"El día del fin de ETA nosotros iremos al cementerio”.
Este 4 de mayo, marcado por el ceremonial que rodea al anuncio del fin de ETA,
también está señalado por la fatalidad criminal. Un día como hoy hace
35 años, cuatro terroristas de la banda asesinaron a tiros en un garaje
de Bilbao al teniente de la Policía Nacional Julio Segarra, al cabo del
mismo cuerpo Pedro Barquero y a la esposa de este último, María Dolores
Ledo, embarazada de tres meses. (...)
Los familiares no tienen ningún motivo para
interesarse por la escenificación del adiós de la banda. “Hoy nosotros
iremos al cementerio. ¿Qué más podemos hacer?”. Habla María Nieves
Echebarría, que en 1983 quedó viuda del teniente con un bebé en brazos
de solo ocho días de vida y otros dos hijos de 11 y 14 años de edad.
“Cada vez que estos días la tele da algo de
ETA, a mi madre se le cambia la cara, se pone muy triste”, cuenta
Andrés Morón Barquero, sobrino del cabo. Esta mujer que perdió un
hermano de 30 años ha vestido de luto hasta hace muy poco, pero aún no
se ha sacudido el sufrimiento y le irrita remover el pasado. Lo mismo le
pasa a María Nieves, que era feliz junto a Julio y sus tres hijos hasta
que el comando Vizcaya le arrebató a su marido. Todas las mañanas toma una pastilla “para levantar el ánimo”, aunque el disgusto no desaparecerá nunca. (...)" (Mikel Ormazabal, El País, 04/05/18)
"Tiempos de gran tristeza porque una sociedad, la
vasca, vivía sin querer saber qué les ocurría a sus vecinos... y por unos partidos, los
nacionalistas, cegados hasta que ETA decidió incluirlos en sus listas.
Iñigo, mi hijo, supo que ETA decidió matarlo hace
seis años. Se lo contamos su padre y yo en una cena. Esa noche hablamos
de libertad, democracia y terrorismo. Lo hicimos tranquilamente; ya
había pasado el tiempo suficiente desde que un comando terrorista pusiese una bomba en la puerta de nuestra casa.
ETA había decidido socializar el sufrimiento, así lo dejó dicho en uno
de sus escritos, y en su diana estaba la prensa. Podía haber ido contra
Juan y contra mí, pero optó por la familia entera —nuestro niño tenía 18
meses— por la repercusión internacional.
En el camino he ido dejando todos los efectos psicológicos que sufren muchas víctimas,
he ido sorteando situaciones nada fáciles. Un recorrido en el que te
encuentras en la consulta del psiquiatra a personas que no se explican
por qué ellas han sobrevivido cuando sus compañeros fallecieron por esa
bomba destinada a todos, mujeres viudas que después de 20 años del
asesinato de su marido se consideran responsables de su muerte por
haberle contado al carnicero que era militar.
Este día lo había soñado, imaginado, inventado muchas
veces a lo largo de los años. Es un momento agridulce porque casi sin
darme cuenta van llegando a mi memoria los cientos de atentados de los
que he tenido que informar. El anciano que quedó en el paso de peatones
con un disparo en la cabeza cuando se disponía a jugar su partida de
cartas.
El gobernador militar y su familia que quedaron hechos añicos al
colocar un comando una bomba sobre el coche en el que viajaban, el
diseñador gráfico que se quedó sin brazos por abrir un paquete bomba...
El vendedor de bicicletas al que un desalmado asesinó porque se le cruzó
en el camino, el muchacho que trapicheaba con unas papelinas, el chófer
de un empresario, los cientos de jóvenes guardias civiles destinados en
el País Vasco cuyas madres llegaban de los pueblos de España enlutadas y
con unas zapatillas recién estrenadas de paño para recoger el cadáver
de su muchacho...
Tiempos de gran tristeza porque una sociedad, la
vasca, vivía sin querer saber qué les ocurría a sus vecinos y buscaba
explicaciones a cualquier atentado, y por unos partidos, los
nacionalistas, cegados hasta que ETA decidió incluirlos en sus listas. (...)
