19/1/18

El nacionalismo flamenco buscaba una especie de limpieza (¿étnica?) de la universidad de Lovaina, buscaba convertirla en una universidad monolingüe... al grito de ¡Valones fuera!

Walen buiten!”. Ese fue el grito que empezó a circular en la Universidad Católica de Lovaina (UCL) entre los estudiantes flamencos a mediados de los años 60 del siglo XX. “¡Fuera los valones!”, decían.

Bélgica vivía entonces una de sus más duras querellas internas. El nacionalismo flamenco concentraba sus reivindicaciones en temas precisos. En este caso, pasaba por una especie de limpieza (¿étnica?) de la universidad: la movilización buscaba convertir a Lovaina en una universidad monolingüe.


Muchos flamencos, que pensaban haber sufrido discriminación –desde 1831, en las primeras etapas de independencia plena del Estado belga– en la enseñanza, dominante en francés; en la justicia y los tribunales; en la administración en general, habían avanzado y ganado terreno políticamente. Lo suficiente como para asumir incluso lo impensable sólo unas pocas décadas (o años) antes. Así que tampoco podemos considerar repentino el estallido que siguió en la UCL y en otros lugares.  

Pasada la primera mitad del siglo XX –e  incluso después de que se aprobaran las leyes lingüísticas de 1962-1963, que confirmaron el carácter monolingüe de las regiones de Bélgica, excepto Bruselas–, la Universidad de Lovaina (situada en Flandes) seguía ofreciendo clases en francés (entonces también en neerlandés o flamenco). 

Constituía una excepción tras el trazado de una inflexible frontera lingüística interior (ya existente). Para diseñarla, unos pocos años antes, las zonas de mayoría francófona habían sufrido un claro asedio militante (con disturbios en la zona de los Fourons, por ejemplo).


El resultado final fue una situación de complejidad política, educativa e institucional de todo el país, que no se conoce demasiado bien en el resto de Europa. 

El 10 de marzo de 1960, los universitarios flamencos de Lovaina impidieron el desarrollo de una conferencia del ex primer ministro Jean Duvieusart. Para muchos, esa acción militante fue el primer acto de las hostilidades entre las comunidades neerlandófona (flamencos) y francófona (valones y mayoría de los bruselenses).

Cuando el Walen buiten se empezaba a extender, los profesores francófonos de la Universidad de Lovaina fueron a ver al Rector (flamenco), para protestar y pedir su amparo. Según un testigo de la época, éste les respondió educadamente pero con frialdad, y les acusó de exagerar los incidentes. 

La UCL es una institución fundada en 1425, inscrita en los genes de la cultura europea. Es algo más que una institución en Bélgica. Nada de eso cambió su destino. En 1963, la UCL situada en la Lovaina histórica (en Flandes), ya fue dividida sin que los francófonos tuvieran (aún) que cambiar de municipio. Pero las facultades se partieron en dos. Y cada comunidad (lingüística) tenía ya su propio rectorado y su propia administración. 

Pocos años después, en 1971, la sección francófona de esa universidad abrió sus puertas en un nuevo lugar, Lovaina la Nueva (LLN), a 30 kilómetros de su corazón histórico, en el territorio francófono de la región de Valonia. En ese divorcio hubo que dividir todo: los aparatos administrativos y la biblioteca, libro a libro. Terrible.


La separación física se había decidido en 1968, tras las numerosas demandas de los más extremistas y las masivas manifestaciones flamencas de 1967, que reclamaban “la expulsión” de los francófonos. 

El día 5 de noviembre de 1967, la prensa habló de 120.000 manifestantes en Amberes. Entre ellos estaban 35 diputados conservadores, democristianos, también grupos de extrema derecha (Volksunie y el grupúsculo fascista Vlaamse Militanten Orde). Incluso algunos diputados socialistas flamencos.

En el debate sobre dónde debían situarse las distintas facultades participaron también voces francófonas que empezaron a asumir la lógica de la escisión. Se trata, además, de un período en el que la Universidad en sentido amplio empezaba a convertirse en una institución de masas.

