9/9/16

Durante el franquismo los nacionalistas tachaban, con razón, de “crimen” y “tortura” el hecho de que los niños catalanohablantes no pudieran educarse en su lengua materna

"Uno de los fenómenos más grotescos del proceso independentista es la sobrevenida determinación de los partidos que lo lideran de ensanchar su base electoral intentando ganarse la adhesión de los catalanes castellanohablantes, después de tres décadas mirándolos de lado por inservibles como tales (electoralmente, se entiende). (...)

“La lengua propia de Cataluña es el catalán”, reza el Estatut, luego el resto son impropias, lo mismo el castellano que el urdu. Da igual que el castellano sea la lengua materna de la mayoría de los catalanes, porque la lengua materna ya no importa, esa pantalla ya la hemos pasado, por utilizar ese lenguaje infantiloide tan en boga. 

Resulta que la única lengua propia -un concepto que no existe en ningún otro ordenamiento jurídico- de Cataluña es el catalán. Los nacionalistas personifican la nación y la lengua y tienden a despersonalizar al individuo, al ciudadano. (...)

No es casualidad que los nacionalistas desechen ahora el concepto de lengua materna, que tanto utilizaron durante la dictadura y la transición, y lo sustituyan por el concepto de lengua propia, mucho más adecuado a su proyecto regresivo de construcción identitaria.

 Insisten en identificar lengua, nación y Estado. Para ellos, los catalanes somos una nación porque tenemos una única lengua propia, y precisamente porque somos una nación tenemos derecho a constituir un Estado independiente. De la lengua propia al derecho a decidir y tiro porque me toca.

Ni que decir tiene que nada de eso ha cambiado ni va a cambiar para los partidos nacionalistas. Lo que sí hacen últimamente es utilizar a ratos el castellano en sus mítines y vídeos electorales, e incluso ERC ha colocado como cabeza de lista para las próximas elecciones generales a Gabriel Rufián, cuya principal cualidad es que en público se expresa casi siempre en castellano.

 Dicen ahora cosas tan peregrinas como que el independentismo es un movimiento transversal que no excluye a nadie, que se puede ser independentista sin ser nacionalista y sin renunciar a sentirse español, que en su Cataluña independiente el castellano “será respetado”, como si fuera posible respetar el castellano sin respetar los derechos de sus hablantes, incluyendo por supuesto a muchos catalanohablantes que también consideran suya la lengua castellana. 

Rufián suele justificar la inmersión lingüística obligatoria en catalán en el hecho de que el castellano tiene quinientos millones de hablantes en todo el planeta, como si eso compensara su exclusión como lengua vehicular de la enseñanza en Cataluña. Cosas de la personificación de la lengua. 

A mí, como ciudadano de Cataluña, el número de hablantes que tenga el castellano en el mundo me trae sin cuidado cuando mis hijos no van a poder recibir la enseñanza en su lengua materna. Me importa sobre todo la dimensión catalana de la lengua castellana, por encima de su proyección internacional.     (...)

Durante el franquismo y la transición los nacionalistas tachaban, con razón, de “crimen” y “tortura” el hecho de que los niños catalanohablantes no pudieran educarse en su lengua materna. Ramon Trias Fargas, histórico dirigente de CDC, recordaba en 1978 que la educación en lengua materna forma parte de los derechos humanos y decía: “Lo que nosotros proponemos es precisamente la enseñanza en la lengua materna, bien sea catalán o castellano, y la enseñanza del catalán y del castellano obligatoria para todos los que viven en Cataluña”.

 Por desgracia, las palabras de Trias Fargas se las llevó pronto el viento asolador de la construcción nacional, y desde entonces cualquier objeción al dogma del nacionalismo lingüístico ha sido y sigue siendo inmediatamente tildada de anticatalana por los guardianes de las esencias, los mismos que ahora utilizan el castellano como banderín de enganche para completar un proyecto basado principalmente en la exclusión del castellano de la catalanidad.

Se consideran legitimados para utilizarlo porque lo hacen asumiendo el mantra nacionalista de que se trata de una lengua impropia de Cataluña, de un accidente, de una lengua forastera impuesta por la fuerza de las armas y contra la voluntad de los catalanes. Todo se explica mentando a Felipe V, a Franco y al ministro Wert. 

Solo partiendo de esas premisas, para los nacionalistas es legítimo utilizar el castellano en el debate político catalán, siempre tan alejado del que se da en la calle, afortunadamente mucho más respetuoso con la pluralidad constitutiva de la sociedad catalana. Todavía recuerdo la imagen de los diputados de CiU y ERC abandonando el Parlament indignados ante la osadía de un diputado del PP de utilizar el castellano en la Cámara catalana.

 Corría el año 1996. Un diputado de CiU, Joan Aymerich, incluso se rasgaba las vestiduras porque aquel día había un grupo de escolares en el hemiciclo. ¡Pobres criaturas, forzadas a escuchar a un diputado perorando en castellano! A eso le llaman respetar el castellano.   

Es decir, se puede utilizar el castellano para hacer política en Cataluña siempre que se asuma -como hacen Rufián y compañía- el lenguaje apocalíptico de los nacionalistas, siempre que se admita que los catalanes somos un pueblo oprimido, colonizado, que llevamos trescientos años tratando de liberarnos de nuestros opresores.

 De lo contrario, utilizar el castellano en el debate político de Cataluña te convierte ipso facto en anticatalán. Si además de utilizar el castellano junto con el catalán apuestas por una enseñanza bilingüe o trilingüe, entonces te conviertes en un fascista que lo único que pretende es reventar la cohesión social y acabar con la lengua catalana. Así funcionan las líneas rojas del nacionalismo.

Cada día me parece más evidente que a los independentistas el catalán les importa muy poco. Prueba de ello es que, de la misma manera que celebran que alguien emplee el castellano para hacer política en Cataluña siempre que lo haga para denigrar a España, pasan absolutamente por alto hechos como que la presidenta del grupo parlamentario de Ciutadans, Inés Arrimadas, hable un catalán impecable después de solo seis años viviendo en Cataluña. (...)"                (Nacho Martín blanco, e-notícies, 14/12/15)

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