ETA intentó asesinar el 10 de noviembre de 2000 a Aurora Intxausti,
a su marido, Juan Palomo, y al hijo de ambos, Íñigo, con una bomba de
dos kilos de amosal y tres de tornillería que los terroristas colocaron
en la puerta de su casa. El artefacto fue ocultado en una maceta, de la
que salía un cable que unía el detonador con el picaporte de la
vivienda.
El dispositivo de detonación falló y la familia salvó la vida.
Intxausti acababa de ser señalada en un vídeo de la revista Ardi Beltza, dirigida por Pepe Rei, antiguo redactor jefe de Egin." (Aurora Intxausti, El País, 04/05/18)
"A Francesc Manzanares hablar de ETA y su disolución
le sigue removiendo emocionalmente.
No es para menos. El 19 de junio de
1987 su hermana Mercè, de 30 años, había acompañado a comprar un bañador
a los hijos de su otra hermana, Núria. Los pequeños, Silvia y Jordi,
tenían solo 12 y 9 años. Los tres murieron asfixiados en el atentado de Hipercor,
en Barcelona, y forman parte de las más de 300 víctimas civiles que ha
dejado ETA a lo largo de su historia.
Él, tres décadas después, aún
llora cuando habla de los pequeños y del sufrimiento eterno de su
hermana y su cuñado. “Me parece muy bien que se cierren heridas”, dice.
“Pero aún queda mucho por hacer. Los problemas de las víctimas
continúan”.
Al guardia civil Javier López se le quebró la vida
con tan solo 21 años. En 1978 estaba destinado en el servicio de
información de Basauri (Bizkaia) y vivía con su mujer y su hijo recién
nacido en la casa cuartel de Galdakao. Tras un asalto de miembros de ETA
al edificio, que duró 25 minutos, tres balas acabaron en su hígado, en
uno de sus riñones y en su columna vertebral.
Pasó dos años en silla de
ruedas y tuvo que dejar el cuerpo. Es uno de los miles de miembros de
las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado heridos por ETA. Cree que
la disolución “no cambia nada de nada”. “Es una farsa, solo un lavado de
imagen para una banda que ha sido derrotada policial, judicial y
socialmente”, opina.
“No veo ninguna diferencia con la situación de hace
dos semanas. Si a alguna víctima le tranquiliza saber que no van a
volver a actuar, eso es positivo. Pero ni entregan las armas ni van a
colaborar con la justicia para resolver los más de 300 crímenes sin
resolver”.
Ramón Doral era ertzaina, vasco e independentista. Su mujer, Cristina Sagarzazu, también. No dejó de serlo después de que ETA matara a su marido
el 4 de marzo de 1996. “Solo faltaba que esta gente cambiara mis
ideales”, defiende ella, 22 años después de convertirse en víctima del
terrorismo.
“Pero mis ideas no son compatibles con la violencia. Mi
lucha no es la suya. El comunicado en el que ETA se disuelve aún tengo
que digerirlo. Me cuesta hablar en caliente. Está bien que lo dejen,
claro, pero han causado mucho sufrimiento, mucho, y por nada. Por suerte
creo que la gente ya no les cree, que la sociedad sabe que la violencia
ha sido en balde”. Sagarzazu, de 62 años, quedó viuda demasiado pronto,
con tres hijos a los que criar. Vive en Hondarribia (Gipuzkoa).
Fernando Garrido tiene 59 años, vive en Jaca (Huesca)
y prefiere no hacer mucho caso a las noticias sobre ETA, incluyendo al
comunicado en el que anuncian su disolución. “Trato de verlo fríamente”,
dice. “Para mí lo más importante fue cuando dejaron de matar. Eso
cambió todo.
A partir de ahí, supongo que vivir fuera de Euskadi me hace
ver el problema con más lejanía”. El 25 de octubre de 1986 ETA asesinó en San Sebastián
a su padre, el gobernador militar de Gipuzkoa Rafael Garrido, a su
madre, Daniela Velasco, y a Daniel, su hermano de 21 años, colocando una
bomba sobre el coche oficial del militar. (...)" (Mónica Ceberio, El País, 04/05/18)
"Mi primera manifestación.
