"(...) Está siendo estéril oponer razones al nacionalismo porque éste lo
reduce todo al marco del “conflicto”: negar el derecho a la secesión
daría injustamente ventaja al “nosotros” que representa el Estado sobre
el “nosotros” que representan ellos.
Si alguien les dijera que su
argumentación avala a quienes mandan su dinero a Panamá (cansados de
pagar por servicios de un “nosotros” que no son ellos), procederán al
falaz alegato victimista: son siglos de opresión estatal, responderán.
Se les ha reprochado que la secesión es contraria a derecho
internacional. Se ha explicado que el expolio fiscal no es menos
“imaginado” que su nación; y que no se ataca a la lengua catalana
(sic), sino que son el 51% de castellano-parlantes quienes no pueden
tratar en su lengua con su administración, incluido el colegio de sus
hijos.
Académicamente se ha refutado el principio nacionalista (“a cada
nación corresponde un Estado”) por epistémicamente falaz (una lengua no confiere una imagen del mundo), antropológicamente absurdo (culturas y lenguas se dispersan de forma inconsistente y discontinua), y políticamente insostenible (hay 5.000 lenguas y 200 estados).
Son iliberales porque su nación cierra expectativas vitales. Religado el “nosotros”, se oprime el natural conflicto y así puede la teología política controlar su patio: enfocando a España como enemigo, repelen hasta su corrupción.
Pero nada hace mella en sus mesnadas porque han impuesto su marco
mental, un campo de juego inclinado que favorece a sus argumentos
mientras hace resbalar la efectividad de los de sus contrarios: Cataluña
soberana sería tan legítima como España; sus políticas, más justas (un
contrafáctico al cuadrado). (...)" (Mikel Arteta, Frontera D)
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