"Estos últimos días, casi me atrevería a decir que en estas últimas
horas, se ha producido un vivo debate en Cataluña sobre el malvado y
pérfido Estado español capaz de enviar a la cárcel a un rapero por exaltación del terrorismo y ataques a la Corona o de retirar una obra de Arco en que aparecían fotografiados unos "presos políticos
en la España contemporánea".
Todo ello convenientemente macerado por el
preceptivo informe de Amnistía Internacional --la misma benemérita
entidad que negó a Los Jordis y a Junqueras y Forn
la condición de presos de conciencia-- en que denunciaba las
consecuencias de la llamada Ley mordaza, un uso abusivo de la fuerza el 1-O
y los supuestos excesos del cautiverio de los referidos
caballeros.
Así, como por arte de birlibirloque, los catalanes nos hemos
convertido en los más firmes defensores de la libertad,
y Cataluña en una feliz arcadia en donde clamamos por acoger
refugiados, a lo que el Estado se opone como una madrastra desdeñosa y
todo es chachi piruli.(...)
Cataluña es, por lo visto, un sitio libérrimo en
dónde tuvieron que retirarse esculturas de una exposición en el
Born tras ser atacadas por "franquistas". En donde el director del MACBA
tuvo que dimitir tras ordenar lo propio con una réplica del rey emérito
sodomizando a una mujer indígena; se prohibió un cartel por figurar en
el mismo un torero o no se concedió permiso municipal
para rodar en el Tinell un capítulo de una serie sobre los llamados
Reyes Católicos.
Aquí, en Cataluña, claro, está todo el mundo que se
rasga las vestiduras, se mesa los cabellos escandalizados por la
actuación policial del 1-O pero nadie recuerda --eso solo se deja para la memoria histórica de los crímenes del franquismo-- que el desalojo de la plaza Cataluña con motivo del 15-M en 2011 por los Mossos d'Esquadra causó tan solo
cien heridos y también fue denunciado por Amnistía Internacional. Los
golpes con las porras de los de casa, por lo visto, nos dan más
gustirrinín.
Me repatea vivamente los higadillos que yo, envidia a rayas
amarillas, ni siquiera pueda debatir, como han hecho algunos de mis
ilustres vecinos de esta columna, si quiero ir o no a TV3
o a Catalunya Ràdio por la sencilla razón de que sé perfectamente que
nunca voy a ir.
Como nunca se ha hablado de mis libros, porque para ello
ya se encargó el progre Juan Marsé de ir a los directores de periódico para decirles que no dijeran ni pío sobre el de Carmen Broto,
por ejemplo. Esta es la censura catalana. La que no se ve ni se
escucha: la que declara la muerte civil en vida.
Me identifico con
aquella trabajadora sexual de mis años mozos que proclamaba: "No me
molesta que me llamen puta, sino que me lo digan con retintín". O, como
ya nos advirtió Nietzsche, cuál será "el peligro de todos los peligros:
que nada tenga significado". (Manuel Trallero, Crónica Global, 23/02/18)
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