Leo: "En Ermua numerosas mujeres se arrodillaron al grito de ETA, dispara, aquí tienes mi nuca”.
Y recuerdo la que para muchos adolescentes españoles fue nuestra
primera fecha histórica. Nacidos en democracia, los que éramos pequeños
cuando cayó el Muro de Berlín nos hicimos un poco más mayores, o nos
sentimos un poco más ciudadanos, aquel 13 de julio del 97. Conocí Libertad, sin ira libertad y alguien me contó que a Jarcha ya se les había cantado antes, en otro contexto. (...)
Y que no olvidamos dónde nos pilló la rabia del desenlace.
Hacía sol y salía del agua en la playa asturiana de San Juan cuando
alguien subió para todos el volumen del transistor.
Meses después, de visita a la familia, acabé en un concierto algo
esperpéntico en Las Ventas en su memoria. En YouTube aún se pueden ver
algunos momentos, como una actuación inenarrable de Nacho Cano.
Mi memoria mezcla todo esto 20 años después: la playa, el grito, la
rabia, el concierto. No recuerdo a los líderes políticos; sí aquella
primera vez en una manifestación." (Lucía González, El País, 10/07/17)
"Los resistentes en la Euskadi de plomo y miedo.
En marzo de 1997, José Antonio Ortega Lara y Cosme Delclaux seguían secuestrados por ETA. La kale borroka acompañaba en su escalada de terror cada fin de semana con decenas de ataques pintadas y amenazas. El 24 de ese mes dos botellas incendiarias intentaron colarse en el domicilio del concejal del PP de Santurtzi, Félix Velasco. Su mujer estaba en casa. “Nuestras ideas no se pueden quemar”, proclamó aquel día.
“Yo aguanté porque creía en la libertad de
todos los vascos frente a aquellos que después de 40 años de franquismo
nos querían volver a quitar la libertad”, explica Paco García Raya, el socialista que durante 28 años representó a los vecinos de Mondragón en varias instituciones. Once años después del ataque que sufrió Velasco, también en marzo pero de 2008, García vio prácticamente morir a su amigo y exconcejal socialista en esa localidad, Isaías Carrasco.
Se lo encontró en la calle, en un charco de sangre después de que ETA
le descerrajara tres tiros cuando arrancaba el coche para ir a trabajar.
Velasco, García y muchos otros concejales con nombre y
apellido, pero anónimos en su sufrimiento, han logrado sobrevivir en
Euskadi junto a los atrevidos pacifistas que se concentraban en silencio
contra ETA, pese a la dolorosa y generosa apuesta personal que hicieron
cuando la violencia lo inundaba todo en las calles vascas: la
resistencia, activa o pasiva.
A lo largo del tiempo de su militancia
política y social sufrieron todo tipo de vejaciones, amenazas,
desprecios, pintadas e insultos en medio de una soledad que muchas veces
solo rompía el grito de silencio de asociaciones como Gesto por la Paz,
la presencia en limitadas solapas del incómodo y peligroso lazo azul
que representaba el desacuerdo con los métodos de ETA y HB, y ya, con
posterioridad, en 1999, de otras asociaciones como Basta Ya, que pasaron
a engrosar la lista de amenazados por su lucha contra el nacionalismo y en defensa de la Constitución Española. Miembros de ambas asociaciones sufrieron ataques y atentados durante sus años de resistencia. (...)" (Pedro Gorospe, El País, 30/04/18)
"Roberto Lertxundi caminaba por el casco viejo de Bilbao el 3 de abril de 1981
cuando le pararon dos veinteañeros con gafas oscuras y le entregaron un
papel.
"Tu mujer y tu hijo están en nuestro poder", rezaba aquella nota
que leyó el entonces secretario general del Partido Comunista de
Euskadi, antes de preguntar "¿Va en serio?" a los terroristas y mientras
uno de ellos le insinuaba con un gesto que llevaba una pistola en el
bolsillo.
