"(...) Mi vida en cierta manera está ligada a Errenteria. Fue en 1989, en
ese pueblo, cuando rechacé a mi padre y a mi madre en el campeonato de
bertsolaris jóvenes Xenpelar Saria. Yo, fruto de las nuevas escuelas de
bertsolaris de la época, era un bertsolari atípico, hijo de emigrantes
llegados de Extremadura y Zamora, ‘bertsolari in vitro’, diferente y
poco ortodoxo en la estética y el lenguaje.
Nací en 1972, en pleno
conflicto político en una familia de emigrantes, del que era el primer
vascoparlante. Pero era tal la vergüenza que me daba hablar con mi aita y
con mi ama en castellano ante el resto de compañeros habiendo ganado
aquel campeonato en uno de los templos del euskara, era tal el complejo
que tenía de falta de pedigrí, que aquel día preferí renegar de ellos y
rechazarles el saludo. He llegado a hacer cosas tan feas como esa, lo
reconozco públicamente.
Eran tiempos en blanco y negro. Español malo, vasco bueno.
Estereotipos y clichés. Tu ahí y yo aquí. No sabía gestionarlo. Es así
como yo, en vez de sentirme orgulloso de ellos, yo, fruto de su esfuerzo
de integración, llego a rechazar en Errenteria a mis padres en un
contexto histórico concreto y como consecuencia de un conflicto
identitario interno mío, pero colectivo y extendido en todo el
territorio vasco.
Pongámonos en perspectiva histórica para darnos cuenta de la
envergadura de nuestra tarea y del logro que supone la convivencia
actual en Errenteria. Cientos de miles de emigrantes llegaron de
Andalucía, Extremadura, Castilla, Galicia y demás pueblos del Estado a
tierras vascas en muy pocos años.
Llegaron a miles en trenes, autobuses, sin orden alguno, sin
estrategia integradora alguna. Al contrario, los obstáculos para la
integración eran de todo tipo: identitarios, políticos, culturales,
clasistas, urbanísticos... Llegaron a un pueblo en el que su cultura y
todas sus expresiones, su idioma, eran perseguidos, mancillados,
humillados, castigados y desprestigiados, hasta tal punto que muchos de
los aquí nacidos, en un alarde de clasismo y acomplejamiento
lingüístico, lo rechazan y se burlan de aquellos que hablan mal el
castellano y huelen a caserío.
Nuestros padres y nuestras madres llegaron a un autentico Gernika
cultural que hoy en día todavía estamos en plena fase de reconstrucción.
Miles de familias como la mía, «maketos», «mantxurrianos», «coreanos»,
«belarrimotzas», «hezurbeltzas» que se instalaron en auténticos guetos
para emigrantes, barrios periféricos… verdaderas chapuzas sociales que
el dictador Franco gustaba de inaugurar. Sitios llamados «Casas
baratas», «Mantxurria», «Mundo mejor», «Poblado», «Katanga» y demás
nombres despectivos. (...)" (Jon Maia, Bertsolari, Naiz)
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