2/12/16

El independentismo trata de borrar toda huella de conflicto de clases y traducir la historia reciente en un enfrentamiento entre España y Catalunya... cuando la alta burguesía catalana fué la gran financiadora de Franco

"(...) Los estados actuales son en buena medida el resultado de azarosos procesos históricos que no hay ninguna razón para considerar definitivos. (Seguramente, una política mundial realmente transformadora debería cambiar muchas fronteras y generar marcos políticos de escalas diversas que sean distintos de los actuales.)

 Mi problema con los independentistas es que en general aspiran a construir un nuevo Estado que trate de homogeneizar a la población en función de sus propias visiones de lo “nacional”, un proceso de homogenización que a menudo ejerce una actitud coactiva frente a otras visiones encontradas de lo que es el país y que trata de borrar todo reconocimiento de las contradicciones que coexisten en el interior de la nación. 

El uso que hizo la derecha estadounidense de lo antiamericano para liquidar a la intelectualidad de izquierdas y a los sindicatos es un ejemplo de manual. 

Bueno, pues a esto ya nos estamos empezando a enfrentar en Catalunya. Lo ha padecido en sus carnes la gente de Barcelona en Comú cuando simplemente decidió que el pregón de las fiestas locales lo realizaría Pérez Andújar o cuando ha tenido la “osadía” de organizar una modesta exposición sobre la represión franquista en la que se mostraba una estatua del dictador. (La oposición era, sobre todo, porque se realizaba en el Born, el espacio que ellos consideran ahora el santuario del independentismo, y por tanto no utilizable para otros fines.) [1]

Estamos ahora ante otra batalla cultural en la que el independentismo trata de borrar toda huella de conflicto de clases y traducir la historia reciente en un enfrentamiento entre España y Catalunya. 

Por un lado, prolifera un discurso histórico tendente a plantear la Guerra Civil como una guerra contra Catalunya (hay quien ya escribe sin rubor que Catalunya tuvo dos “momentos cero”, el de 1714 y el de 1939).  (...)

Y tan evidente es que quienes se opusieron al franquismo fueron las izquierdas, los laicos y los nacionalistas periféricos como que una gran parte de la alta burguesía catalana formó parte del bando franquista (con intervenciones tan notorias como la de Cambó, el líder de la derecha catalanista, erigido en uno de los principales financiadores de Franco, o la de Demetrio Carceller, de la familia propietaria de la cervecera Damm, que ejerció como ministro en plena Guerra Civil). Fue una Catalunya —la laica, la popular, la de izquierdas, la obrera— la derrotada, pero otra Catalunya recuperó sus privilegios y se benefició de un nuevo marco institucional en el que proliferaron los negocios. 

El último episodio en esta dirección lo está protagonizando Òmnium Cultural, una de las entidades generosamente financiadas por la Generalitat y que, junto con la ANC, ha constituido el eje vertebrador de la movilización social independentista. Ahora ha iniciado un ambicioso proyecto de “Lluites compartides” (“Luchas compartidas”) en el que pretende presentar las numerosas movilizaciones sociales habidas en Catalunya como formando parte de un todo colectivo que culmina en las actuales movilizaciones independentistas. 

Se trata de una enorme mistificación histórica y social. Los que hemos participado en numerosas movilizaciones de todo tipo sabemos por experiencia que ni el independentismo ha jugado ningún papel significativo en las mismas, ni los prohombres independentistas las han auspiciado con devoción [2].

 Muchas de ellas son sobre todo conflictos en torno a intereses locales (especuladores, empresarios, depredadores), sin contar el inestimable papel que fuerzas catalanas, como la fenecida Convergència i Unió, han desempeñado en muchas de las propuestas políticas más reaccionarias y que han generado luchas importantes, como las diversas huelgas generales.

 El objetivo de esta movida es tratar de ganar predicamento en sectores de la izquierda alejados del independentismo y, al mismo tiempo, impedir que se consolide un relato diferente, el que conecta los comunes con la tradición obrerista, radical, con los movimientos sociales de décadas pasadas; en suma, para impedir la consolidación de un referente colectivo distinto del de sus estrechas visiones de lo nacional.

También aquí hay un problema de encaje. Se trata no sólo de defender una solución justa al choque de trenes territorial, sino de construir una cultura social distinta del mundo en blanco y negro que pretenden construir los independentistas. 

Y el nivel de violencia simbólica que éstos están desplegando (con el apoyo de importantes medios de comunicación y su denso tejido de sociedad civil, del que ya habló en estas páginas José Luis Gordillo) puede conllevar un retraimiento y una falta de claridad política. Vertebrar un espacio anacionalista y al mismo tiempo respetuoso con la diferencia es otra de las tareas que los tiempos actuales exigen a una izquierda con pretensiones. (...)"            (Mientras tanto, Alberto Recio Andreu, 31/10/16

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