La dirección nacionalista, por parte de los flamencos, no era ajena a discursos precursores de la globalización propios de 1968: el planeta es de todos, abajo el autoritarismo, viva el Tercer Mundo porque se rebela contra la colonización y “nosotros” también. 

Es decir, había una extrema derecha, digamos, pura, que recuperaba las ideas de quienes habían colaborado con los nazis durante la ocupación de Bélgica; también había una renovación de las reivindicaciones por parte de otros. Éstos se adaptaban a los nuevos tiempos manteniendo lo esencial del nacionalismo flamenco.

En este ambiente, la posición de la Iglesia Católica belga pasó de la defensa de la unidad de la UCL (como principio) a sostener la necesidad de la separación. Y no hay que olvidar el adjetivo histórico (católica) de la UCL desde su fundación. Esa crisis precarizó la estabilidad de los sucesivos gobiernos belgas.

 El país se convirtió en un Estado frágil e inestable, socialmente muy tenso. El socialcristiano Pierre Harmel, que fuera jefe de Gobierno, ministro de Asuntos Exteriores y presidente del Senado, dijo una famosa frase dirigida a la clase política de entonces: “Seremos los enterradores de Bélgica”. 

Por fortuna, Bélgica existe; pero la UCL quedó dividida. La Lovaina histórica es flamenca y LLN tiene otra universidad con el mismo nombre (y el Museo Tintín, eso sí). La primera piedra de la Universidad de LLN se puso en 1971 en una pequeña población, Ottignies, que pasará a ser Ottignies-Louvain-la-Neuve. No todos los francófonos deploraron el cambio, lo que incita a reflexionar dos veces sobre aquella crisis.

Los partidos belgas terminaron –a su vez-- escindidos y el país un poco más, cada día un poco más. Hasta llegar a una especie de congelación del conflicto lingüístico y a unas estructuras federales altamente complejas. Las tensiones se reproducen de vez en cuando, pero sin llegar aún a derribar el statu quo.

 Después del punto álgido del conflicto de Lovaina, hubo un auge del voto federalista, pero esa reacción no ha logrado nunca que –en lo esencial– las cosas vuelvan atrás. ¿Es deseable? Quizá tampoco.

Naturalmente, las falsas noticias jugaron –ya entonces– un gran papel en la excitación de unos y otros. La rumorología (término en desuso) decía entonces que el presidente francés Charles de Gaulle atizaba el conflicto para poder ofrecer más tarde la ruptura de su vecino del norte para integrar a la Bélgica francófona en Francia. 

 Las autoridades belgas no habían olvidado tampoco su famoso y provocador grito de “Vive le Quebec libre!” que el general-presidente había pronunciado en Canadá, también agitada por un conflicto similar entre anglófonos y francófonos. De Gaulle intentó entonces que le invitaran a Bruselas en visita oficial. El ya citado Pierre Harmel, ministro de Exteriores, y muchos más se negaron. De Gaulle fue declarado persona non grata por el Gobierno belga.

Bélgica se ha adaptado a su reacomodo y la UCL también. A sus escisiones y divisiones, que a veces semejan a una mini guerra fría interior. Las viejas querellas nunca han desaparecido del todo. Siguen ahí, enterradas, entre múltiples detalles y matices. Pero, para la mayoría, el éxito de la convivencia es evidente en el nuevo modelo. 

En un pequeño apartado está también la pequeña comunidad germanófona, que suele jugar un papel de acercamiento entre unos y otros. No obstante, la división lingüística radical es un hecho (excepto en Bruselas, que sigue siendo multilingüe). También persiste la separación tajante de los partidos políticos. Y de casi todas las instituciones, en función de la lengua. 

De mi época bruselense guardo toda clase de anécdotas ilustrativas y –no pocas-- delirantes. Otras casi insultantes o estúpidas para un francófono no-belga como yo. Está claro que no faltan las que fueron –o son– íntimamente dolorosas para los ciudadanos de aquel país, sean de una u otra comunidad. (...) "               (Paco Audije, CTXT, 17/01/18)

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