"En el conflicto catalán que vivimos se ha producido un debate por el
apoyo que al nacionalismo conservador ha dado una parte de la sedicente
izquierda, asumiendo, incluso, su dialéctica descalificadora del Estado
constitucional y de Derecho que existe en España. Lo han destacado dos
responsables históricos del PCE, Paco Frutos y Justiniano Martínez
Medina. Para ambos, la izquierda es contraria al nacionalismo burgués,
que lo utiliza contra la clase obrera y su lucha internacional y
solidaria por la justicia e igualdad.
Como afirmó el primero
refiriéndose a la “izquierda cómplice que le baila el agua a los
nacionalistas”, sirviendo a los proyectos nacionales de la derecha:
“Plantear ahora, en un momento en que es necesario más que nunca unir a
las gentes, a los pueblos, que hay que continuar fragmentando a
trabajadores y clases populares, es un suicidio político colectivo”.
(...) la débil construcción nacional de la España liberal que, como expresó
Linz, permitió muy distintas concepciones: “España es, para la mayoría
de los españoles, a la vez Estado y nación, para algunos, un Estado pero
no una nación, y para unos pocos, un Estado que oprime a una nación que
quiere llegar a ser un Estado”.
Esta última es la nacionalista. La
utilización por el nacionalismo franquista de los símbolos y
representaciones nacionales sirvió para que se produjese su
identificación con aquel y se abandonara su uso y valor integrador, que
se están recuperando en estos momentos.
Históricamente la acción del nacionalismo europeo se manifestó hacia
fuera legitimando el imperialismo, hacia adentro sometiendo a las
minorías. Existe un antagonismo radical entre ambas ideologías y
comportamientos de la izquierda y el nacionalismo, porque este “comporta
un gran poder político frente a su pobreza y aun incoherencia
filosófica” (Anderson).
Es la reacción de lo particular ante lo
universal, del interés de la minoría dominante frente a la mayoría
sometida. Aquella lo ha utilizado como medio para la conquista del poder
en su beneficio, como se ha evidenciado en la Cataluña actual.
Cuando las clases populares asumen el nacionalismo por lo que tiene
de sentimiento de pertenencia, se produce una gran diferencia en su
tipología de clase: el nacionalismo burgués, de clases altas y medias,
con poder económico y social, y el de la clase media baja y popular, de
carácter populista e ideas sociales de izquierda, incluso
revolucionarias y violentas, instrumentalizada por aquel.
El marxismo dio preeminencia a la clase sobre la nacionalidad y a la
lucha de clases sobre el nacionalismo, aunque Nairn consideró que “el
mayor fracaso histórico del marxismo” había sido no superarlo, que ha
sido manifiesto en Cataluña.
Rosa Luxemburgo denunció la utilización del
nacionalismo por la burguesía proporcionándole “la mejor bandera para
sus aspiraciones contrarrevolucionarias con su fraseología nacionalista
rimbombante acerca del derecho de autodeterminación, incluida la
separación estatal. En lugar de prevenir a los proletarios para que
viesen en todo separatismo un puro ardid burgués, los bolcheviques han
desorientado a las masas”.
La clase obrera debiera dar preferencia a su lucha respecto a la
nacional burguesa, porque lo nacional en el proletariado solo puede ser
“una manifestación transitoria” y, “como toda ideología burguesa, [la
nacionalista] constituye una traba a la lucha de clases, cuyo poder
perjudicial debe ser eliminado en lo posible, y su superación también
está en la línea evolutiva de los hechos”.
Por ello, “el funesto poder
del nacionalismo será realmente quebrado […]por el fortalecimiento de la
conciencia de clase” (Pannekoek). No implicaba renunciar a lo nacional
como medio para crear cohesión y apoyo a la lucha social, sino aceptarlo
y utilizarlo a tal fin, porque, como afirmó Lenin, aunque el
proletariado “reconoce la igualdad y los derechos iguales a formar un
Estado Nacional, aprecia y coloca por encima de todo la alianza de los
proletarios de todas las naciones, y valora toda reivindicación
nacional, desde el ángulo de la lucha de clases de los obreros”.
La asunción del nacionalismo por la izquierda y su participación en
los debates sobre el hecho nacional han limitado su capacidad para sus
objetivos transformadores demostrando que, como dijo Anderson, “la
nación resultó ser un invento para el que era imposible obtener una
patente. Podía piratearse por manos muy diferentes y a veces
inesperadas” su utilizaron para fines socio-económicos muy distintos.
Por otra parte, a veces resulta difícil diferenciar bajo el barniz
nacionalista entre la actitud progresista y la reaccionaria. La primera
sería, según su propia valoración, la de las opciones izquierdistas de
lucha de clases, mientras que la segunda sería la de la burguesía, las
clases conservadoras y cuantos no participasen de aquellas. Como explicó
Nairn, en el nacionalismo “tanto el progreso como la regresión se
inscriben desde un principio en su código genético.
Esta ambigüedad
expresa solamente la raison d’être histórica general del
fenómeno”. Si el progreso logra objetivos como la industrialización, la
prosperidad, incluso mejoras en las condiciones sociales, la regresión
controla las mentes y conciencias tergiversando la historia y la
cultura, mitificando el pasado, invocando el medievalismo presentista,
construyendo un “espíritu del pueblo” y unos mitos legitimadores, con
los que se enreda y entretiene a la izquierda.
El conflicto ha planteado en toda su crudeza una situación similar a
la de la Transición: la necesidad de articular un espacio común de
convivencia y “conllevancia” (Ortega) entre los diversos pueblos e
ideologías, creando un nuevo “patriotismo constitucional”. Para ello es
necesaria unas convicciones y un medio que las instrumentalice.
Entre
las primeras están el respeto radical a los derechos humanos y el
principio democrático, el rechazo a la imposición ideológica y la
exclusión de los diferentes por una actitud inclusiva en los valores e
instituciones comunes y el rechazo de la dialéctica fascista
amigo-enemigo.
El medio sería la Constitución y, sobre todo, las
convicciones democráticas de la sociedad. Mi experiencia en una sociedad
tan compleja como la navarra es que esta actitud es siempre rechazada
por los radicales de cualquier signo y, sobre todo, por quienes han
hecho del control económico, político, social y mediático de las
instituciones el medio para garantizar sus privilegios de grupo y clase.
La actual situación de España exige plantear una nueva “ciudadanía”
con principios y soluciones innovadoras, porque la sociedad española ha
cambiado y exige nuevas fórmulas para actualizar sus instituciones.
Sería irresponsable encastillarse en las posiciones partidistas
tradicionales y en los oportunismos electoralistas, cuando hace falta
“visión de Estado” y poner los medios para reformularlo con fórmulas más
integradoras.
El reto de presente y futuro es construir un patriotismo
constitucional que aúne desde el reconocimiento de la diversidad de la
España plural y diversa, de la Nación de naciones, en la fórmula
constitucional que el necesario consenso considere más adecuada al
momento."
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