"(...) Una historia de terror como la de ETA, con todo el dolor y el
sufrimiento, la presión de las amenazas y el miedo que ha conllevado,
con el comportamiento cobarde de buena parte de la sociedad vasca, con
la tentación de líderes políticos de jugar a pacificadores soñando con
el premio de pasar a la historia como tales, coadyuvando así a la
esperanza de ETA de que habría una solución negociada, esperanza que ha
sustentado la prolongación de su historia de terror, no se presta a la
necesidad de espectáculo de la sociedad actual, no se presta a
sentimentalismos fáciles, no se presta a la frivolidad en la que estamos
asentados, no se presta a la necesidad de crear héroes que no duran ni
los segundos que se necesitan para proclamarlos. Pero sí sirven para
enterrar todavía más profundamente a las víctimas asesinadas de ETA y a
los que sufrieron atentado mortal en intención.
La celebrada salida de prisión de Otegi y todas sus manifestaciones
no sirven para reforzar la memoria, la dignidad y la verdad debidas a
los asesinados por ETA. Sólo sirve a la sociedad del espectáculo, a la
necesidad mediática de héroes y escándalos. Sólo sirve para celebrar
palabras que no dicen lo que se les quiere hacer decir, y sirve para
hermenéuticas baratas por parte de infinidad de analistas que se han
olvidado de la historia de terror y sufrimiento.
Otegi, el llamado hombre de paz por algunos políticos de muy alta
responsabilidad institucional, dice ahora que ETA tenía que haber
terminado antes. Lo que no dice es que lo que temían ellos, los de Herri
Batasuna y sus distintas marcas, era que el fin de ETA se llevara por
delante el proyecto político común a ETA y su brazo político, por el que
era lícito y legítimo matar, e incluso debido al pueblo vasco que había
que rescatar de las garras de España; el proyecto político que había
que construir aunque fuera contra muchos vascos, el paraíso al que había
que llegar sembrando de muertos asesinados las calles vascas y
españolas.
No vamos a escuchar, probablemente, a Otegi decir que la historia de
terror de ETA estuvo mal, que fue un error, que ha sido una historia
ilegítima, que no había razón alguna para asesinar como lo hicieron y lo
justificaron, unos y otros, otros que eran unos o como los unos, en
concreto él.
Aunque parezca que es un paso de gigante, reconocer el daño
causado puede no querer decir nada más que constatar que ha habido
muertos y, por lo tanto, dolor.
Pero ni siquiera constata que esos
muertos fueron asesinados, y que en cada asesinado se mató la libertad,
la libertad de conciencia, la libertad de identidad, la libertad de
sentimiento de pertenencia, se mató al Estado de Derecho, que es la
posibilidad y la garantía de poder vivir en libertad siendo diferentes,
estando limitada esa libertad por las reglas comunes de convivencia.
Mientras debatimos si podrá o no presentarse como candidato a
lehendakari de Euskadi por el partido político Sortu –porque la Justicia
ha dejado a medio hacer su trabajo– no hay espacio para que alguien se
pregunte qué significa que un miembro de ETA, alguien que construyó la
historia de terror de ETA, alguien que desde el brazo político de ETA
legitimó sus asesinatos, quiera ahora construir el mismo proyecto que
sirvió para matar desde la presidencia del Gobierno vasco.
El mismo
proyecto –repito–, aunque diga que lo va a hacer renunciando a la
violencia porque así lo requiere el momento, la táctica, pero no el
reconocimiento del Estado de Derecho.
Las víctimas asesinadas no pueden hablar ni gritar. Y ahora se
escucha más, por no decir solo, a los que parece que lo único que les
interesa es decir que Otegi ha sido preso político por defender unas
ideas, es decir, por defender un proyecto político cuya materialización
incluía el asesinato para poner de manifiesto que no todos los vascos
tenían lugar en esa Euskadi a construir, en esa nación a hacer realidad,
porque el lugar adecuado de esa gente excluida sólo puede ser el
cementerio, bajo tierra, nunca de pie sobre la tierra vasca.
Y quienes
dicen que Otegi es un hombre de paz y que ha sido un preso político son
proclamados como representantes de la juventud indignada, de lo nuevo en
la política española.
No vende la pregunta de cómo afectará a las víctimas familiares
escuchar estas frases, ensalzar a quienes las pronuncian, hacer de ellos
héroes de la nueva hora política en España.
No vende preguntarse cómo
afectará a las víctimas familiares la posibilidad de que un ex miembro
de ETA, un secuestrador, un legitimador de la historia de terror de ETA,
un líder del brazo político de ETA que ha legitimado durante años el
terror de ETA y cada uno de sus asesinatos, pueda ser presidente de
Euskadi o, al menos, pretenda serlo porque no lo impide ni la Justicia
ni un acuerdo implícito o explícito del resto de fuerzas políticas de
que algo así no sucederá jamás. (...)
El tópico de que los muertos se quedan solos, muy solos, encierra una
gran verdad. Más si cabe si los muertos son asesinados en nombre de un
ideal político.
Y solos se quedan también con su dolor las víctimas
familiares, especialmente, cuando tienen que presenciar que actores de
esa historia de terror que les incluye a la fuerza como víctimas pueden,
quieren y quizá vayan a presidir los designios políticos de la
comunidad en la que viven los que no tuvieron que trasladarse fuera de
ella.
Solos los muertos asesinados, y solas las víctimas, mientras los
demás se dedican, nos dedicamos a pasar página, a cerrar el capítulo, a
mirar hacia delante, a mirar al futuro, a buscar la reconciliación –¿de
quién con quién?–, a buscar bajo las piedras de la historia otros
muertos que puedan edulcorar y medio legitimar los asesinatos de ETA,
para que los verdugos no estén solos en su culpa, sino acompañados por
otros muchos que también fueron culpables y quizá sirven para legitimar
lo que hizo ETA o, al menos, para que surja la duda, la pregunta, la
apariencia de que esa legitimación existe, existió. (...)" (...)" (Joseba arregi, El Mundo, 09/03/16)
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