"Mira para atrás y verás a otros dos con una metralleta", le
respondieron. A su espalda, dos jóvenes aguardaban con una bolsa de la
que sobresalía lo que parecía el cañón de un arma.
He epasado muchas veces aquellos momentos. Era una acción de propaganda de
un comando que aspiraba a entrar en ETA militar, que aun no lo había
conseguido como tal, pero que ya había hecho muchas barbaridades:
atracado a joyeros en Barakaldo, explosionado bombas en alguna central
eléctrica...", recuerda Lertxundi, casi cuarenta años después de que le
condujeran hasta el último piso de un chalé semiderruido del barrio de
Neguri, en Getxo (Bizkaia). Allí, rodeado por pintadas donde se leía "Vosotros,
los reformistas, sois los terroristas" o "Gora ETA Militar", le
interrogaron.
"Fue la constatación de la ignorancia absoluta. El
terrorismo etarra siempre ha sido despreciable. Entre otras cosas, por
su bajo nivel intelectual. Y estos chavales no tenían ni puta idea de
nada. No tenía ni pies ni cabeza lo que preguntaban", rememora.
Su relato forma parte de otro de los capítulos más cruentos de la historia de ETA:
los 86 secuestros que perpetró la banda, según los datos recopilados
por Francisco Llera y Rafael Leonisio, investigadores de la Universidad
del País Vasco (UPV), en el informe Los secuestros de ETA y sus organizaciones afines.
Este documento radiografía una práctica que dejó imágenes tan
impactantes como la liberación de José Antonio Ortega Lara, que pasó
casi dos años encerrado en un zulo, y episodios tan crueles como el
asesinato en 1997 de Miguel Ángel Blanco, edil del PP de Ermua al que
dispararon dos tiros en la cabeza tras dos días de cautiverio. Fue el
último secuestro de la organización.
27 años antes habían cometido el primero. El 30 de octubre de 1970,
ocho integrantes de ETA entraron en la casa de José Ángel Aguirre,
director de la sucursal del Banco Guipuzcoano en Elgoibar (Gipuzkoa), y
le retuvieron toda la noche para que les abriera la caja fuerte de la
oficina a la mañana siguiente. Se llevaron unos cuatro millones de
pesetas.
"La gran mayoría de secuestros tuvieron una motivación
económica", concluye el estudio de la UPV, donde se expone que 67 de
estas víctimas eran empresarios, directivos, profesionales de empresas o
sus familiares. “Se buscaba el cobro de un rescate o la apertura de
alguna caja fuerte de un banco”, continúa el informe, que apostilla:
"Pero no solo servían para recaudar dinero, sino también como aviso
para los empresarios que eran reticentes a pagar la extorsión
terrorista".
Los investigadores calculan que la banda recaudó, al menos,
6.420 millones de pesetas (38,6 millones de euros) con estos delitos.
"El secuestro de Ortega Lara fue tortura pura y dura"
Pero ETA también buscó castigar y presionar políticamente a través
del cautiverio. "El secuestro de Ortega Lara, por ejemplo, fue tortura
pura y dura", sentencia Rafael Leonisio. Fue el secuestro más largo.
Duró 532 días. "Pero, dentro de lo que cabe, acabó bien", apostilla el
investigador. En diez casos, los terroristas mataron a sus víctimas. Y
en 14, las liberaron tras pegarle un tiro en la pierna.
"En los heridos prevalece después el estrés postraumático", explica
Natalia Moreno, psicóloga de la Asociación de Víctimas del Terrorismo
(AVT), que detalla cómo algunos estímulos —como encontrarse solos o en
habitaciones pequeñas— puede desencadenar ese estrés. "Y, en el caso de
los familiares de personas a las que mataron tras su secuestro, no
observamos enormes diferencias de las víctimas de atentados.
Sí que en
algunos puede aparecer la pregunta de qué habrá pasado durante esos días
de cautiverio o de si se podría haber hecho algo más. Pero la
conclusión al final es que le mataron", apostilla, antes de relatar cómo
el apoyo social resulta determinante en su tratamiento: "Y, claro, en
los setenta y ochenta, ese apoyo no existía".
