"El gran misterio de los sentimientos de identidad y de la opción
independentista en Euskadi y Catalunya ha sido que, desde la
transición hasta hace cuatro años, se mantuvieron prácticamente
inalterables en los sondeos de opinión.
A pesar de que se relevaban las
generaciones, la sociedad cambiaba profundamente, se afianzaba el
sistema de libertad y el autogobierno llegara a formar parte del paisaje
ciudadano, no variaba ni la identidad subjetiva de sentirse sólo vasco o
catalán, más vasco que catalán, etcétera, ni ese porcentaje de
independentistas que se situaba algo por debajo del tercio de los
encuestados en ambas comunidades. Hasta que se produjo la eclosión
soberanista en Catalunya, cuyas causas podrán analizarse mejor cuando
los acontecimientos se asienten.
La sorpresa fue que ello no indujo
ninguna clase de efervescencia en Euskadi, más allá de alguna muestra de
solidaridad en tono menor. Aunque la verdadera sorpresa se produjo hace
dos semanas, cuando el Sociómetro del Gobierno vasco reveló que el
independentismo se ha reducido a un 20%, la cota más baja desde que
existen encuestas al respecto.
Tres décadas y media de historias paralelas de vascos y catalanes han acabado divergiendo. (...)
Pero, más allá de la casuística particular, convendría plantear la
hipótesis de que el independentismo no es un ánimo que crece
indefectiblemente y sin parar, sino una actitud fluctuante en el seno de
las naciones sin Estado.
Una actitud que ni en Quebec, ni en Escocia ni
en Catalunya ha conseguido superar el 50% de la voluntad política
depositada en las urnas. Como si el misterio de ese algo menos de un
tercio independentista se trocase en el misterio de este algo menos de
la mitad del voto emitido.
No parece fácil que, sin una conflagración etnicista por medio, el
hemisferio norte vaya a conocer procesos de secesión unívocos.
La
pretensión de reducir el derecho a decidir a un referéndum entre el sí y
el no a la creación de un Estado propio deja de ser plenamente
democrática no sólo si sortea la legalidad, también porque en un entorno
tan complejo resulta obligado precisar los términos de cualquier
consulta.
Son esos términos necesariamente precisos los que toda
sociedad informada exige para secundar una opción tan temeraria como la
independencia. La independencia aparece como un deseo entre otros en las
encuestas de opinión. Someter a la sociedad a la disyuntiva entre un
Estado propio y el mantenimiento del estatus actual, sin más, resulta
fraudulento. (...)
El independentismo tendría que tomarse muy en serio ese misterioso
límite del 50% que no logra superar, cuando cualquier proyecto de
ruptura debiera contar con una mayoría cualificada de electores y de
electos. (...)
Bajo el relato épico se oculta siempre el escepticismo que, en diversas dosis, mantiene cada persona inscrita en el censo." (Kepa Aulestia, La Vanguardia, 05/04/16)
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