"(...) Los estados actuales son en buena medida el resultado de azarosos
procesos históricos que no hay ninguna razón para considerar
definitivos. (Seguramente, una política mundial realmente transformadora
debería cambiar muchas fronteras y generar marcos políticos de escalas
diversas que sean distintos de los actuales.)
Mi problema con los
independentistas es que en general aspiran a construir un nuevo Estado
que trate de homogeneizar a la población en función de sus propias
visiones de lo “nacional”, un proceso de homogenización que a menudo
ejerce una actitud coactiva frente a otras visiones encontradas de lo
que es el país y que trata de borrar todo reconocimiento de las
contradicciones que coexisten en el interior de la nación.
El uso que
hizo la derecha estadounidense de lo antiamericano para liquidar a la
intelectualidad de izquierdas y a los sindicatos es un ejemplo de
manual.
Bueno, pues a esto ya nos estamos empezando a enfrentar en Catalunya.
Lo ha padecido en sus carnes la gente de Barcelona en Comú cuando
simplemente decidió que el pregón de las fiestas locales lo realizaría
Pérez Andújar o cuando ha tenido la “osadía” de organizar una modesta
exposición sobre la represión franquista en la que se mostraba una
estatua del dictador. (La oposición era, sobre todo, porque se realizaba
en el Born, el espacio que ellos consideran ahora el santuario del
independentismo, y por tanto no utilizable para otros fines.) [1]
Estamos ahora ante otra batalla cultural en la que el independentismo
trata de borrar toda huella de conflicto de clases y traducir la
historia reciente en un enfrentamiento entre España y Catalunya.
Por un lado, prolifera un discurso histórico tendente a plantear la
Guerra Civil como una guerra contra Catalunya (hay quien ya escribe sin
rubor que Catalunya tuvo dos “momentos cero”, el de 1714 y el de 1939). (...)
Y tan evidente es que quienes se opusieron al franquismo fueron las
izquierdas, los laicos y los nacionalistas periféricos como que una gran
parte de la alta burguesía catalana formó parte del bando franquista
(con intervenciones tan notorias como la de Cambó, el líder de la
derecha catalanista, erigido en uno de los principales financiadores de
Franco, o la de Demetrio Carceller, de la familia propietaria de la
cervecera Damm, que ejerció como ministro en plena Guerra Civil). Fue
una Catalunya —la laica, la popular, la de izquierdas, la obrera— la
derrotada, pero otra Catalunya recuperó sus privilegios y se benefició
de un nuevo marco institucional en el que proliferaron los negocios.
El último episodio en esta dirección lo está protagonizando Òmnium
Cultural, una de las entidades generosamente financiadas por la
Generalitat y que, junto con la ANC, ha constituido el eje vertebrador
de la movilización social independentista. Ahora ha iniciado un
ambicioso proyecto de “Lluites compartides” (“Luchas compartidas”) en el
que pretende presentar las numerosas movilizaciones sociales habidas en
Catalunya como formando parte de un todo colectivo que culmina en las
actuales movilizaciones independentistas.
Se trata de una enorme
mistificación histórica y social. Los que hemos participado en numerosas
movilizaciones de todo tipo sabemos por experiencia que ni el
independentismo ha jugado ningún papel significativo en las mismas, ni
los prohombres independentistas las han auspiciado con devoción [2].
Muchas de ellas son sobre todo conflictos en torno a intereses locales
(especuladores, empresarios, depredadores), sin contar el inestimable
papel que fuerzas catalanas, como la fenecida Convergència i Unió, han
desempeñado en muchas de las propuestas políticas más reaccionarias y
que han generado luchas importantes, como las diversas huelgas
generales.
El objetivo de esta movida es tratar de ganar predicamento en
sectores de la izquierda alejados del independentismo y, al mismo
tiempo, impedir que se consolide un relato diferente, el que conecta los
comunes con la tradición obrerista, radical, con los movimientos
sociales de décadas pasadas; en suma, para impedir la consolidación de
un referente colectivo distinto del de sus estrechas visiones de lo
nacional.
También aquí hay un problema de encaje. Se trata no sólo de defender
una solución justa al choque de trenes territorial, sino de construir
una cultura social distinta del mundo en blanco y negro que pretenden
construir los independentistas.
Y el nivel de violencia simbólica que
éstos están desplegando (con el apoyo de importantes medios de
comunicación y su denso tejido de sociedad civil, del que ya habló en
estas páginas José Luis Gordillo) puede conllevar un retraimiento y una
falta de claridad política. Vertebrar un espacio anacionalista y al
mismo tiempo respetuoso con la diferencia es otra de las tareas que los
tiempos actuales exigen a una izquierda con pretensiones. (...)" (Mientras tanto, Alberto Recio Andreu, 31/10/16
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