“Walen buiten!”. Ese fue el grito que empezó a
circular en la Universidad Católica de Lovaina (UCL) entre los
estudiantes flamencos a mediados de los años 60 del siglo XX. “¡Fuera
los valones!”, decían.
Bélgica vivía entonces una de sus más duras querellas
internas. El nacionalismo flamenco concentraba sus reivindicaciones en
temas precisos. En este caso, pasaba por una especie de limpieza
(¿étnica?) de la universidad: la movilización buscaba convertir a
Lovaina en una universidad monolingüe.
Muchos flamencos, que pensaban haber sufrido
discriminación –desde 1831, en las primeras etapas de independencia
plena del Estado belga– en la enseñanza, dominante en francés; en la
justicia y los tribunales; en la administración en general, habían
avanzado y ganado terreno políticamente. Lo suficiente como para asumir
incluso lo impensable sólo unas pocas décadas (o años) antes. Así que
tampoco podemos considerar repentino el estallido que siguió en la UCL y
en otros lugares.
Pasada la primera mitad del siglo XX –e incluso
después de que se aprobaran las leyes lingüísticas de 1962-1963, que
confirmaron el carácter monolingüe de las regiones de Bélgica, excepto
Bruselas–, la Universidad de Lovaina (situada en Flandes) seguía
ofreciendo clases en francés (entonces también en neerlandés o
flamenco).
Constituía una excepción tras el trazado de una inflexible
frontera lingüística interior (ya existente). Para diseñarla, unos pocos
años antes, las zonas de mayoría francófona habían sufrido un claro
asedio militante (con disturbios en la zona de los Fourons, por
ejemplo).
El resultado final fue una situación de complejidad
política, educativa e institucional de todo el país, que no se conoce
demasiado bien en el resto de Europa.
El 10 de marzo de 1960, los universitarios flamencos de Lovaina
impidieron el desarrollo de una conferencia del ex primer ministro Jean
Duvieusart. Para muchos, esa acción militante fue el primer acto de las
hostilidades entre las comunidades neerlandófona (flamencos) y
francófona (valones y mayoría de los bruselenses).
Cuando el Walen buiten
se empezaba a extender, los profesores francófonos de la Universidad de
Lovaina fueron a ver al Rector (flamenco), para protestar y pedir su
amparo. Según un testigo de la época, éste les respondió educadamente
pero con frialdad, y les acusó de exagerar los incidentes.
La UCL es una institución fundada en 1425, inscrita en
los genes de la cultura europea. Es algo más que una institución en
Bélgica. Nada de eso cambió su destino. En 1963, la UCL situada en la
Lovaina histórica (en Flandes), ya fue dividida sin que los francófonos
tuvieran (aún) que cambiar de municipio. Pero las facultades se
partieron en dos. Y cada comunidad (lingüística) tenía ya su propio
rectorado y su propia administración.
Pocos años después, en 1971, la
sección francófona de esa universidad abrió sus puertas en un nuevo
lugar, Lovaina la Nueva (LLN), a 30 kilómetros de su corazón histórico,
en el territorio francófono de la región de Valonia. En ese divorcio
hubo que dividir todo: los aparatos administrativos y la biblioteca,
libro a libro. Terrible.
La separación física se había decidido en 1968, tras
las numerosas demandas de los más extremistas y las masivas
manifestaciones flamencas de 1967, que reclamaban “la expulsión” de los
francófonos.
El día 5 de noviembre de 1967, la prensa habló de 120.000
manifestantes en Amberes. Entre ellos estaban 35 diputados
conservadores, democristianos, también grupos de extrema derecha
(Volksunie y el grupúsculo fascista Vlaamse Militanten Orde). Incluso
algunos diputados socialistas flamencos.
En el debate sobre dónde debían situarse las distintas
facultades participaron también voces francófonas que empezaron a
asumir la lógica de la escisión. Se trata, además, de un período en el
que la Universidad en sentido amplio empezaba a convertirse en una
institución de masas.
