"A mediados del siglo XX, en plena dictadura de Franco, Jordi Pujol
dejó dicho quién era catalán: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja
en Cataluña». La definición venía muy inspirada por la realidad.
En
aquellos años Cataluña estaba protagonizando la mayor inmigración
conocida en Europa en tiempo de paz, que le llevaría a doblar su
población en pocos años. Es cierto que Pujol compatibilizaba esa
declaración con definiciones algo abruptas del hombre andaluz, en el que
veía a alguien «insignificante, incapaz de dominio, de creación».
Sea por su moral oscilatoria, sea porque cayera en la cuenta de los
trastornos que podía acarrear al nacionalismo una demografía mutante, lo
cierto es que al cabo de poco tiempo introdujo un estrambote decisivo
en la definición: «Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña,
y quiere serlo».
De ahí ya no se movió. Hoy es la definición canónica
que emplea el nacionalismo y está en la base, por ejemplo, del
manifiesto semilingüístico que han presentado hace poco en Barcelona
unos aficionados.
El centro de interés de la definición es el concepto de «voluntad».
Como cualquiera en su sana lógica comprenderá «y quiere serlo» solo es
un eufemismo de «y sigue las instrucciones».
La prueba más dolorosa que
da la historia sobre esa voluntad es la de aquellos judíos, pobrecitos,
que se empeñaban en ser alemanes y se presentaban en Auschwitz con el
pecho esmaltado de condecoraciones ganadas por su heroísmo en la Primera
Guerra Mundial. Su voluntad, obviamente, la fijaban otros.
Fue de este
modo brutal como la identidad nacional dejó de ser una circunstancia
objetiva para convertirse en una segregación ideológica del poder.
Habría sido útil que Adorno se hubiera preguntado cómo es posible hablar
de identidad después del crematorio.
Sin embargo, como dice mi Varela, toda carta tiene contra y toda
contra se da. Así, dada la vigente definición pujolista, cualquiera
puede abstenerse de ser catalán y, sobre todo, cualquiera puede dejar de
serlo, por más que los reglamentos de la vida le obliguen a vivir y
trabajar en Cataluña.
Basta con no quererlo. Yo mismo no lo quiero. Hace
tiempo me quité, y es absurdo que se empeñen en seguir considerándome
catalán en cualquiera de sus formas, incluida aquella de traidor que
tanto me ilusionó de niño." (Arcadi Espada, El Mundo, 05/04/16)
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