6/4/16

El independentismo tendría que tomarse muy en serio ese misterioso límite del 50% que no logra superar

"El gran misterio de los sentimientos de identidad y de la opción independentista en Euskadi y Ca­talunya ha sido que, desde la ­transición hasta hace cuatro años, se mantuvieron prácticamente inalterables en los sondeos de opinión. 

A pesar de que se relevaban las generaciones, la sociedad cambiaba profundamente, se afianzaba el sistema de libertad y el autogobierno llegara a formar parte del paisaje ciudadano, no variaba ni la identidad subjetiva de sentirse sólo vasco o catalán, más vasco que catalán, etcétera, ni ese porcentaje de independentistas que se situaba algo por debajo del tercio de los encuestados en ambas comunidades. Hasta que se produjo la eclosión soberanista en Catalunya, cuyas causas podrán analizarse mejor cuando los acontecimientos se asienten. 

La sorpresa fue que ello no indujo ninguna clase de efervescencia en Euskadi, más allá de alguna muestra de solidaridad en tono menor. Aunque la verdadera sorpresa se produjo hace dos semanas, cuando el Sociómetro del Gobierno vasco reveló que el independentismo se ha reducido a un 20%, la cota más baja desde que existen encuestas al respecto.

Tres décadas y media de historias paralelas de vascos y catalanes han acabado divergiendo. (...)

Pero, más allá de la casuística particular, convendría plantear la hipótesis de que el independentismo no es un ánimo que crece indefectiblemente y sin parar, sino una actitud fluctuante en el seno de las naciones sin Estado. 

Una actitud que ni en Quebec, ni en Escocia ni en Catalunya ha conseguido superar el 50% de la voluntad política depositada en las urnas. Como si el misterio de ese algo menos de un tercio independentista se trocase en el misterio de este algo menos de la mitad del voto emitido. No parece fácil que, sin una conflagración etnicista por medio, el hemisferio norte vaya a conocer procesos de secesión unívocos. 

La pretensión de reducir el derecho a decidir a un referéndum entre el sí y el no a la creación de un Estado propio deja de ser plenamente democrática no sólo si sortea la legalidad, también porque en un entorno tan complejo resulta obligado precisar los términos de cualquier consulta. 

Son esos términos necesariamente precisos los que toda sociedad informada exige para secundar una opción tan temeraria como la independencia. La independencia aparece como un deseo entre otros en las encuestas de opinión. Someter a la sociedad a la disyuntiva entre un Estado propio y el mantenimiento del estatus actual, sin más, resulta fraudulento.  (...)

El independentismo tendría que tomarse muy en serio ese misterioso límite del 50% que no logra superar, cuando cualquier proyecto de ruptura debiera contar con una mayoría cualificada de electores y de electos.  (...)

Bajo el relato épico se oculta siempre el escepticismo que, en diversas dosis, mantiene cada persona inscrita en el censo."                 (Kepa Aulestia, La Vanguardia, 05/04/16)

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