"La lenta reconstrucción de las décadas de pesadilla del País Vasco en
marcha desde hace algunos años tiene muchos ángulos, y uno de ellos,
poco frecuentado, es el papel de la Iglesia vasca.
La propia jerarquía
es muy consciente: el día en que ETA hizo público un comunicado pidiendo perdón, en abril de 2018, los obispos vascos reconocieron “complicidades, ambigüedades, omisiones por las que pedimos sinceramente perdón”.
Ahora bien, no dijeron cuáles son, y un libro recientemente publicado
las enumera exhaustivamente. Tiene un título provocador, que no ha hecho
mucha gracia en la Iglesia vasca: Con la Biblia y la Parabellum. Cuando la Iglesia vasca ponía una vela a Dios y otra al diablo (Península). El autor es el periodista vasco Pedro Ontoso, veterano de El Correo,
y aporta una mole de datos e historias que sacuden la memoria sobre una
relación muy tóxica que aún no ha sido suficientemente explicada.
El libro nace de una pregunta que siempre ha atormentado a Ontoso, y
que formula tomando un café: “¿Cómo en un país tan católico puede haber
surgido una ideología tan totalitaria? Creo que el maridaje de política y
religión ha sido muy negativo. A Dios se le sustituyó por la patria, la
patria se convirtió en un ídolo, algo que no corrigieron los obispos.
Y
en un momento dado se exigen sacrificios, se mata y se muere por la
patria. Había que cortarlo. La Iglesia ya debió plantarse en 1977, tras
la amnistía. Luego siguieron otras ocasiones perdidas. Decidieron no
meterse en líos y el monstruo fue creciendo”.
La historia viene de muy lejos, claro. En el País Vasco, la
identificación entre religión y pueblo es muy fuerte. Ya en las guerras
carlistas hubo mucho cura violento. “La clave es la Guerra Civil, el
clero vasco pierde la guerra. Sufre represalias, muchos curas van a
prisión, y luego la Iglesia fue un paraguas de la oposición. Además es
la Iglesia la que hace pervivir el euskera”, explica. El libro recorre
hitos olvidados.
La primera asamblea de ETA se celebró en 1962 en el
monasterio benedictino francés de Belloc. La cuarta, la primera en
España, en una casa de los jesuitas en Getaria. El primer asesinato
planeado por la banda, el de Melitón Manzanas, en 1968,
se preparó en casa del párroco de Zeberio y en el convento de los
sacramentinos de Areatza, en Bizkaia. Un exmonje benedictino, Eustakio
Mendizabal, Txikia, fue jefe de ETA y sanguinario pistolero.
Murió en un tiroteo.
En 1969 varios sacerdotes y religiosos ayudaron a
huir a un etarra herido en Orozko que había matado a un taxista en su
fuga. Fueron detenidos tres, y también el vicario del obispado de
Bilbao, José Ángel Ubieta. Ontoso ha buscado a una hija del fallecido y
le cuenta que la Iglesia, “más que ayudarnos, se dedicó a proteger a los
suyos”. Todo esto como ejemplo de la vela puesta al diablo.
En cuanto a la otra vela, la de Dios, el libro desmenuza el largo
camino de silencio de la Iglesia vasca con el terrorismo. “La gran llaga
de la Iglesia vasca es que tardaron mucho en llegar a las víctimas”,
opina Ontoso. Con todo, rompe una lanza por monseñor Setién,
cree que se le ha demonizado en exceso. Los obispos ni siquiera
mencionaban la palabra ETA: la primera vez fue en un documento de 1984.
Tampoco oficiaban funerales, una praxis que rompió Ricardo Blázquez en
1997, siendo obispo de Bilbao, con Miguel Ángel Blanco. A una parte del
clero aquello no le gustó, y tampoco a ETA, que lo hizo saber. “La
izquierda abertzale y ETA han tenido siempre el cálculo
político de que necesitaban a la Iglesia”.
De hecho, ETA nunca tocó a la
Iglesia, salvo los capellanes castrenses en atentados a militares. Lo
más cerca que estuvo fue con el asesinato en 1985 de un taxista de
Bermeo que resultó ser primo del obispo de San Sebastián Juan María Uriarte,
pero es que la banda se enteró luego del parentesco. Por ese cálculo,
ETA ha avisado cada vez que creía que la Iglesia no era neutral. En
2001, cuando se reunieron 50.000 personas a rezar por la paz en
Armentia, Álava, el boletín de la banda advirtió:
“Ver que quien debía ser mediador y testigo está trabajando a favor de
una de las partes del conflicto no favorece su neutralidad”.
Porque la Iglesia siempre ha tenido un papel importante en casi todas
las conversaciones con ETA. “Ha estado mucho más en primera línea de lo
que parece. La Iglesia era de fiar, para las reuniones nunca se piensa
en un sitio civil, en un hotel; se van a Santa María de Mave, en
Palencia; a Loiola…”.
En todos los intentos de conversaciones con ETA
siempre aparece un hombre de la Iglesia. Ontoso en su libro recorre
numerosos casos desde 1976. En 1984, Felipe González lo hizo a través
del jesuita José María Martín Patino. Y Aznar, tras la tregua del Pacto
de Estella, en 1998, aceptó como mediador a monseñor Uriarte, propuesto
por ETA. Fracasó, pero ganó prestigio y volvió a mediar en 2006. Y así
hasta el final.
Ampliando el campo de visión se llega al Vaticano, otro cruce de
relaciones que Ontoso disecciona a lo largo de los años. Desde los
primeros e infructuosos intentos del PNV por ser recibidos en Roma —solo lo consiguió Urkullu en 2017—
hasta los contactos vascos en la Santa Sede: Laboa, Arrupe, el cardenal
Etchegaray. Pero a Ontoso también le interesa el papel de los simples
creyentes, y hay una historia muy desconocida, la del industrial Jesús Guibert, secuestrado por ETA en 1983.
Al despedirse, propuso a sus captores que quedaran otro día para
hablar, que tenían que abandonar las armas. Al final ETA le llamó para
ser mediador de otro secuestro y un etarra llegó a contactarle en 1989
porque necesitaba dinero para huir de la banda y rehacer su vida: le dio
ocho millones de pesetas. Luego fue mediador del Gobierno socialista en
1985 y 1986.
Este análisis destaca dos funciones positivas de la Iglesia que no se
ven tanto. Una es el movimiento pacifista: Gesto por la Paz nació en
ambientes cristianos de base. Tanto que en la primera manifestación, en
1983, improvisaron la pancarta con el reverso de una que tenían y en la
que se leía: “Sí al celibato opcional”. Fue de estudiantes de la
Universidad de Deusto, de los jesuitas.
Otros sacerdotes llevaron
escolta por participar en colectivos como Basta Ya, el Foro de Ermua y
el Foro El Salvador. Y cinco curas se apuntaron en 2003 en las listas de
PP y PSOE en Bizkaia como gesto de solidaridad, aunque ignorados por la
jerarquía.
El segundo punto oculto son los curas que han trabajado en las
cárceles, una labor silenciosa pero profunda. El libro descubre
historias muy desconocidas, como la del claretiano Josu Zabaleta, que se
hizo miles de kilómetros por cárceles hablando con etarras. La Iglesia
también tiene un papel muy importante en la llamada Vía Nanclares de reinserción.
Ha sido una forma de cerrar un círculo infernal. Históricos de ETA como
Txelis o Carmen Guisasola entraron en ETA casi por compromiso cristiano
y salieron por lo mismo. Con un cura al lado al entrar y al salir." (Íñigo Domínguez, El País, 01/07/19)
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