"(...) El nacionalismo es, históricamente, el enemigo de la izquierda. Aunque
compartamos con el nacionalismo catalán la enemistad hacia el
nacionalismo castellanista que derivó en franquismo, también es enemigo
nuestro porque es nacionalista. Si la izquierda española, por locura
transitoria, defiende ahora los principios nacionalistas; demuestra
sufrir el síndrome de Estocolmo. No por ser antifranquista, se es aliado
mío.
“Nación” significa, etimológicamente, “lugar de nacimiento”; y, por lo
tanto, un nacionalista es quien hace exaltación de su lugar de
nacimiento, mitifica su propio paritorio haciendo de él la prioridad
política, subordinando la voluntad real del ciudadano a la supuesta
voluntad del territorio (...)
Por el contrario, en una república no hay derechos
territoriales sino derechos de ciudadanía: iguales en derechos,
obligaciones y oportunidades; ciudadanos soberanos y libres de la
voluntad suprema de los reyes, los terratenientes o la burguesía.
Un
nacionalista es quien piensa que lo suyo es bueno no por ser bueno sino
por ser suyo; y un internacionalista identifica su nación, su paritorio,
como la humanidad entera; alega no ser hijo de ni ningún lugar, de
ninguna costumbre, de ningún idioma; sino de la especie humana con todas
y cada una de sus diferencias.
El nacionalismo es de derechas. (...)
La izquierda es, filosóficamente, internacionalista:
no cree en el derecho de las regiones, las ciudades, los barrios o las
comunidades de vecinos; no cree en la voluntad de ningún pueblo, cree
sólo en el derecho y la voluntad de sus ciudadanos sin defender los
privilegios de unos sobre otros por razón de nacimiento, raza o
condición de ningún tipo.
Normalmente son los ciudadanos ricos los que,
amparándose en diferenciaciones culturales e históricas, quieren
independizarse para no compartir su riqueza. Seguimos siendo torpes,
compañeros. No se es demócrata permitiendo que los ricos privaticen las
pocas propiedades del pobre, y no se es de izquierdas con valores
nacionalistas.
Nadie que defienda la igualdad entre ciudadanos,
debería sonrojarse. Sin embargo a mí sí me daría vergüenza
autodenominarme “defensor de lo público” y tratar de privatizar el
territorio a conveniencia. A mí me daría vergüenza autodenominarme
progresista y tener, por ideología, un sustrato filosófico nacionalista.
A mí me daría vergüenza autodenominarme de izquierdas y defender los
intereses de la burguesía terrateniente. A mí me daría vergüenza
autodenominarme republicano y supeditar la voluntad de los ciudadanos a
la de los territorios. Mi calle no es mi calle por vivir en ella; soy de
izquierdas: como el resto de españoles, comparto la propiedad de mi
calle con todos los ciudadanos de Cataluña.
No estoy en contra de la independencia de Cataluña
porque defienda como un acto de fe la aplicación de la ley y nuestra
Carta Magna, pues hay leyes que nos privan de igualdad y son
legítimamente combatibles.
Estoy en contra de la independencia porque
esta ley que los nacionalistas quebrantan es, precisamente entre todas y
cada una de las restantes, la que garantiza la igualdad y libertad de
todos los ciudadanos; y nada ni nadie tiene derecho a decidir sobre los
derechos fundamentales de los demás con la intención de hacer de ellos
hombres y mujeres desiguales.
Este problema de independentismo nacionalista de la
mitad de los catalanes, sólo tiene una vía de solución argumentativa: la
igualdad, la igualdad en la soberanía de todos los ciudadanos españoles
para con la propiedad del territorio. (...)
En toda Europa, tras la crisis iniciada en 2008, está habiendo un auge
del nacionalismo en aquellos lugares que tienen una potente burguesía
—”padre” del nacionalismo— y una precaria educación en derechos humanos y
principios republicanos.
En Cataluña hay un auge nacionalista, ahora
que la derecha catalana ya no puede participar de los gobiernos
centrales como en los últimos treinta años y beneficiarse
económicamente, y ahora que todo nacionalista en España quiere que pasen
desapercibidas las corrupciones de sus representantes públicos. El
asunto es, como siempre sucede con los nacionalismos, muy preocupante;
porque todo nacionalismo es base filosófica del fascismo.
Cuando el nacionalismo preocupa es porque ya ha empezado a evolucionar a
fascismo. Ningún Golpe de Estado es pacífico. Modificar por la fuerza
el orden constitucional es el empeño habitual de todo fascismo. ¿Cómo se
resuelve un Golpe de Estado por razones de lugar de nacimiento o
residencia?
¿Cómo se contrarrestan las mentiras permanentes contra la
democracia si, al mismo tiempo, se disfrazan de ésta? Cambiando España:
haciendo libres e iguales —sin privilegios territoriales ni culturales— a
todos los españoles, modernizando este país hasta sus últimas
consecuencias, institucionalizando todas sus culturas (...)
Hay que sustituir las fronteras por la palabra “ciudadano”. (...)
PODEMOS perdió toda posibilidad de encabezar un gobierno central
alejándose del internacionalismo en este asunto de la territorialidad; y
si continúa conspirando con una ideología enemiga terminará por perder,
poco a poco, todo lo que conquistó de apoyo social, al menos las
mayorías con las que ahora cuenta en la principales capitales de
provincia. (...)
Por este asunto, por esta fraudulenta y egoísta
interpretación de la expresión “derecho a decidir”, la izquierda ha
regalado toda opción actual de alcanzar la Jefatura del Gobierno; y no
hay conmoción más grande que seguir viendo a España, a consecuencia de
este error espeluznante, gobernada por el franquismo sociológico. El
derecho a decidir no es de un pueblo que, lejos de estar oprimido, es
uno de los privilegiados del Estado español.
Votar no es, en sí mismo,
un ejercicio democrático; la democracia exige igualdad en el acceso al
voto de todo ciudadano, y exige que la consecuencia de lo votado no
incremente la desigualdad entre españoles.
Desprecio profundamente, me hiere como ninguna herida tuvo parecido origen, esta posición de PODEMOS (...)
Y es que toda derecha tiende a privatizarlo todo. El
independentismo es un paso más en el proceso de privatización de la
derecha; ahora “le toca el turno” al territorio.
Privar a los españoles
de la soberanía sobre su propio territorio, es un acto de xenofobia;
pues, en el fondo ideológico de todo sustrato filosófico nacionalista,
hay una base de odio que pretende expulsar al forastero, al extranjero,
al que no vive junto a ellos.
Pero la solidaridad no es una opción sino
un principio irrenunciable de todo republicano. No hay un conflicto
entre Cataluña y el resto de España, hay un conflicto entre unos pocos
egoístas españoles y el resto de ciudadanos generosos en un Estado de
Derecho.
En la medida de lo posible, según nuestro orgullo e
ideología nos permitan, volvamos a la izquierda y recuperemos para ésta
la palabra “España”, para hacer honores a quienes murieron porque fuera
nuevamente democrática: leyes que garanticen los mismos derechos, las
mismas obligaciones y oportunidades. Seamos valientes, españoles, no
fuera a hacernos falta. (...)
Receta básica para que la izquierda vuelva a gobernar España: república,
internacionalismo y unidad de España. Lo demás es lo de menos. (...)"
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