"(...) En 2012 el irresponsable Artur Mas inició el procés imbuido en su mesiánica interpretación de Supremo Hacedor de la voluntat de un poble.
Después de que la falta de higiene (política, se entiende) de la CUP lo
enviara al basurero de la Historia, sus acólitos capitaneados por el
actualmente fugado Puigdemont continuaron con el golpe de Estado hasta
que acabaron con la paciencia de más de un millón de catalanes que el 8
de octubre de 2017 tomaron las calles de Barcelona hastiados e
indignados, lo que supuso el fin de la hegemonía moral que había
construido el nacionalismo a lo largo de los últimos 40 años.
Y ese día
los probos ciudadanos libres de nacionalismo, que entonces eran pocos y
temerosos de la fatwa nacionalista y de sus pogromos contra los disidentes del régimen,
se multiplicaron, cruzaron el Rubicón y empezaron a organizarse en
brigadas de limpieza que acometían con regularidad aquello en que las
instituciones públicas catalanas habían hecho intencionada dejación: la
desinfección y saneamiento ideológico del espacio público que había sido
invadido por los nacionalistas en un burdo intento de imponernos por la
fuerza sus símbolos y el modelo de sociedad de pensamiento único que
estos representan (nota: en esa fecha aún no había lazos pero sí
esteladas y propaganda secesionista).
Esta historia interminable que sufrimos los catalanes tiene mucho en
común con la descrita por Michael Ende. En una entrevista en 1984 en EL PAÍS,
Ende afirmaba lo siguiente: “Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor
medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. […] Para
encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar
por lo fantástico. […]
Sin embargo, hay siempre un riesgo cuando se realiza tal periplo;
entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio
que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde
también su contenido”.
Y esto es lo que les ha pasado a los procesistas, han creído penetrar en el país fantástico de la República Catalana,
y, a diferencia de Bastian, ellos, separados de lo real, han perdido
todo contenido, instalados en el odio, el supremacismo, la negación y el
rechazo de la verdadera democracia, que no es imponer que todos
pensemos igual sino que todos seamos libres de pensar lo que nos dé la
gana.
Afirma Ende en la misma entrevista que “el principio
demoniaco de nuestra época reside en la dominación que ejerce la
multitud sobre el individuo” y que “nos inquietamos por la destrucción
de ese mundo exterior que constituye nuestro marco vital. Sin embargo,
hay otra forma de destrucción de la que no se habla y que es igualmente
trágica: la de nuestro mundo interior”.
Y eso es lo que ha hecho el
principio demoníaco del procés con los propios, ergo las
intolerantes y abducidas hordas amarillas, esos individuos dominados por
la multitud estelada bajo la que se amparan y en la que su propia
personalidad queda diluida, y que no sólo destruye su mundo exterior
sino que ha aniquilado trágicamente su mundo interior y su capacidad de
raciocinio para siempre.
Ambos procesos destructivos se retroalimentan y constituyen esa historia interminable, esa intrahistoria del procés
sin fin que destruye Cataluña y a los catalanes y que pone en riesgo
las bases de solidaridad e igualdad en la que se sustenta nuestro país,
España, y a la propia Unión Europea (...)
En el reino de Fantasía descrito por Ende volaban dragones sin alas como
Fujur; el día que en la Cataluña de fantasía en que viven los
nacionalistas dejen de volar los burros sin alas (burros autóctonos
catalanes, de pura raza, claro está, sin baches en la cadena de ADN,
como los de las pegatinas de las partes traseras de los coches de los
separatistas) quizás veamos el fin de nuestra propia historia
interminable y vuelvan el seny, la legalidad, la democracia y
el Estado de Derecho a nuestra región, y quizás finalmente podamos hacer
entender a los separatistas la máxima de Cicerón de ubi bene, ibi patria, allí donde esté el bien, allí está la patria, y no precisamente envuelta en banderas de odio estelado." (Pau Guix, dramaturgo, El Catalán, 10/03/19)
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