"Usted ha vivido en Canadá. ¿Qué podemos aprender de los canadienses sobre la cuestión soberanista?
Canadá es la única otra democracia occidental que se ha enfrentado a
un proceso de secesión de cariz cultural. Lo ha superado, y, si queremos
aprender de esa experiencia, debemos entender muy bien qué es lo que
allí se hizo bien. Para mí, lo capital no fueron los referendos –que
fueron expresión de la crisis y no la manera de abordarla, como
interesadamente se hace creer a veces en España– sino la completa
asunción por parte del gobierno, no sin resistencias de ciertos sectores
anglófonos, de la importancia del francés en la Federación.
La solución no es totalmente importable a España –tenemos cuatro
lenguas principales, no dos– pero sí nos podemos inspirar en este
principio: si resuelves la querella lingüística, resuelves buena parte
del problema. Por lo demás, no solo hubo enmienda y reforma por parte
del Estado; también un constante ejercicio de defensa de los valores de
la unión y el pluralismo. (...)
¿Y cómo entender que la fuga de empresas no haya reducido el apoyo al independentismo?
Bueno, seguramente la fuga de empresas no se haya traducido todavía
en un movimiento efectivo de factores de producción. Pero eso da igual.
Para un independentista convencido no hay nada más importante que perder
de vista a España, y si eso pasa por perder tejido económico o calidad
de vida, pues sea. El declive económico, que en muchas ocasiones a él no
le afecta, no altera ese equilibrio de preferencias.
También sostiene que para solventar el conflicto catalán bastaría “una palabra de la izquierda”. ¿A qué se refiere?
A que la izquierda es tradicionalmente la gran educadora de la opinión
pública. Y no ha querido o no ha podido explicar las consecuencias que,
desde el punto de vista de la solidaridad interterritorial, comporta un
proyecto como el secesionista. Tampoco ha querido explicar, quizá porque
no lo ha entendido, que en democracia, y España es una democracia, la
autodeterminación sólo puede ser autosegregación, y eso atenta contra el
ideal democrático, que es el de la igual ciudadanía.
Pedro Sánchez ha insistido en que la solución para Cataluña pasa por perfeccionar su autogobierno. ¿Está de acuerdo?
Depende de lo que queramos decir con “perfeccionar”. A lo mejor
perfeccionar significa más autogobierno en unas áreas y menos en otras,
porque hay cosas que se gestionan mejor en la cercanía y otras en la
distancia.
Eso es lo que podría pasar en un sistema federal más cabal.
Si por perfeccionar entendemos que es necesario clarificar y delimitar
mejor, de forma que se produzcan menos conflictos de competencias,
entonces estoy de acuerdo.
Por lo demás, y esto hay que repetirlo, ni en
el sistema federal más avanzado existe el autogobierno blindado, porque siempre habrá una jurisdicción federal que podrá interpretar tu normativa para ver si es conforme a la Constitución.
Y de llevarse a cabo una reforma constitucional, ¿en qué sentido debería abordarse?
(...) En lo territorial, creo
que deberíamos intentar dejar encauzado el contencioso lingüístico en la
Constitución, que es lo que hizo Pierre Trudeau en Canadá. Resumiendo
mucho, creo que debemos, por un lado, elevar el rango de las lenguas
cooficiales. Pero quiero ser claro: no comparto el victimismo
lingüístico del que hacen gala los nacionalistas.
Creo que España, hoy
por hoy, sí ampara su diversidad lingüística. Mi propuesta es que el
Estado pase de ampararla a gestionarla activamente, para que nadie pueda
pensar que su lengua está siendo preterida. España tiene una lengua
común, pero no tiene una lengua nacional. Por otro lado, habría que
sentar, en una ley general a partir de una disposición constitucional,
los derechos lingüísticos de los administrados y las obligaciones de las
administraciones.
No es fácil, pero creo que hay amplio terreno para el
encuentro si nos fijamos en las mejores prácticas de otras democracias
plurilingües.
Tanto Iglesias como Colau han criticado el fenómeno Tabarnia
por su falta de “seriedad”. ¿Por qué esta broma hace tan poca gracia a
la nueva izquierda?
Bueno, es lo habitual. La izquierda, no toda, pero sí la de Colau o
Iglesias, considera que todo lo que sea herir la sensibilidad del
independentismo –al parecer, la noción de Tabarnia lo hace– es menos
admisible que herir la sensibilidad de otros colectivos. Pero Tabarnia
es sólo un espejo.
Puigdemont ha defendido la inmersión obligatoria en catalán
asegurando que “si se separa a la gente por lengua, se acabará
balcanizando Cataluña”. ¿Comparte ese pronóstico?
Puigdemont emplea una trampa dialéctica habitual que consiste en
ocultar una premisa en su razonamiento que no debemos dar por buena: que
toda alternativa a la inmersión pasa por separar a los alumnos por
lengua. Es obvio, y esta es la gran verdad convenientemente negada
durante años, que hay sistemas pedagógicos alternativos a la
“inmersión”, que no pasan por separar a los alumnos por lengua; se
separan las materias, tantas en una lengua, tantas en otra.
La llamada
inmersión no cumple ninguna labor pedagógica que no pudiera cumplir una
educación bilingüe, adaptada al contexto local, que es lo que se
reclama. Pero sí cumple una función ideológica importante para
Puigdemont y el independentismo, que es hacer de la lengua española algo
extraño o forastero. Algo que se tiene en común, tiende a disiparse o
adelgazarse.
Son muchos los que señalan que la fractura social en Cataluña
podría tardar años o décadas en desaparecer. Pero, ¿qué puede hacerse
para superarla?
Va a depender mucho de los tipos de liderazgos que surjan, tanto en
Madrid como en Barcelona. Para que la gente deje de mirarse con
desconfianza en razón del partido al que vota o deja de votar, hace
falta que los líderes de esos partidos bajen el pistón y se hable un
lenguaje más conciliador. Lo mismo con la prensa.
Ciertamente, no soy
equidistante. En mi opinión, el lenguaje que gasta el complejo
político-mediático del soberanismo es de un calibre mucho más grueso que
el que se usa en el resto de España, sin distinguir partidos. Pero
también en Madrid se pueden escoger mejor las palabras." (Entrevista a Juan Carlos Ramón, Colaborador en medios como El País, Jot Down o The Objective, Oscar Benítez, El Catalán, 07/03/18)
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