"(...) La competencia política agrava la patología. Como nadie gana elecciones
paseando malas noticias, las burbujas financieras se disimulan, el
nacionalismo nos acerca a las puertas del drama y los desbarajustes
ambientales se ahondan.
La democracia participa de lo que Taleb llama
ingratitud hacia el héroe silencioso: “Todo el mundo sabe que es más
necesaria la prevención que el tratamiento, pero pocos son los que
premian los actos preventivos”. Se reclaman más competencias para la
propia autonomía, aunque se sepa que, a medio plazo, los problemas
aumentarían, comenzando porque las competencias, generalizadas, se
esfuman como poder efectivo.
Al final, se vacían de poder las
instituciones, las centrales y las locales. En esas circunstancias, la
proliferación de “naciones autonómicas” es algo más que simple
majadería: la marca “nación” es un bien posicional; esto es, vale
mientras otros carecen de él.
Además, la miopía encuentra el terreno
abonado en el hecho de que los problemas, en su mayoría, no son
cuánticos, como la ruptura de un vidrio, en un instante, sino continuos,
como se rompe una cuerda fatigada por el roce, como el desgaste del
ruido de la vida, como muere el amor.
En el entretanto, los ciudadanos
optan por el ilusionismo y se culpa por elevación: la casta, el sistema,
el heteropatriarcado, los extranjeros, Europa, Madrid… Vamos, a nadie.
Rueda el mundo y el que venga que arree (...)" (Félix Ovejero Lucas, El País, 19/12/16)
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