"La tensión soterrada que vivía la CUP ha salido a la superficie como la lava de un volcán. Seis de los 15 miembros del gran sanedrín,
su secretariado nacional, han presentado la dimisión con una durísima
carta en la que hablan de autoritarismo y de “actitudes sectarias y
maquiavélicas” en la batalla por el control de la organización, que han
llevado a un alejamiento de la “línea histórica del independentismo
revolucionario”.
Los dimisionarios, próximos a Poble Lliure, uno de los
grupos que integran las candidaturas, exigen reformas internas que
garanticen procedimientos democráticos, lo que en un movimiento
asambleario como la CUP tiene su miga.
La organización ya se dividió a la hora de decidir si apoyaba la
investidura de Artur Mas, pero lo que ha hecho estallar la crisis es la
votación para decidir si facilitaban la aprobación de los presupuestos
de la Generalitat. Finalmente, tras semanas de tensión, decidió mantener
la enmienda a la totalidad que dejó al Gobierno catalán sin el
principal instrumento de gestión y a su presidente, Carles Puigdemont,
en dique seco.
Pero esta vez Convergència no se plegó. En lugar de ceder
a las pretensiones de la CUP o dimitir por falta de mayoría, Puigdemont
anunció que se sometería a una moción de confianza en septiembre, en
una maniobra destinada a ganar tiempo, a la espera de que la CUP se
cociera en el fuego lento de sus tensiones internas.
Los vaticinios se han cumplido. Muchos dijeron que la CUP no
aguantaría la tensión que supone tener que decidir constantemente entre
una de sus dos almas: la independentista y la revolucionaria. Elegir
entre dar pasos para derribar el sistema capitalista o avanzar en la
hoja de ruta para convertir Cataluña en un Estado independiente.
Porque
las dos a la vez no parece que vaya a ser posible mientras tenga que
contar con un partido de orden como es Convergència. Las tres fuerzas de
la mayoría parlamentaria soberanista se pusieron de acuerdo en la hoja
de ruta que había de conducir a la desconexión de España en 18 meses,
pero dos de ellas no pueden estar más alejadas en el plano ideológico.
Las políticas neoliberales aplicadas por CDC, en perfecto alineamiento
con las medidas de austeridad exigidas por Madrid y Bruselas, están en
las antípodas de los postulados anticapitalistas que defiende la CUP. La
mera formulación de algunas de las exigencias de los cupaires ponía de los nervios a los sectores más moderados de Convergència.
Que la CUP tiene el alma escindida en dos mitades se ha visto con
claridad en las dos votaciones estratégicas que ha tenido que celebrar.
La que decidía la investidura de Mas y el apoyo a un Gobierno de Junts
pel Sí se saldó con un sorprendente empate a 1.515 votos, que se deshizo
en la dirección de una forma muy forzada. La de mantener o no el veto a
los presupuestos terminó con 29 votos a favor, 26 en contra y 3
abstenciones, es decir, otro empate en realidad. Ahora, todo está en el
aire.(...)" (Milagros Pérez Oliva, El País, 18/06/16)
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