeño por echar gasolina al fuego. Si Vox se
expresa como un general golpista bebiendo brandy en un sillón de cuero,
el líder de Ciudadanos dice lo mismo pero como si se hubiera apretado la
mitad del mueble-bar. El domingo 20 de octubre no consigue llenar una
plaza en Barcelona, eso teniendo el huracán a favor. Es lo que pasa
cuando ya no te sacan por la tele porque los que te nacieron te han dado
por amortizado. (...)
Una mujer de mediana edad aparece en la televisión. Está en Barcelona
y por el acento parece catalana, pero podría tomarse un café en la
calle Goya de Madrid y no destacar del resto de señoras. Dice que ella
es independentista pero dentro de un orden. Veo el espíritu de Pujol en
sus palabras estupefactas: son los míos pero me dan mucho más miedo que
los otros. La burguesía catalana ya intentó pactar una salida con Franco
al margen de la II República Española. Mal luego no les fue con el que
está a punto de hacer un póstumo viaje en helicóptero. Que puede más,
¿el misal o la estelada?
Una semana de vértigo. La calle, plano medio.
Centenares de heridos entre los manifestantes, varios de ellos de
gravedad. Decenas de heridos entre los policías, uno de ellos de
gravedad. Este saldo no es nuevo en nuestro país, pregunten en los
grandes conflictos laborales debidos a la desindustrialización forzosa a
la que nos sometió la UE. Lo que sí asusta es que se vuelva a producir
con el nacionalismo de por medio. Los conflictos devenidos en disturbios
de base económica se pierden o se ganan. Los religiosos y nacionales lo
mismo, pero a un coste diferente debido a su enorme transversalidad.
A la policía de nuestro país se le había olvidado que lo habitual no
es cargar y que la gente levante las manos en son de paz y se dedique a
recibir. Eso pasó en el 15M, en Plaza Cataluña (y en otras muchas
partes). Quien desalojó aquella acampada no fue la policia espanyola, sino
los Mossos, aquel cuerpo policial que recibía aplausos populares en
2017, la policía del pueblo catalán, se dijo. En este nuevo formato
post-procés ya todos los uniformados se han puesto del mismo lado.
Del otro una inmensidad de personas que han vuelto a protagonizar
masivas e impresionantes manifestaciones de signo pacífico. Lo cual no
implica que los disturbios se hayan comido a la multitud. Mientras que
las televisiones nacionales montaron una cobertura al milímetro de la
primera noche de hogueras, TV3 programó un espacio de humor. Saquen
ustedes la conclusión. (...)
Antes de los grandes motines siempre ha habido una manifestación
pacífica que iba a pedir la gracia de la autoridad y que era recibida a
tiros. La historia está llena de ejemplos. Asumámoslo, parte del
independentismo se ha hecho violento a un nivel de calle. Que todo se
quede ahí.
Hay que condenar la violencia, se exige, y parece correcto hacerlo
cuando se trata de la institucionalidad. Es lo que les toca y sería
suicida exigir otra cosa. Patético, en el caso de la Generalitat, haber
jugado a estar en dos sitios a la vez. El problema con la violencia es
que de tanto condenarla se nos ha olvidado que los acontecimientos
fundacionales de nuestras sociedades europeas liberales vienen justo de
ahí. Que nuestros conflictos políticos actuales se suelen arreglar sin
violencia, salvo cuando suceden en la orilla sur del Mediterráneo. Que
la violencia estatal, aun legitimada al modo de Weber, se utiliza
constantemente con fines políticos partidarios y de clase. (...)
Han sido ya varios los análisis que han caracterizado los disturbios
independentistas como realmente ajenos a la propia causa, como la
primera expresión de una frustración y un descontento impulsados por los
hechos específicos de Cataluña, pero a la vez ajenos a esta situación
de conflicto nacionalista. Que las barricadas de Barcelona tengan que
ver más con los chalecos amarillos que con el procés no es una
proposición a descartar a la ligera. (...)
Al menos una cierta ola de solidaridad surgió en la sociedad española
a raíz de la represión en el referendo del 1 de octubre, esa de la que
ningún elemento del Gobierno Rajoy se quiso responsabilizar en el juicio
al procés. Hoy tras las imágenes de violencia esa solidaridad de una
parte de la sociedad española es angustia o enfado.
Siento traerles malas noticias, pero en este pulso la sociedad
española es una convidada de piedra atrapada en un sentimiento de
incomprensión al ver que su país se desgaja por uno de los territorios
más ricos y nadie parece dar ningún tipo de respuesta ni de solución. Es
absurdo negar que una parte de la sociedad española odia a Cataluña,
pero la mayor parte simplemente tiene miedo a este momento: asocia lo
que está sucediendo con el episodio más negro de nuestra historia en el
siglo XX. Se llama olfato, hablamos de él hace unos párrafos. No nieguen
para el sofá para lo que pasa en la barricada, eso es moralidad de la
peor especie, no política. (...)" (Daniel Bernabé, Público, 21/10/19)
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