"El Plan Molins fue una gran ocasión perdida para
reenderezar la cuestión catalana, muy poco antes del desastroso otoño
levantisco de 2017.
Lo esbozó en primavera un grupo de trabajo sobre un
esquema de Joaquim Molins, el exdiputado roquista, melómano y centrado,
que moriría poco después, en julio. Lo organizó el conseller de Cultura, Santi Vila, quien lo presentó detalladamente en La Moncloa a la vice, Soraya Sáenz de Santamaría.
Era un esquema sencillo, pero hábil, porque partía
del mandato básico de todo negociador: no pisotear jamás las líneas
rojas de la otra parte contratante, bucear en el resto y darse tiempo y
periodos de ejecución. Para el Gobierno, la raya infranqueable era la
soberanía nacional, residente en el pueblo español. No se violó. Para el
Govern, que la solución al embrollo debía pasar por un voto de la
ciudadanía catalana. También se respetó.
Así que el programa incluía la puesta en marcha de
unos “ajustes” constitucionales y estatutarios, plausiblemente sobre la
base de la fórmula Herrero de Miñón. Este padre de la Constitución viene
propugnando para Cataluña una sencilla enmienda constitucional a la vasca,
por la vía rápida, para colgar de ella blindajes competenciales y una
ampliación del autogobierno sin romper ninguna baraja legal.
Esos ajustes se completarían con un estricto
cumplimiento del espíritu del Estatut de 2006, particularmente en el
aspecto financiero (compromiso de inversiones referenciado al peso de la
economía catalana en el PIB global), siempre violado.
Al cabo de cinco años de la firma, los ciudadanos
catalanes serían llamados a votar, no sobre la soberanía en general, ni
siquiera sobre un autogobierno genérico, sino sobre si creían que esos
acuerdos habían sido efectivamente llevados a la práctica. Claro que el
voto podría albergar metalecturas, aunque siempre encajaría en el
estricto marco constitucional de 1978.
Pero el Gobierno Rajoy dilapidó la ocasión. A las
pocas semanas respondía que: “No se dan las condiciones necesarias de
confianza” para emprenderlo.
Fue una pena. No estaríamos donde estamos. Al poco
surgió otro plan, el del lendakariIñigo Urkullu, que en octubre
propondría el binomio elecciones autonómicas-descarte del 155. La brutal
tensión conspiró en contra. Y esta vez quien se apeó —incluso de lo ya
acordado— fue el president, Carles Puigdemont, para darse a la fuga. La última ocasión perdida. De momento." (Xavier Vidal-Folch, El País, 04/03/19)
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