"Emilia Landaluce (Madrid, 1981) es periodista y escritora. Acaba de publicar el libro No somos fachas, somos españoles
(Ed: Esfera de los libros), que describe como un "argumentario para
irse a discutir al bar con cualquiera" sobre la idea de España, más allá
de prejuicios y complejos.
La obra también narra la semana crucial del
otoño más caliente de los últimos años en España. Estuvo en San Julià de
Ramis --el pueblo de Puigdemont-- durante el referéndum ilegal del 1 de
octubre de 2017 y en la manifestación del 8 de octubre en la que el
constitucionalismo llenó las calles de Barcelona.
--En su libro habla del “espíritu del 8-O” para
explicar una manifestación que surgió de la iniciativa de los ciudadanos
de a pie y en la que después se sumaron los partidos
constitucionalistas. ¿El pueblo español mostró más valentía que sus
representantes?
Por supuesto. Pero eso suele ser algo común porque la
política no suele invitar a ser precisamente valiente. Los partidos que
no pertenecen a la izquierda radical temen la palabra mágica: facha,
que es una forma de expulsar a la mayoría social (y esto lo dice hasta
el CIS de Tezanos) que defiende la Constitución.
Que no se cuestiona
permanentemente lo que debe de ser España y vive en ella sin complejos.
Me parece que si no llega a tener lugar la manifestación del día 8 de
octubre la aplicación del 155 hubiera sido mucho más complicada.
Entre otras cosas porque el centroderecha siempre ha infravalorado a
sus votantes y la izquierda está secuestrada por el nacionalismo y el
rupturismo.
De hecho, los manifestantes obligaron a Rajoy, Rivera y
Sánchez a plantarse frente al nacionalismo.
--Usted distingue la manifestación del 8-O de las de la Diada
no solo por el contenido político sino también por cosas como que en la
de los nacionalistas la masa va uniformada o hay una organización muy
elevada. ¿Qué extrapola de ello?
El nacionalismo suele ser mucho más esencialista y, por lo tanto, más homogéneo.
No deja espacio para la disidencia. O eres un esclavo, como pueden ser
tantos periodistas no nacionalistas que se empeñan en la equidistancia
entre el delincuente y el que no lo es. O eres un facha que merece ser
purgado de ese pueblo idílico que pretenden.
Luego por otro lado, se
nota el poso totalitario de sus performances en la Diada. Son, ya se ha dicho muchas veces, de Corea del Norte.
Con su camiseta del color que mande ANC y Ómnium Cultural, su minuto de
silencio a las 17.14 horas... Los constitucionalistas son mucho más
alegres porque los españoles son como les da la gana. Hasta
nacionalistas catalanes.
Ahora me interesa mucho el nacionalismo
cultural. Todos esos sopar groc, la ratafía y llevar esas alpargatas que
usa Torra. Esos son signos, uniformes que se van poniendo los
nacionalistas.
--Una idea que veo muy interesante en su libro es la
de que las elites españolas han sido más frívolas o mediocres que sus
ciudadanos. Antiespañolas, dice. Cita incluso un reflexión de Henry
Kissinger. ¿A qué elites se refiere?
En España hay elites que son increíbles. La clase
profesional tiene una calidad excepcional. Piense en los ingenieros, en
los farmacéuticos, en los médicos o en muchos agricultores. En fin,
paradójicamente, Kissinger se refería a los que habían hecho la Transición, por lo que creo que fue bastante injusto.
Con las elites --yo las llamo "esas elites"-- no solo
me refiero a empresarios o banqueros más o menos conocidos (al Íbex,
por lo general, España le da bastante igual hasta que se ven con el agua
al cuello como pasó con el 3-O) sino también a opinadores,
periodistas... (lo que llamamos, líderes de opinión) que desprecian a
ese 70% de españoles que sigue creyendo que vivimos los mejores años de
nuestra historia.
Por ejemplo, durante la crisis económica, los medios
se han dedicado a hacernos creer que éramos el país más corrupto, el más intolerante --ahora según Andrés Conde, director de Save the Children
España, es un infierno para los niños--. Sin embargo, no somos peores
que el resto de los países. Esas élites quieren hacernos creer que somos
un fracaso. Han tenido siempre un comportamiento poco heroico
históricamente. Al final son los españoles --ellos dirían los españolitos-- los que tenemos que sacar el país adelante. (...)
--Desgrana muy bien y con muchos ejemplos cómo el
nacionalismo ha controlado el relato y la propaganda de cara al
exterior. En un momento dice que “deberíamos pasar un poco más de lo que
diga la prensa internacional”, como hacen en EEUU o Reino Unido. ¿Cree
que es mejor pasar o combatir el relato nacionalista?
Lo primero que hay que conseguir es que en el resto
de España dejemos de creernoslo. Como con la leyenda negra, que, como
explico en libro, aún persiste en nuestro imaginario. A partir de ahí
será más fácil que nuestras embajadas, institutos Cervantes
y demás instituciones contribuyan a que el resto del mundo entienda que
lo que paso en Cataluña fue un golpe y que España es una democracia
plena. También ayudaría a tener un gobierno que no no descuide la
comunicación y piense que las crónicas de los corresponsales son menos
importantes que los editoriales. (...)
--También defiende el discurso del rey del 3-O. ¿No
le faltó nada? ¿Una frase en catalán? O por el contrario, ¿cree que este
discurso es un punto de inflexión hacia el aumento de popularidad del
Jefe de Estado?
El rey hizo el discurso más republicano
que se puede hacer. Dijo que nadie está por encima de la ley. A lo
mejor lo tenía que haber dicho Rajoy, pero al menos sirvió para
demostrarnos a muchos republicanos para qué está el jefe de Estado.
Respecto a hablar en catalán... quizás.
En cualquier caso, los derechos
que fueron pisoteados el 1-O fueron los de los catalanes que se sienten
españoles. Los mismos que han estado abandonados por el Estado en los
últimos 40 años." (Entrevista a Emilia Landaluce, Laura Fábregas, Crónica Global, 01/11/18)
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