"Esta gente se movía con una impunidad absoluta en aquellos años", rememora Lertxundi,
militante de ETA a finales de los sesenta, que también fue secuestrado
durante unas horas en 1980, antes de encontrarse con el presidente
Adolfo Suárez. Le capturaron cuando se dirigía a su coche. En 1981,
después de aparcar. ¿Temió por su vida? "Sí. Pero no de una forma
principal".
"Encuadro mi secuestro en el contexto de la militancia en el Partido
Comunista de Euskadi, del que era secretario general", continúa
Lertxundi, antes de relatar cómo se liberó de las cuerdas con las que le
ataron las manos y tobillos dentro de un saco de dormir, y le unieron a
una viga del edificio donde le abandonaron. Hace 37 años.
¿Y cómo valora ahora los últimos comunicados de la banda?
"Bienvenido que se vayan. El tema del perdón y la retórica no me
importa. Hay una responsabilidad y tienen que cumplir sus penas. Lo que
yo quiero es que la sociedad esté orgullosa de haberles ganado la
batalla. ETA ya no le importa a la sociedad vasca".
Tres décadas de secuestros
- Los más duraderos: José Antonio Ortega Lara sufrió el secuestro más largo. Su cautiverio se prolongó durante 532 días. El de José María Aldaya, 342. El de Emiliano Revilla, 249. Y el de Cosme Delclauz, 232.
- El peor año: En 1980 se contabilizaron 18 secuestros.
- Localización: El 79% de los secuestros se perpetraron en Vizcaya y Guipuzcoa. En Navarra y Alava, el 11,7%: "Esta diferencia refleja la fortaleza que ha tenido ETA en cada territorio, ya que el secuestro requiere cierta logística para la cual se hace necesaria una mínima infraestructura", subraya el informe de la UPV.
- Desenlace: 54 víctimas fueron liberadas sin daños por los terroristas (62,8%); 15, liberadas con un tiro en la pierna (16,3%); 6, liberadas por las fuerzas de seguridad (7%); 10, asesinadas (11,6%); y dos escaparon (2,3%)." (J. J. Gálvez, El País, 01/05/18)
"ETA y el coche bomba: los atentados más sangrientos.
(...) A las 6.13 de la mañana del 11 de diciembre de 1987,
los cristales saltaron por los aires. Había explotado junto al cuartel
un Renault 18 con 250 kilos de amonal. “Mis recuerdos son poco
precisos”, relata Beatriz, 30 años después. “Me vienen imágenes del
techo, la puerta, mi hermano escondido debajo de la cama, mi padre
sacándonos de allí por unas escaleras llenas de polvo, cosas
destrozadas... y angustia, mucha angustia”. Su tarta de cumpleaños
reventó, al igual que el frigorífico. (...)
Fuera, el escenario era apocalíptico. Cadáveres sepultados, gente gritando, viviendas destrozadas. La explosión acabó con la vida de 11 personas,
seis de ellos menores de edad que dormían plácidamente en sus camas
cuando sucedió todo. ETA mató a dos gemelas de tres años, Esther y
Miriam Barrera; a Silvia Pino, una niña de siete; a Silvia Ballarín, de
6; a Rocío Capilla, de 12; y a Ángel Alcaraz, de 17. Otro chiquillo,
Emilio José Capilla, de 9 años, sobrevivió pero se quedó solo en el
mundo: murieron su madre, su padre y su única hermana.
Otros salvaron la
vida de milagro. En la casa cuartel residían unas 40 familias (180
personas) y algunas decenas de estudiantes en la residencia que alojaba
el edificio.
Casi 90 personas más resultaron ese día heridas de distinta gravedad. La banda terrorista había decidido dar un salto cualitativo en su estrategia
y masacrar a familias enteras utilizando coches bomba con los que
llevaba ensayando desde hacía dos años.
