"(...) La nación, para justificarse, recurre a realidades identitarias y a
supuestas constantes históricas o más bien metahistóricas.
Los
secesionistas catalanes estarían encantados, a no ser por quien era el
autor, de predicar de Cataluña la expresión que Primo de Rivera usaba
para definir España, “una unidad de destino en lo universal”, y es que
el nacionalismo sea del signo que sea hunde sus raíces en el
romanticismo del siglo XIX y se acerca bastante al fascismo.
Solo que en
el siglo XXI ciertas cosas resultan ridículas y un poco paletas. “El
destino en lo universal” se transforma en “hacer país” de tipo botiguer,
al ritmo de tres por cientos y varas de alcaldes.
El Estado se conforma como algo mucho más humilde, no recurre a ideas
grandilocuentes, solo se justifica por lo fáctico, simplemente por el
hecho de existir. No es esencialista, sino funcionalista. Su razón de
ser se encuentra exclusivamente en que realiza una función, pero función
sustancial, organizar políticamente a la sociedad, y permitir por tanto
su existencia.
Aunque sea en sentido figurado hay que acercarse a la
teoría del pacto social. Todos los ciudadanos renuncian a una parte de
su libertad para poder conservar el resto. Mi derecho termina allí donde
comienza el de los demás. El Estado de derecho es la salvaguarda de los
más débiles frente a los fuertes, y el Estado social, el escudo de los
más desprotegidos frente al poder económico.
El Estado constituye
también la defensa de las regiones menos desarrolladas frente a las
prósperas. Allí donde no existe un Estado que vertebrador (en el orden
internacional entre países), los desequilibrios económicos se tornan
lacerantes y escandalosos. (...)" (Juan Francisco Martín Seco, República.com, 16/11/17)
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