"(...) Uno de los invitados fue Agustí Colomines, a quien conocí hace casi
cuatro décadas en Barcelona cuando él era un joven independentista.
Culto, inteligente, profesor de Historia, arrogante y seguro de sí como
buen pijonacionalista, Agustí pertenece a la élite catalana de toda la
vida; ésa que en el fondo, y a veces en la forma, desprecia a los
Rufianes y demás charnegos útiles.
Asesor áulico de Artur Mas y de
Puigdemont, Agustí es uno de los cerebros que idearon el proceso
separatista hoy en curso. Y en Sevilla estuvo a la altura de sí mismo.
Desde afirmar que para él Valencia y Baleares son como para los
españoles Hispanoamérica, hasta señalar que los españoles no entienden
un pimiento y que no hay quien pare el proceso catalán, no se privó de
nada.
El público se lo quería comer vivo. No por lo que decía, sino por
cómo lo decía. El historiador Fernando García de Cortázar y el ex
alcalde de La Coruña y embajador Paco Vázquez estaban indignados por las
maneras despectivas y la suficiencia con que Agustí planteaba las
cosas.
Pero aquello no era una tertulia de la tele; así que, cuando el
rugido popular acallaba al invitado, tuve que coger el micrófono y
recordar que allí habíamos ido a escuchar argumentos de primera mano,
sin manipulaciones ni intermediarios, y no a vocear el desagrado con lo
que se escuchaba.
«Además –dije– Agustí tiene el valor de estar aquí, pudiendo no estar. Tiene una fe y la defiende. Es coherente con su fe y su combate». La gente reaccionó admirable y comprensivamente, y todo siguió su curso.
Fue entonces cuando, ya que tenía el micrófono en la mano, le hice a Agustí una pregunta: «En un Estado sin complejos como Francia o Alemania, ¿habría sido posible el procés?». Y él fue sincero: «Probablemente no existiríamos». Apunté que la Cataluña francesa no existe, y él dijo: «Allí no hay problema nacional catalán porque lo eliminaron. Y si España no ha eliminado a Cataluña…». Lo dejó ahí, pero me lo había puesto fácil: «¿Que se joda?», pregunté. «Pues sí –respondió, tajante–, que se joda».
No había más que hablar, y allí acabó el debate. Y ahora, dándole a
la tecla, recuerdo ese momento y pienso que nunca estuvo tan claro, tan
sinceramente expuesto; y eso es lo que quiero agradecerle a Agustí. En
vez del hipócrita mamoneo que a diario oímos en Cataluña sobre el
proceso independentista, el largo marear la perdiz a que se nos tiene
acostumbrados, fue higiénico que alguien como él dijera las cosas tal
cual son.
A diferencia de Francia y su Revolución, del jacobinismo
implacable que hizo de nuestros vecinos una nación fuerte, culta, unida y
respetable, España perdió la ocasión, no sólo en ese momento, sino
muchas veces después, incapaz de superarse a sí misma, insolidaria y
dispersa. Siguió en manos de curas y espadones, de monarcas incapaces,
de oportunistas periféricos y centrales. Y nunca tuvo el coraje de
enfrentarse a sus difíciles realidades.
Por eso, en mi opinión, la culpa de lo que ocurre en Cataluña no la
tiene Agustí Colomines, que desde su arrogancia egoísta e insolidaria
lucha por aquello en lo que cree. La tiene nuestra larga apatía,
nuestros complejos y nuestra cobardía: la de un Estado que lleva tres
décadas, o más bien tres siglos, dejándose demoler casi con alegría.
La
culpa es nuestra: de los españoles en general, que a diferencia de esa
Francia donde Cataluña, como dice Agustí, no es un problema porque no
existe y donde hay una bandera francesa en cada escuela, merecemos de
sobra lo que él dijo en Sevilla. «Que se joda España». Así es, desde luego. Y lo que todavía se va a joder." (Arturo Pérez Reverte, XLSemanal,
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