Entre 1986 y 1987 ETA provocó
sus tres mayores matanzas, que incluyeron mujeres embarazadas y niños
pequeños. República Dominicana, en Madrid; Hipercor, en Barcelona; y la
casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza se convirtieron en símbolo
de la barbarie terrorista mientras la banda pretendía sumar puntos para
coaccionar al Gobierno dentro del marco de las conversaciones previas a
las negociaciones de Argel. (...)
El primer paso de su mortífera estrategia había comenzado antes, en el
otoño de 1985. Los autores: el comando Madrid liderado por José Ignacio
de Juana Chaos. (...)
9 de septiembre de 1985. “Íbamos 16 guardias civiles en el microbús:
el conductor, siete parejas que se dirigían a las embajadas rusa,
italiana y estadounidense, y yo, que estaba asignado al depósito de
estupefacientes del Ministerio de Sanidad. Salimos de la calle Guzmán el
Bueno a las 7.10 de la mañana, atravesamos Raimundo Fernández
Villaverde y nada más llegar a República Argentina, a las 7.20…
Buuuuuuum.
De pronto, era de noche. Recuerdo verlo todo negro, amarillo,
rojo. Los tímpanos se nos reventaron a todos. Se escuchaban disparos a
lo lejos. Querían rematarnos. Busqué una metralleta, salté fuera del
autobús y empecé a disparar al aire. Son décimas de segundo durante las
cuáles la muerte está demasiado cerca como para pensar. Me metí detrás
de un árbol para ubicarme y quitarme la sangre de la cara, porque no
veía nada.
Tenía el pelo, parte de la cara y el brazo quemados, heridas
de metralla… Cuando cesaron los disparos me incorporé y vi a un hombre
con camiseta blanca y pantalón corto en un charco inmenso de sangre.
Conseguimos entre varios meterlo en un autobús de línea para que le
llevara a la Cruz Roja. Murió dos días después”.
Alfonso Sánchez Rodrigo recuerda “fotograma a fotograma” lo que ocurrió aquel día. Tenía apenas 19 años, y había salido de la Academia tres meses antes. (...)
“En ese momento no éramos nada para nadie. Estábamos solos. Éramos como
apestados. Ni la institución nos hacía caso. Un jefe me llamó diciéndome
que tenía que espabilarme, que hacía falta gente para trabajar. Nos iba
en el sueldo, y no había muchos miramientos”. Él, que ahora es
presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, tiene reconocida
una minusvalía del 60%. (...)
El siguiente ocurrió siete meses después, el 25 de abril de 1986, en el
cruce de las calles madrileñas de Juan Bravo y Príncipe de Vergara. Mató a cinco guardias civiles e hirió a cuatro de gravedad.
Esa vez los terroristas utilizaron una furgoneta bomba con seis ollas
exprés con Goma 2 y Amonal y 48 kilos de metralla.
“Las ollas iban
dispuestas a modo de cañones, una pequeña dentro de una grande, para
matar más. ETA iba afinando y perfeccionando su técnica. Los que
murieron eran gente de mi unidad, que ya había sufrido antes el de
República Argentina, con los que trabajaba a diario”, explica Sánchez
Rodrigo. (...)
Finalmente, el 14 de julio de ese año, ETA logró la gran matanza que
buscaba. Sucedió en la plaza de la República Dominicana. Un furgón con
35 kilos de Goma 2 accionado a distancia mató a 12 guardias civiles
—jovencísimos, entre los 18 y los 26 años, estudiantes de la Escuela de
Tráfico— e hirió a 45 personas, siete de ellas civiles que esperaban en
una parada de autobús.
Fue el atentado más sangriento de la banda
terrorista hasta ese momento, y supuso dos cosas: un despliegue de
fuerza del comando Madrid y la constatación de que el mortífero coche
bomba había llegado para quedarse dentro de la sanguinaria estrategia de
la banda terrorista a pesar de que se trataba de un mecanismo que podía
provocar fácilmente víctimas que no eran objetivo de ETA.
Santiago
Arrospide Sarasola, Santi Potros, había dado órdenes al comando Madrid de aumentar la presión con el mayor número de muertos posible.
En ese momento estaba a punto de comenzar la segunda legislatura del Gobierno del PSOE encabezado por Felipe González (...)
