"España no está mal. Figuramos entre los primeros países
en calidad democrática, esperanza de vida, libertades, sentencias
judiciales avaladas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos,
liberalidad de costumbres, sanidad, movilidad social, seguridad
ciudadana y algunas otras cosas no menos importantes. Es razonable
sentirnos orgullosos.
No son simples designios, azares sobrevenidos como
el buen tiempo, desprovistos de mérito o esfuerzo, sino resultados de
acciones o decisiones institucionales. (...)
Los entusiastas de la diversidad están muy presentes en el debate político.
Acostumbran a defender tesis conservacionistas, según las cuales,
tendríamos el deber moral de conservar las lenguas. Sería un modo de
preservar identidades y concepciones del mundo, (...)
Estamos ante problemas de derechos. Más exactamente de igualdad. Por
supuesto, los conservacionistas también apelan a la igualdad. A la
igualdad de las lenguas y, si acaso, derivada y quiméricamente, a la de
las personas. (...)
La igualdad se pone en peligro cuando las lenguas se utilizan
como filtros arbitrarios para el acceso a las posiciones sociales y
laborales. Una precisión: la igualdad que importa es la de
todos los ciudadanos. Por eso no vale acotar la unidad de valoración a
las autonomías.
El problema, con serlo, no es que por no saber catalán
muchos mallorquines no puedan trabajar como médicos en un hospital
público o como músicos en la Orquesta Sinfónica de las Islas Baleares,
sino que no puedan hacerlo sevillanos o vascos. La igualdad deja de
serlo si solo se contabiliza la igualdad de unos cuantos. La igualdad no
se parcela." (Félix Ovejero, El Mundo, 06/03/19)
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