La dirección nacionalista, por parte de los flamencos,
no era ajena a discursos precursores de la globalización propios de
1968: el planeta es de todos, abajo el autoritarismo, viva el Tercer
Mundo porque se rebela contra la colonización y “nosotros” también.
Es
decir, había una extrema derecha, digamos, pura, que recuperaba las
ideas de quienes habían colaborado con los nazis durante la ocupación de
Bélgica; también había una renovación de las reivindicaciones por parte
de otros. Éstos se adaptaban a los nuevos tiempos manteniendo lo
esencial del nacionalismo flamenco.
En este ambiente, la posición de la Iglesia Católica
belga pasó de la defensa de la unidad de la UCL (como principio) a
sostener la necesidad de la separación. Y no hay que olvidar el adjetivo
histórico (católica) de la UCL desde su fundación. Esa crisis precarizó
la estabilidad de los sucesivos gobiernos belgas.
El país se convirtió
en un Estado frágil e inestable, socialmente muy tenso. El
socialcristiano Pierre Harmel, que fuera jefe de Gobierno, ministro de
Asuntos Exteriores y presidente del Senado, dijo una famosa frase
dirigida a la clase política de entonces: “Seremos los enterradores de
Bélgica”.
Por fortuna, Bélgica existe; pero la UCL quedó
dividida. La Lovaina histórica es flamenca y LLN tiene otra universidad
con el mismo nombre (y el Museo Tintín, eso sí). La primera piedra de la
Universidad de LLN se puso en 1971 en una pequeña población, Ottignies,
que pasará a ser Ottignies-Louvain-la-Neuve. No todos los francófonos
deploraron el cambio, lo que incita a reflexionar dos veces sobre
aquella crisis.
Los partidos belgas terminaron –a su vez-- escindidos y
el país un poco más, cada día un poco más. Hasta llegar a una especie
de congelación del conflicto lingüístico y a unas estructuras federales
altamente complejas. Las tensiones se reproducen de vez en cuando, pero
sin llegar aún a derribar el statu quo.
Después del punto álgido del
conflicto de Lovaina, hubo un auge del voto federalista, pero esa
reacción no ha logrado nunca que –en lo esencial– las cosas vuelvan
atrás. ¿Es deseable? Quizá tampoco.
Naturalmente, las falsas noticias jugaron –ya
entonces– un gran papel en la excitación de unos y otros. La rumorología
(término en desuso) decía entonces que el presidente francés Charles de
Gaulle atizaba el conflicto para poder ofrecer más tarde la ruptura de
su vecino del norte para integrar a la Bélgica francófona en Francia.
Las autoridades belgas no habían olvidado tampoco su famoso y provocador
grito de “Vive le Quebec libre!” que el general-presidente
había pronunciado en Canadá, también agitada por un conflicto similar
entre anglófonos y francófonos. De Gaulle intentó entonces que le
invitaran a Bruselas en visita oficial. El ya citado Pierre Harmel,
ministro de Exteriores, y muchos más se negaron. De Gaulle fue declarado
persona non grata por el Gobierno belga.
Bélgica se ha adaptado a su reacomodo y la UCL
también. A sus escisiones y divisiones, que a veces semejan a una mini
guerra fría interior. Las viejas querellas nunca han desaparecido del
todo. Siguen ahí, enterradas, entre múltiples detalles y matices. Pero,
para la mayoría, el éxito de la convivencia es evidente en el nuevo
modelo.
En un pequeño apartado está también la pequeña
comunidad germanófona, que suele jugar un papel de acercamiento entre
unos y otros. No obstante, la división lingüística radical es un hecho
(excepto en Bruselas, que sigue siendo multilingüe). También persiste la
separación tajante de los partidos políticos. Y de casi todas las
instituciones, en función de la lengua.
De mi época bruselense guardo toda clase de anécdotas
ilustrativas y –no pocas-- delirantes. Otras casi insultantes o
estúpidas para un francófono no-belga como yo. Está claro que no faltan
las que fueron –o son– íntimamente dolorosas para los ciudadanos de
aquel país, sean de una u otra comunidad. (...) " (Paco Audije, CTXT, 17/01/18)
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