Jordi Morales no recuerda su vida previa al atentado de Hipercor, en
Barcelona, el 19 de junio de 1987, ni lo que sucedió durante el año y
dos meses después. Tenía solo siete años cuando se quedó huérfano de
padre y madre. Los dos habían ido a hacer la compra al centro comercial,
como tantas veces.
Murieron asfixiados en el aparcamiento. Su madre
estaba embarazada. Jordi no logra acordarse de ellos a pesar de que no
era tan pequeño. Los psicólogos le han dicho que es algo que sucede a
veces; un bloqueo.
“Solo sé cómo son por dos fotos que tengo, nada más.
En mi familia, además, ha sido un tema tabú. He ido a psicólogos varias
veces a lo largo de mi vida, y tengo momentos en los que recaigo. Cuando
me gradué, cuando me casé... todos los momentos felices de mi vida han
tenido un punto de amargura porque ellos no estaban. Cuando nació mi
hija, a los dos días la llevé al cementerio. Tenía la necesidad de que
mis padres la conocieran”.
Su vida quedó marcada por este atentado, el mayor crimen de la historia de ETA.
Una matanza indiscriminada que según la banda terrorista no se tenía
que haber producido porque avisaron de que había un coche bomba con
antelación... pero que se produjo. ETA mató a 21 personas —entre ellos 4
niños— y causó 45 heridos. (...)
La dureza de la matanza de Hipercor provocó la primera gran crisis dentro de la izquierda abertzale.
Pero, seis meses después, ETA volvió a dar un paso adelante en la casa
cuartel de Zaragoza con un coche bomba dirigido contra familias enteras.
Sin embargo, su intención de doblegar al Estado con estas masacres de
cara a una negociación tuvo un efecto inesperado: el Pacto de Ajuria
Enea en enero de 1988 y la unión en la lucha contra ETA de los partidos
democráticos, incluyendo al Partido Nacionalista Vasco.
Un acuerdo que,
aunque se produjo muchos años antes del cese definitivo de la violencia
—en 2011— sentó las bases para el fin.
Beatriz Sánchez aún se despierta sobresaltada, cada día, a las 6.13
de la mañana. Alfonso Sánchez lleva siempre medicinas encima por si
siente palpitaciones o se pone nervioso, y Jordi Morales sigue buceando
en sus recuerdos por si encuentra imágenes de sus padres, aunque cuando
lo logra no sabe siquiera si son reales. Son víctimas distintas —poco
hay comparable a quedar huérfano con tan solo siete años— de una banda
terrorista que mató durante 40 años.
1991: El horror en la casa cuartel de Vic
Tres años después de los atentados de Hipercor y la casa cuartel de
Zaragoza, el horror volvió a golpear en forma de coche bomba contra
familias. El 29 de mayo de 1991 el comando Barcelona mató a nueve
personas, entre ellos cinco menores, en la casa cuartel de la Guardia
Civil de Vic, a 60 kilómetros de Barcelona. La explosión provocó decenas
de heridos y una persona murió atropellada por un vehículo de rescate.
De nuevo, ETA se dirigía contra mujeres e hijos de guardias civiles que se convertían en objetivo y el país contemplaba una vez más las imágenes atroces de minúsculos cadáveres entre los escombros mientras otros niños quedaban huérfanos. Se trata del cuarto atentado de la banda terrorista en número de víctimas mortales después de Hipercor (21), plaza de la República Dominicana (12) y la casa cuartel de Zaragoza (11)." (Mónica Ceberio, El País, 30/04/18)
De nuevo, ETA se dirigía contra mujeres e hijos de guardias civiles que se convertían en objetivo y el país contemplaba una vez más las imágenes atroces de minúsculos cadáveres entre los escombros mientras otros niños quedaban huérfanos. Se trata del cuarto atentado de la banda terrorista en número de víctimas mortales después de Hipercor (21), plaza de la República Dominicana (12) y la casa cuartel de Zaragoza (11)." (Mónica Ceberio, El País, 30/04/18)
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