"(...) Hace cinco años ETA declaró que no nos mataría. Poco tiempo después
un periódico de tirada nacional entrevistó a Raúl Guerra Garrido, el
primer escritor que se atrevió a escribir sobre ETA, uno de los
ciudadanos valientes que se atrevió a convocar la primera manifestación
del colectivo cívico Basta Ya en San Sebastián.
Recordaba en la
entrevista que la ciudad apareció empapelada con amenazas en las fotos
de los que la convocaron. Vivió muchos años bajo escolta policial por
ejercer su libertad de pensamiento en voz alta y le quemaron varias
veces la farmacia familiar hasta que quedó completamente calcinada y
tuvieron que abandonar la actividad profesional.
Recordaba que el
entonces alcalde Odón Elorza llegó a proponer que San Sebastián fuera
«ciudad refugio de escritores perseguidos». Un «sarcasmo divertidísimo»,
aseguraba, teniendo en cuenta que él y otros amigos escritores como
Fernando Savater atravesaban la ciudad acompañados indefectiblemente de
escoltas.
El nacionalismo gobernante se comportó con los hombres
decentes y justos que dijeron no a ETA y al nacionalismo obligatorio
como el Dios inclemente del Antiguo Testamento. No olvida el autor que
el Gobierno vasco concedió una subvención a una universidad de
California para la edición de una antología de textos con la condición
de que se suprimiesen dos: El laberinto vasco de Julio Caro Baroja y su
novela, La carta.
Hace cinco años creía pendiente el gran Guerra Garrido «la reflexión
de los que estuvieron en silencio, que hablen –decía– los que callaron.
Unos, con complacencia, recogiendo las nueces, otros, porque si no se
movían no les iba a pasar nada».
Durante años tuve la suerte de visitar colegios hablando de las
víctimas de ETA y explicaba cómo funciona la espiral del silencio en el
País Vasco y Navarra, el control social de los violentos en ciertas
comunidades, el esquema del acoso…
Ante casos que no les afectaban
personalmente, lo entendían y les resultaba fácil identificar posiciones
éticas frente a la persecución de las personas, bien fuera contra su
dignidad moral o contra su integridad física.
Hablar de derechos fundamentales obliga a señalar nuestro deber
activo con la dignidad de los demás. Solía indicarles que en la vida hay
algunas ocasiones en que se debe elegir entre esconderse o dar la cara.
Y que cada uno de ellos se enfrentaría a este dilema. Y que,
seguramente, ya les había tocado hacerlo. Entonces se sorprendían y
cuando les preguntaba si habían mirado hacia otro lado mientras un
compañero de clase era insultado gravemente o humillado, la mayoría se
revolvía incómoda.
Les animé siempre a que, en la siguiente ocasión, no
dejaran solo a quien era injustamente atacado. Les indicaba que
construimos la sociedad cuando nos enfrentamos a cosas así, para bien o
para mal. (...)
Mutatis mutandis, estas estructuras del acoso y del consentimiento se
parecen a las nuestras, como cuando el dueño de un bar decidió acercarse
a Cristina Cuesta y su hermana en los primeros años 80 tras el
asesinato de su padre por ETA.
El propietario del establecimiento
«lógicamente» no tenía nada contra ellas, pero a algunos no les gustaba
su presencia, y a él denunciarlo, le daba «pereza», y claro, «además
quería llevarse bien con todo el mundo». (...)
Los herederos de ETA juegan a un negacionismo sucio, constante como
el xirimiri, persiguiendo que todos los españoles consideremos que no
fue importante que persiguiesen y coaccionasen nuestras libertades
morales y políticas, que nos estigmatizasen o matasen.
Como si la única
importancia de la víctima fuera el efecto en la estrategia que seguían
entonces, pero que, pelillos a la mar, ni la ley, ni nuestra vida, ni
nuestros derechos eran importantes, mientras apuntan a un nuevo
horizonte de ruptura institucional.
No pedir la condena de la historia del terror para legalizarlos fue
un error. Consentir los prospectos dulces y falsos es otro, porque sin
asomarnos al abismo cruel de lo tolerado en nuestra tierra se posibilita
el inicio de nuevos ciclos de mentiras tóxicas sobre esta generación de
niños y adolescentes en Hernani, en Alsasua, en tantos otros sitios. Es
otro error, y permitan que les diga que lo considero, además, una
canallada para los que guardamos memoria. Y luto." (MAITE PAGAZAURTUNDÚA, El Mundo, 20/10/16)
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